Recuerdo que de pequeño salía a caminar con mi abuelo, me encantaba salir de paseo con él por el campo pues suponía nuevos lugares que descubrir y nuevas historias que escuchar. Mi abuelo era un gran caminador. Caminaba a diario, mañanas y tarde, y recorría grandes distancias, siempre provisto de su sombrero y su “cachero”. Él tenía bastones y cayadas, pero prefería caminar provisto de su palo “cachero” de más de metro y medio de largo, extraído de una vara completamente recta de cualquier árbol, preferentemente roble o “galapero”.
Caminar, andar impulsado por las propias piernas, acompaña a la humanidad desde sus orígenes, es consustancial a la especie humana, a su curiosidad, a su permanente deseo de descubrir y va más allá del mero hecho de desplazarse de un lugar a otro. No le prestamos la menor atención ni le damos ninguna importancia porque, al aprender a caminar desde tan pequeños, rememorando nuestros primeros recuerdos ya nos vemos caminando como si fuera lo más normal del mundo. Aun así, caminar es, de las actividades que realizamos, la que podemos practicar con más naturalidad y más económicas, y solo reporta ventajas: es la forma más lógica de desplazarse pues no requiere emplear ninguna tecnología ni gasto de energía, más allá de la propia, claro; es por tanto una actividad ecológica y sostenible y, lo más importante, saludable.
Sin embargo, caminar, aparte de la actividad física realizada, ayuda a liberar la mente, a pensar, permite que a la vez que nos desplazamos la mente y la imaginación también lo hagan, y no precisamente por los mismos lugares por los que vamos transitando. Caminar favorece disipar el cúmulo de pensamientos que aturden el espíritu a diario y, en muchas ocasiones, encontrar soluciones, respuestas, o modos de afrontar un determinado asunto o trabajo que por momentos tenemos entre manos y cuya falta de resolución bloquea la cabeza, o merma la capacidad mental, para desarrollar otras tareas. Por ello, existe una vinculación manifiesta entre el caminar como actividad física y la actividad mental que se realiza al caminar; y esa vinculación también tiene su eco en el idioma: así, no deja de ser curioso que en la lengua castellana encontremos el verbo vagar, en su acepción de deambular de un lado para otro y el verbo divagar, relacionado con el anterior, y referido al pensar sin orden u objetivo predefinido.
Caminar implica movimiento, desplazamiento, evolución, progresión, avance; quizás por ello también en el mundo espiritual, y en el religioso, se debe pasar por varias etapas hasta la plena realización del espíritu, normalmente en forma de felicidad absoluta (Felicidad del alma tras la muerte, claro; la del cuerpo hay evitarla para conseguir la del alma ¡Ay las religiones!); así muchas confesiones religiosas exigen a sus creyentes transitar por este “valle de lágrimas” para poder acabar knocking on heaven´s door1 , como dice la canción. Y qué decir del peregrinaje, que es la unión por antonomasia entre el caminar y la fe religiosa, caminar físico y caminar espiritual en busca del lugar sagrado en el que encontrar indulgencias varias y la expiación de los pecados; tanto es así que fue fuente de inspiración obras literarias medievales basadas en las peregrinaciones de sus protagonistas como los “Cuentos de Canterbury”, de Geoffrey Chaucer, o “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri. Casualmente yo conocí ambas obras durante el bachillerato (el añorado B.U.P.), la primera en las clases de inglés y la segunda en las de literatura, coincidiendo con el estreno de la película Seven, dirigida por David Fincher y estrenada en 1995, en la que el teniente William Somerset, interpretado por Morgan Freeman, recomienda la lectura de dichos libros a su compañero, el detective David Mills, al que da vida Brad Pitt, para que se instruya en los misterios de los siete pecados capitales y le sirvan de ayuda en la resolución del caso que tienen encomendado.
En el ámbito del Derecho, la aplicación de la ley y la impartición de justicia también están íntimamente ligadas a un camino, a un trayecto por el que hay que deambular hasta la resolución del conflicto: el proceso judicial que consiste, básicamente y resumiendo mucho, en la serie de actos jurídicos que se llevan a cabo para aplicar las leyes a la solución de un determinado asunto. El desarrollo normado del proceso judicial es la forma en que se concreta la actividad jurisdiccional, y esto es lo que se conoce como procedimiento judicial propiamente dicho. De todas las fases del procedimiento la más vistosa, la más llamativa y la que más se conoce es el acto del juicio, la vista, si bien no es más que una de las etapas por las que discurre la resolución del litigio. Los abogados, en cuanto que juristas, no solo actúan en procedimientos judiciales en el ejercicio práctico de la abogacía, y no solo se dedican a celebrar juicios, sino que su actividad se plasma en otras muchas actuaciones (asesoramiento, redacción de contratos, consultas, testamentos, gestión extrajudicial de cobros, etc.). Ahora bien, con lo que más se identifica la actuación de los abogados es con la intervención en juicio y, también aquí la literatura y el cine han dado para mucho. Solo la producción literaria de temática judicial de John Grisham da para una buena colección sobre el particular: Tiempo de Matar, El Informe Pelícano, El Cliente, Legítima defensa, El Jurado, Causa Justa, El último Jurado… entre otras muchas, contando casi todas ellas con su respectiva adaptación cinematográfica. Asimismo, la novela de Harper Lee, Matar a un Ruiseñor, que también cuenta con su propia película de 1962, quizás sea de las más recordadas.
Sin embargo, más allá del ejercicio físico, del camino de perfección espiritual o del proceso judicial, con lo que más se ha identificado siempre el caminar es con el discurrir de la vida, con el avance sin tregua del reloj, el inexorable paso del tiempo, y esta angustia existencial nadie la plasmó mejor que el poeta Antonio Machado:
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Notas.
1.- knocking on heaven´s door puede traducirse por “Llamando a las puertas del cielo” y es el título de una canción de la banda estadounidense de rock Guns N´Roses