Cuando se trata de comunicar, pensamos en palabras, en estilo, en figuras literarias con las que embellecer el texto. Pensamos en historias que hagan amena nuestra intervención. Pensamos en quedar bien, en brillar, en impresionar con lo que decimos y cómo lo decimos.
Pero si hay un elemento en el que pocos reparamos a pesar de su importancia en todo proceso comunicativo, tanto por su ausencia como por su presencia, ese es el silencio. Ese silencio que acalla almas y que permite que el sonido sea.
En un mundo cada más acelerado, donde las preguntas y las respuestas se cruzan casi sin mirarse, el silencio es la panacea de la comunicación. En Oriente, el silencio es considerado como un elemento de su desarrollo religioso y cotidiano, fuente de sabiduría y espiritualidad. Viven en el silencio para encontrar su paz interior. Los occidentales, sin embargo, sobre todo los clásicos, han hecho de las palabras su herramienta de poder y de saber.
Solemos tener miedo al silencio y no comprender el inmenso valor comunicativo que tiene. Cuando nos cuesta hablar en público, la inseguridad y el nerviosismo nos lleva a desear acabar lo antes posible. Por eso no es extraño que nos precipitemos, que olvidemos que el silencio es un arma tan valiosa como las propias palabras y acabemos por comunicar con menor eficacia. El empleo adecuado del silencio no consiste en no hablar, sino en decir las cosas en su debido momento y en callar cuando sea necesario. La clave es ser conscientes de la utilización de esos silencios y emplearlos para destacar ideas, para dar tiempo a asimilar conceptos o para romper la monotonía de una exposición.
Un buen silencio viene acompañado de multitud de sonidos, de esos que los humanos no pueden oír. De esos que nunca salen al exterior, sino que gritan en su interior.
Hay silencios que matan, pero hay silencios que te dan la vida. Silencios hueros y silencios repletos de significado, que llenan huecos y espacios. Silencios sinceros y silencios forzados. En cualquier caso, silencios que comunican, que hablan, que transmiten sentimientos, emociones, sensaciones… Porque el silencio es ese gran señor que se viste de gala cuanto más harapienta es la situación.
"Callábamos y en nuestro silencio
otro silencio enmudecía:
un maravilloso silencio
que en el silencio se escondía"
(J. Bergamín)