La inteligencia emocional –“agrupa el conjunto de habilidades psicológicas que permiten apreciar y expresar de manera equilibrada nuestras propias emociones, entender las de los demás, y utilizar esta información para guiar nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento”-
Por ello, las características más destacadas de dicha inteligencia son entre otras, la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el objetivo planteado pese a las frustraciones que acontezcan, controlar nuestros impulsos, capacidad de empatizar con los demás, etc. El grado de dominio que alcancemos sobre estas habilidades será lo que determine el porqué ciertos individuos prosperan en la vida mientras que otros, con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida.
Cuantas veces nos hemos preguntado, ¿por qué esta persona puede hacer todo esto y yo no? En la Inteligencia Emocional, tenemos una de las claves. Sin embargo, la pregunta no es ¿tengo inteligencia emocional o no? Puesto que no hay emociones positivas ni negativas. Simplemente existen emociones como consecuencia de la respuesta de la persona ante una situación. Sólo que determinadas emociones son útiles y traen un beneficio al individuo y otras no. Ahí está el buen aprendizaje y desarrollo que hayamos tenido de nuestra inteligencia emocional.
Para comprender mejor el gran poder que las emociones tienen sobre nuestra mente, debemos conocer cómo ha evolucionado nuestro cerebro con el desarrollo de la especie. Es fundamental mencionar esto, puesto que la amígdala cerebral y el hipocampo fueron dos piezas clave del “primitivo cerebro”. El hipocampo registra los hechos puros, y la amígdala es la encargada de registrar el “clima emocional” que acompaña a estos hechos.
Nuestras emociones son básicas para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando —o incapacitando— al pensamiento mismo.
En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional, que es la capacidad psicológica medida por los test de inteligencia, y la inteligencia emocional. Nosotros necesitamos de ambas.
Regular las respuestas emocionales se puede aprender, puesto que es una señal de madurez y de inteligencia. Cuando somos pequeños, no regulamos nuestra respuesta emocional, simplemente la expresamos. Por tener una corta edad, socialmente se acepta, y se perdona este tipo de "sinceridad" en las respuestas emocionales de los niños y las niñas pequeñas. Y a medida que se van haciendo mayores, el índice de tolerancia ante esta inmediatez en las respuestas va disminuyendo hasta llegar a la madurez, cuando socialmente se exigen la regulación emocional. Con su aprendizaje conseguimos equilibrar dos fuerzas opuestas. Por un lado, la necesidad biológica de la respuesta emocional, y por el otro, la necesidad de respetar determinadas normas de convivencia.
Los resultados de estudios psicológicos, han demostrado que interiorizar las emociones, puede llevar a un deterioro de la salud física y mental, donde puede aumentar los niveles de estrés y producir, hipertensión, aumento o pérdida de peso, insomnio, etc.
Conclusión, cuando nos encontremos en un momento donde “no vamos ni para delante ni para atrás”, donde “todo lo vemos con poca luz”, reflexionemos si hemos colapsado nuestras emociones, y si nuestra inteligencia emocional no puede ejercitarse como le gustaría.
Para ello, trabajemos y aprendamos a fortalecer nuestra inteligencia emocional.
PSICÓLOGA @inmaculadacruza