Hacia 1529 la hegemonía de Carlos V en Europa era indiscutible, la Liga de Cognac, creada por el Papa y el rey de Francia para frenar el imparable poder del monarca español se tornó en amargo fracaso. Hacía dos años que las tropas imperiales habían saqueado Roma y el mismo Papa Clemente VII hubo de tomar las de Villadiego hasta el castillo de Sant’Angelo, porque si no, creo que ese mismo día su santidad habría perdido la virginidad que aún decía conservar por detrás.
Unos años después Francisco I, con todas las de ganar y apoyado por Génova trató de expulsar a los imperiales de Nápoles. Cuando todo parecía resolverse en favor del gabacho, el viejo Andrea Doria dio un giro brutal a la situación, puso a la armada genovesa al servicio de Carlos V, traicionando a Francia y otorgando al emperador una victoria decisiva.
La firma de la Paz de Cambrai (con Francia) y Barcelona (con el Papa) ratificaron la posición de Carlos en el continente y suponía el cese momentáneo de los enfrentamientos entre las principales potencias católicas. El enemigo ahora venía desde Oriente. El turco.
Por las mismas fechas en que Francisco I organizaba la famosa Liga para hacer frente a Carlos, los turcos lanzaron una gran ofensiva contra Hungría, el último reino que hacía de muro frente al islam. Conquistar Hungría supondría ponerse a un tiro de piedra del Sacro Imperio Romano, de modo que el emperador quedaría atrapado y estrangulado por sus enemigos más poderosos, Francia y el Imperio Otomano. Este plan no era casualidad del destino, tengan por seguro que Francisco I se las ingenió para fraternizar con el enemigo de la cristiandad y plantearle tan exquisita propuesta. Y aunque el francés negó en todo momento ante el Papa y otros príncipes haber conjurado un plan que en el fondo atentaba contra la comunidad cristiana, no podía esconder las evidencias: cañones franceses en las galeras turcas, barcos con la bandera de la media luna ondeados en puertos franceses… Vamos, que la financiación a los guerrilleros afganos contra la URSS fue una broma al lado de esto.
Tras la batalla de Mohacs, el reino de Hungría se encontraba sin heredero, menguado y sumido en una guerra civil. El propio rey Luis II murió en combate contra los turcos sin dejar descendencia alguna, por lo que Fernando I (hermano de Carlos), gracias a su matrimonio con Ana de Jagellón (hermana del fallecido) logró hacerse con el trono, no sin antes luchar contra otros rivales que también pretendían la corona.
Europa y el poder Carlos parecían estar al borde del abismo, por eso el emperador trató de solucionar los problemas en el continente lo más rápido que pudo, para seguidamente dedicar todos sus esfuerzos a luchar contra el turco. Y así en 1529 levantó el sitio de Viena y expulsó a los invasores de sus dominios.
Durante todo este tiempo el Mediterráneo se había convertido en un hervidero de piratería sin precedentes, los berberiscos, ahora apadrinados por los otomanos, contaban con más medios que nunca para mandar a pique las embarcaciones cristianas, secuestrar a sus tripulantes y arrebatarles sus mercancías. En este quehacer tenía la voz cantante un corsario turco, H?z?r bin Yakup, los italianos lo bautizarán con un nombre más familiar, ¨Barbarroja¨.
En 1535 Carlos encargó a don Álvaro de Bazán y Andrea Doria una ofensiva naval contra el turco en el Mediterráneo occidental, para así aflojar un poco la presión a la que estaban sometidos, tuvieron tan buena fortuna que incluso tomaron Túnez y el propio Barbarroja hubo de huir como buenamente pudo. Pero esta hazaña no podía quedar sin respuesta, los turcos contratacarían y lo harían golpeando a Venecia donde más le dolía, en sus colonias y enclaves comerciales, de este modo reemplazaban las posesiones perdidas a manos de los imperiales.
Este hecho asustó bastante a Venecia y al resto de repúblicas italianas, que viendo las orejas al lobo se pusieron de acuerdo y requirieron al Papa para que organizase un Liga Católica que pusiese freno al expansionismo turco. Carlos V se subió al carro como era de esperar y encabezó la Liga junto al Papa. La suma de todas las fuerzas hubiese dado como resultado un ejército espectacular, pero una vez más, a la hora de la verdad el peso de la contienda lo llevaron los españoles.
Los desacuerdos y rencillas entre los comandantes de la fuerza cristiana llevaron a la Liga a ser derrotada en el estrecho de Arta frente a la sagacidad de Barbarroja. Más con todo esto, pudieron salvar la vergüenza y desembarcar en la costa de Dalmacia, donde conquistaron Castelnuovo. El enclave era una pequeña localidad fortificada situada en un lugar estratégico para Venecia, por lo que esta terminó reclamándolo, pero Carlos se negó. Había sido un contingente español el que había tomado la fortaleza, de modo que no lo cedería. Esto significó el final de la Liga.
Castelnuovo quedaba defendida por unos 4000 tercios, de ellos, gran parte habían pertenecido al Tercio Viejo de Lombardía, por lo que más curtidos ya no podían estar. A la cabeza del tercio se encontraba el maestre de campo Francisco Sarmiento de Mendoza. También contaban con la ayuda de algunos soldados griegos y unas pocas piezas de artillería y caballería. Y no es baladí mencionar que el capellán del propio Andrea Doria quedó en la guarnición.
La toma de Castelnuovo suponía tener una cabeza de playa importantísima para golpear de lleno al Imperio Otomano. Sin embargo, los hombres acantonados allí dependían de la flota imperial, y esta no es que hubiese salido muy bien parada frente a Barbarroja. Ahora dependían de ellos mismos hasta que alguien volviera por mar a socorrerlos, y tengan por seguro que los barcos que aquellos soldados vieron por vez primera tras su desembarco no portaban en sus enseñas una cruz.
Continuará