Todos en alguno u otro momento nos hemos sentido atraídos por lo prohibido, aunsabiendo que lo prohibido no es una situación correcta.s La pregunta es ¿por qué?
Desde tiempos remotos el ser humano siempre se ha sentido atraído por aquello que no está al alcance de su mano. Parece como si lo prohibido se revistiera de un halo de atracción irresistible para nosotros.
Desde el momento en el que nacemos, se nos van imponiendo límites morales, éticos y sociales. Los padres, el colegio, los amigos, etc nos van enseñando lo que podemos y lo que no podemos hacer. Son ellos, quienes nos delimitan esas líneas rojas que no podemos traspasar. Después, la sociedad sigue sumando límites en esa lista de prohibiciones que nuestro entorno más cercano nos ha creado.
Nuestra propia condición como seres humanos es la que nos empuja a experimentar aquello que se nos niega porque necesitamos conocer lo desconocido y valorar sus consecuencias en “primera persona”. Es el único modo que tenemos de repetir o renunciar por voluntad propia a actividades prohibidas, si éstas resultan o no realmente dañinas para nosotros.
Oscar Wilde decía –“la única forma de vencer una tentación es dejarse arrastrar por ella”.
Yo creo que hay otras opciones a valorar, puesto que si estamos informados de los pros y contras de las prohibiciones y se nos deja libertad para decir, en un gran porcentaje de ocasiones no se rebasan las líneas rojas de las que anteriormente hablábamos.
La trasgresión, el querer pasar esas líneas rojas fundamentalmente viene debido a cómo se realizan las prohibiciones, sin explicar los motivos de porqué. Por ello, acto seguido nuestro “lado rebelde del cerebro” se pone en alerta y quiere rebasar las demarcaciones prohibidas casi de manera isofacta.
Se ha demostrado que no sólo los genes pueden determinar el gusto o atracción por lo prohibido, sino que el mismo cuerpo, y de manera particular el cerebro, tiene un papel fundamental en el placer que sentimos al “transgredir” y disfrutar de esa tentación.
Un ejemplo claro de “atracción y placer por disfrutar de lo prohibido”, es comer chocolate. Todo el mundo conoce la mayor parte de sus efectos, beneficiosos y consecuencias, pero es un placer “controlable” hasta cierto punto, mientras no se convierta en “adicción”.
La trasgresión de lo prohibido provoca una sensación de bienestar fugaz, tan pronto como se realiza, expira y nos enfrenta con una frontera vedada y destruida.
Conclusión, por naturaleza queremos o deseamos cruzar los límites para conocer en nuestras “propias carnes” las consecuencias, esa adrenalina que genera el saber que se está haciendo algo prohibido. Por ello, es básico tener libertad de actuación, conocer los aspectos positivos y negativos que nos puede provocar y por último, pero no menos importante saber controlar esas pulsiones de rebeldía.