Doña Perfecta es dama diligente, trabajadora y recatada. Lleva jubilada 3 años y ya solo atiende su casa. Conserva costumbre de despertar pronto, pasear temprano y después hacer los oficios de casa.
Mientras abre ventanas y aventa estancias, suena abajo el cartero que trae nuevas que nada bueno presagian. Firma el recibí y abre ansiosa el sobre que ha de alterarla el resto de la jornada. Dicen las letras que lee que su ayuntamiento le reclama el recibo del último trimestre de la basura y el agua, que es deudora a la hacienda local por no pagar esas tasas.
Nota crecer un calor dentro de sus entrañas que le sube por el pecho y le quema la garganta.
- ¿Qué no pago yo? ¿Qué debo yo el agua? dice doña Perfecta presa de rabia. Si tengo el recibo puesto por la Caja y se lo cobran de allí sin que yo diga nada. Nunca he debido yo. Nunca he estado yo en falta, ni con nadie, ni por nada. Serán sinvergüenzas, pues yo lo he pagado, ahora y siempre. ¿Qué habrán hecho con mi dinero? ¿Quién lo habrá cogido?, se pregunta indignada. Ya sé yo quien se lo habrá llevado, que el alcalde se compró hace años una casa, y su abuela decían que cuando iba y venía, al pasar por el huerto de tía Pascasia, menguaban las uvas que tenía la parra; o el secretario, que dicen que estuvo este año de vacaciones en Malasia. Si es que no hay control, no hay gobierno, son todos unos granujas, me da igual unos que otros ¡ladrones! ¡canallas! ¡Ay cuando se entere la gente! ¡Ay que dirán en el pueblo cuando todos se enteren lo que dice la carta! Me van a sacar cantares, que debo al ayuntamiento, que si no pago, que si soy una fresca aprovechada.
Doña Perfecta baja las escaleras, sale a la calle y topa con su vecino, Nicasio, a quien le cuenta la afrenta recibida del ayuntamiento, que dice que no paga.
- ¿En qué habrán “echado” mis perras, con lo que cuesta ganarlas? piensa doña Perfecta, muy aginada.
Continúa su camino a la plaza, y se cruza con Dña. Perpetua que le dice que la nota muy alterada.
-Alterada es poco, le contesta doña Perfecta muy enfadada: el ayuntamiento me ha cobrado un recibo, el dinero se lo han guardado ellos y me escriben con amenazas. Ahora voy yo para allá, que me lo digan a la cara.
Entra en la plaza del pueblo doña Perfecta, y en la tienda de comestibles de su cuñada, que a esa hora está llena de clientes haciendo la compra del día, a voces le cuenta la afrenta. Le dice a grandes voces:
-¿Sabes cuñada que el ladrón del alcalde me manda una carta por no pagar el recibo del agua y lo tengo “metido” por la Caja? Se habrá quedado mi dinero él, que está todo el día de viaje, sin pisar en casa. Ahora subo al ayuntamiento, que me explique qué es lo que pasa. Se va a enterar ese pájaro, ladrón sin vergüenza, canalla, estúpido, estirado, cabrito, payaso, ya verá cuando le eche las cuentas bien echadas.
Dña. Perfecta entra al ayuntamiento y le dice al alguacil que si está el alcalde, que le ha mandado una carta que la pone a caer de un burro sin motivo y por nada. Sube al despacho del alcalde, pide permiso, saluda y pasa.
-Buenos días señor alcalde, cómo está usted, ya veo que está bien, muy atareado por la gente, supongo. No se preocupe, la gente no tiene ni idea y todo lo habla. Es que me ha llegado esta carta del ayuntamiento y no la entiendo, así que como venía al médico pensé que, usted que tiene estudios y es muy amable, me la lee y me explica qué pasa.
El alcalde ojea la carta, sale fuera, consulta al administrativo y vuelve enseguida con la solución alcanzada:
- Mire doña Perpetua, no se preocupe, explica paciente el alcalde: le giraron el recibo a la cuenta bancaria de siempre, pero el banco dice que con ellos usted ya no tiene cuenta, que la canceló en fechas pasadas, así que si lo prefiere, pague el recibo en ventanilla o traiga a las oficinas otro número de cuenta de banco para que usted no reciba más estas cartas.
- ¡Ah! es verdad señor alcalde, reconoce doña Perpetua, más aliviada. Ya no estoy en esa Caja, me hice clienta del Banco porque me daban o un boli, o un llavero, o la primera de doce cucharas.
Resuelta la duda y la afrenta saldada, baja doña Perfecta del ayuntamiento pero no entra en la tienda de su cuñada, a contarle a grandes voces delante de la clientela que estaba muy equivocada y el alcalde no le ha robado, ni se ha quedado sus perras, ni nada de nada. Sale de la plaza, cruza de nuevo con doña Perpetua pero no le dice lo contrario que media hora antes cuando el ogro del alcalde le robaba la escasa pensión que cobraba, y cuando llega a su puerta y ve al vecino Nicasio, descansando a la abrigada, no le comenta ni jota del arreglo de lo de la carta.
Y doña Perfecta más contenta que unas castañuelas, con la primera de doce cucharas.