Huelga decir a estas alturas que la comunicación es lo que nos hace ser. Es la herramienta humana que nos permite vivir y convivir en sociedad; que nos ofrece la posibilidad de decir lo que pensamos, lo que sentimos, lo que deseamos, lo que añoramos, lo que odiamos… Son las palabras las que nos hacen poner los pies en la tierra y los pensamientos en la boca.
Huelga decir que todos lo sabemos, pero no está de más recordarlo, porque forma parte de ese mundo de intangibles que, como tal, solemos dejar a un lado. Los humanos somos muy de tocar para creer, muy de ver para entender, para sentir. Pero no logramos entender que las emociones no se ven, no se tocan y, sin embargo, son las que nos mueven en esta vorágine de mundo en el que vivimos. Son las que nos hacen sentir amor, tristeza, alegría, soledad, miedo, valentía, felicidad… Sin embargo, no conseguimos ver la importancia y la necesidad de aquello que no tiene volumen ni peso, pero que pesa en el nuestro interior; que no conlleva una forma definida, pero que aborda nuestras subjetividades, sensaciones y emociones.
Solo los que creemos en la existencia y en los efectos que ocasionan los intangibles sabemos que las palabras tocan. Nos tocan. Y de manera tan mágica que, lo que en un principio solo es aire, termina convirtiéndose en sonido. Y ese sonido que emitimos, esas palabras que pronunciamos son las que apoyan lo que sentimos, las que nos pueden llegar a causar una profunda alegría o la más honda de las tristezas. Su valor es incalculable.
Déjate acariciar por sus curvas y siente el poder de lo que no puedes ver.
¿Aún crees que no importan los intangibles?