Comer emocionalmente, es el uso que le damos a los alimentos como forma de afrontar las emociones en lugar de cómo forma de calmar el hambre.
A todos nos ha pasado alguna vez el hecho de comer emocionalmente, cuando hemos devorado una bolsa entera de patatas fritas sólo por aburrimiento o hemos comido una galleta tras otras mientras estudiábamos para un examen importante. Pero cuando esta conducta se hace habitualmente, sobre todo sin ser consciente de ello, comer emocionalmente puede afectar a nuestro peso, a nuestra salud y fundamentalmente, a nuestro bienestar general.
Uno de los principales mitos sobre comer emocionalmente es que lo desencadenan emociones negativas. Esto es debido en gran parte a la cantidad de películas que nos muestran a una persona triste, ansiosa o aburrida comiendo un bote de helado frente a la televisión. Sin embargo, comer emocionalmente, también se puede asociar a emociones positivas, como un banquete de boda, la comida de navidad con toda la familia, etc.
Los patrones de comer emocionalmente se pueden aprender: un niño a quien siempre se le da un dulce tras un logro importante puede crecer utilizando los dulces como recompensa por el trabajo bien hecho. Un niño que recibe galletas por dejar de llorar puede aprender a asociar las galletas al consuelo.
Por todo ello, una parte importante de comer emocionalmente es debido a lo que nos rodea en la sociedad y a lo que se aprende en la familia. Y justo por eso, no es fácil “desaprender” los patrones de comer emocionalmente. Pero es posible. Y el primer paso consiste en tomar conciencia de lo que está ocurriendo.
El problema de comer emocionalmente es que, en cuanto acaba el placer de comer, las emociones que lo desencadenan permanecen. Y a menudo te sientes peor por haberte comido la cantidad o el tipo de alimento que has ingerido. Por eso, es básico conocer las diferencias entre el hambre física y el hambre puramente emocional.
Controlar la conducta de comer para manejar tus emociones, implica encontrar otras formas de afrontar las situaciones y emociones que hacen que una persona se refugie en los alimentos.
Si tienes dudas sobre si comes por hambre o emocionalmente, puedes hacerte este tipo de preguntas:
Por ejemplo, ¿eres de las personas que llegan a casa por las tardes y automáticamente se dirigen a la cocina? Detente y pregúntate: ¿tengo realmente hambre?¿te cuesta concentrarte o estás irritable? Si estos signos apuntan al hambre, elige algo ligero y saludable para matar el gusanillo hasta la hora de cenar.
¿No estás realmente hambriento? Si la tendencia a refugiarte en los alimentos a la vuelta de casa se ha convertido en parte de tu rutina, piensa e en el porqué.
En consulta, lo que más se trabaja ante este tipo de problemas ante el descontrol de la comida es conocer el motivo de lo siguiente:
El porqué de estas conductas es la clave para obtener las pautas de cambio a la conducta dañina de la comida.
PSICÓLOGA CLÍNICA Y DEPORTIVA @inmaculadacruza