¨[…]España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
de dolor y de piedra profunda para darme:
no me separarán de tus altas entrañas,
madre. […]¨
Cuando Miguel Hernández escribió el poema Madre España, nuestro país zozobraba en un turbulento océano de guerra civil. La tempestad que desde hacía décadas habían ido gestando odio, miedo, cinismo e incomprensión, tardó en calmarse y no precisamente mediante un proceso que fuera agradable para todos, pero que si nació del mutuo acuerdo y entendimiento entre la gran mayoría. Hubo que olvidar rencillas de sabe Dios cuando, renunciar al rencor y a la venganza en favor de la concordia y construir ladrillo a ladrillo una nueva España modélica para todos.
Aquel cemento que unía los nuevos pilares de la democracia se ha resquebrajado y eso está a la vista, desde el estallido de la crisis no ha faltado quien haya aprovechado la situación para llevarse el gato al agua, y en estas intentonas tenemos el ¨Procés¨ que se ha ido creando con la excusa de ¨liberar al pueblo catalán¨ de las cadenas del Estado español. Lo que empezó siendo un juego de niños, apelando al romanticismo para dar vía libre a la corrupción más desenfrenada y blindarse de cara a la justicia, ha terminado por crear el típico imaginario emancipador de la alta burguesía. Un nacionalismo fácilmente mutable y alterable, que a fuerza de perder apoyos se ve lamiendo la idea ¨imperialista y opresora¨ que las CUP y Esquerra han conferido a España. Y a todo esto, ¿qué hacía el gobierno central? Nada, como de costumbre, cruzarse de brazos y esperar a que el conflicto se resuelva por sí solo.
El 3 de octubre a ojos de mucha gente, los independentistas parecían ratificar su ilegalidad a golpe de victimismo y manipulación de masas cuando aprovecharon la huelga convocada por la CUP desde el 23 de septiembre para dotarla de unos tintes más que diluidos, de los que se aprovechó la extrema izquierda ¨cupera¨ para campar a sus anchas cual milicia revolucionaria, señalando con el dedo a todo aquel que no comulga con el ¨Procés¨ y esgrimiendo una política de acoso y derribo contra las fuerzas del orden, sabiendo que el gobierno no movería un dedo, pero la ineptitud de Rajoy no representa el carácter de la mayoría silenciosa y el resto de españoles les hicimos ver que no estaban solos.
El sábado todas las grandes ciudades de España se llenaron de gente en favor del entendimiento y la legalidad, fue el pueblo el que soltó a los leones de las Cortes para que al día siguiente sacaran de sus casas a esa mayoría silenciosa y la guiara por las calles de Barcelona para que rugieran al unísono por la unidad de España y la vuelta a la cordura. Un millón de leones se lanzaron a la yugular de la locura y el radicalismo. Cataluña ha dicho basta y quizás por eso ayer el presidente de la Generalitat dictó un alto el fuego en toda regla, toca esperar…