Una mañana con juicio como otra cualquiera, o quizás no.
El día, aunque es noche cerrada, comienza muy temprano. Morfeo no ha reinado lo suficiente durante toda la noche, porque siempre que hay juicio la mente no consigue desligarse de todo para abrazar el sueño por completo. Café.
Más café. Entre sorbo y sorbo releo mis notas, compruebo la prueba propuesta y juego a descifrar la que pueda llegar a proponerse por la parte contraria. Se trata de un divorcio y, como tal, es un pleito desagradable. Un hijo menor, uso de la casa, régimen de visitas, pensión de alimentos y compensatoria, y un puñado previo de denuncias a lo largo de un matrimonio pronto fallido que no llegaron a prosperar; lo típico de tantas otras veces, pero no deja de ser desagradable, y más que lo puede llegar a ser.
Nadie quiso asistir a mi cliente. Ningún otro abogado del partido judicial quiso asumir el asunto. Motivo: la parte demandada, ejerciente de la Procura ante el mismo juzgado, en el mismo edificio, tantos y tantos años, tantos y tantos días, tantos y tantos juicios.
Quedo con mi cliente media hora antes de la citación, consejos de última hora y entramos al edificio. Se hace el silencio. Muchos nos miran. Transcurrimos por el corredor que da acceso a la sala de vistas y el pasillo parece convertirse en “paseíllo”. Al fondo, en la sala de abogados se murmura, se dice, se comenta por algún letrado, de los más puros, ¡Cómo se atreve! ¡Qué poco compañerismo! ¡Qué vergüenza! ¡Ir contra un compañero con el que se trabaja habitualmente en una cuestión tan personalísima! ¡No tiene escrúpulos!
Nada tengo en lo personal con la parte demandada, y en lo profesional ningún problema. Siempre que hemos coincidido llevando algún asunto actuó de manera eficiente y correcta. No es plato de gusto ir de parte de la contraria y he de reconocer que aceptar el encargo no fue una decisión fácil, no ya por la temática o por su mayor o menor enjundia, sino porque sabía que no gustaría al resto de abogados y procuradores del foro. Sin embargo, ¿dónde pone que alguien no pueda tener acceso a la justicia por demandar a un abogado, o procurador, juez, fiscal o funcionario de justicia? ¿Dónde está escrito que frente a determinadas personas o profesiones no pueda pretenderse el auxilio de los juzgados o tribunales? Muy al contrario, todo el mundo tiene derecho a acudir a los tribunales a pedir el amparo de sus derechos e intereses y así lo establece el artículo 24.1 de la Constitución Española que recoge este Derecho (Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión). La justicia debe ser igual para todos y el derecho de poder acudir a un tribunal para pedir el amparo de los derechos propios también, con independencia de las ideas, creencias, sexo, profesión u oficio de quien lo pretenda y de frente a quien se pretendan. El verdadero abogado no trabaja de abogado, sino que lo es. La abogacía es una profesión indispensable en un Estado democrático y de Derecho. Es inherente a la idea democrática de justicia. ¡Qué médico no sana a un paciente por estar éste enfrentado a un colega de profesión! ¡Qué notario no da fe de los negocios jurídicos de alguien descontento con otro notario! En fin.
Durante la vista el juicio se reconduce por los trámites del mutuo acuerdo, se negocian las medidas a adoptar por las que han de regirse las partes en los sucesivo y, a su término, la salida, dadas las horas, no resulta tan traumática porque no queda ni público ni colega que la presencie. Se dicta sentencia.
Tras el juicio, aflojado ya el nudo de la corbata, parecen aflojarse también todos los músculos. Mengua la tensión con la terminación de un trabajo de muchas semanas y hasta el andar se torna más liviano, como si el cuerpo pesase menos.
A ver, esta noche, Morfeo qué tal…
Pasados los meses, turno de oficio mediante, volvemos a coincidir en alguna designación. Al principio, las primeras, muy tirantes, después cordialidad, profesionalidad, y ni una palabra de aquel episodio que nos tuvo de frente. Pese a lo traumático que pudiese resultar, no entiendo que deba disculpa alguna porque mi profesión consista en favorecer y posibilitar el ejercicio de los derechos de los demás, de todos, sin exclusión, sin salvedad. No es condescendencia ni liberalidad sino cumplimiento fiel y exacto del papel que la Constitución Española asigna a la única profesión que aparece expresamente mencionada en ella hasta en tres ocasiones distintas (Concretamente en los artículos 122, 159 y 17) y que compite con otra, de infortunada existencia, en antigüedad.
Vale.