Si nuestra vida ha cambiado, la sociedad y la economía también, y lo hacen a una velocidad de vértigo. Nos encontramos en la cuarta revolución industrial donde debemos encontrar nuestra posición en la cadena socio-productiva, a nivel colectivo e individual. Solo así aportaremos valor y utilidad al entorno global.
El futuro ayer fue presente. Una pregunta puede ser cuantos datos recibimos y generamos al cabo del día. La respuesta puede ser complicada. Un 40% de la población está online en 2014, lo que significa que hay un 60% que no tiene acceso a internet. La siguiente cuestión es para qué, cómo nos ayudan y si son accesibles.
Cierto es que lo analógico casi pasó a mejor vida y por tanto la economía basada en lo analógico casi también. Lo digital se ha convertido en un medio indispensable que tiene múltiples ventajas, pero también inconvenientes. Es cierto que reducen las cadenas de valor, pero también deja a la luz aquellas piezas que no generan beneficio, es decir la parte más débil. De aquí la pregunta de la utilidad.
Si en las primeras revoluciones industriales se tardó en conducir la máquina de vapor, organizar la cadena de montaje o aprender y cultivar las tecnologías, en la revolución que vivimos hoy en día (denominada por los expertos industria 4.0) ya no vale hacer lo mismo. Necesitamos otros manuales, otros instrumentos, pero también otra gestión y gestores que acompañen el modelo, que conduzcan a la modernidad desde una perspectiva de progreso social justa.
Solo así despertaremos y actuaremos ante los cambios que se están produciendo y ante los que la sociedad no refleja reacción ( lo dicen los estudios del CIS, donde los datos que no se ponen ya casi dicen más que los que se ponen ).
El cambio de modelo se sigue produciendo y necesitamos que no exista fractura social ni económica. Porque la hay, y la segunda está multiplicando la primera. Vemos como la crisis ha puesto bajo los focos los defectos de la economía, especialmente la del sector financiero. Hay dos caminos de salida, el que tenemos o el que queremos.
El nuevo modelo que se imponga debe buscar más competitividad pero también más igualdad y solidaridad, y las estrategias deben reforzar un crecimiento equilibrado económica e industrialmente que sean capaces de frenar las injusticias.
Una de las claves es construir una sociedad donde no haya tantas diferencias de renta. Aquí hay que mencionar las afirmaciones del economista Cowen, que dice que en estos tiempos se está perdiendo un elemento clave que aporta equilibrio al modelo, la clase media. Explica que durante los últimos años los sueldos de un trabajador medio han disminuido en casi un 30 %, o bien han desaparecido. Ahora podemos discutir si dicha cuestión es consecuencia de la tecnología o por decisiones políticas que favorecen determinadas actuaciones. Lo que es cierto es que solamente se puede componer un proyecto de sociedad equilibrado desde un punto de vista social, de justicia y de progreso, y no con políticas que extenúen deliberadamente a los más débiles tal y como sucede en la actualidad.
Por tanto es más necesario que nunca establecer una serie de medidas, desde el máximo diálogo social posible, que reduzcan las diferencias entre las rentas y frenen el aumento de la remuneración del capital mediante unas políticas fiscales colaborativas. En definitiva premiar la forma de generar trabajo frente a la de especular.
Estas medidas deberán servir de base para el nuevo modelo y se reflejará de nuevo en los presupuestos y en su equilibrio, de manera natural y no artificial. Sino los beneficiarios de la investigación, la educación, la sanidad, la dependencia, la cultura o el empleo seguirán siendo los más castigados de la crisis bajo el paraguas protector de políticas neoliberales que tratan de beneficiar a los más poderosos. Así se concebirá un nuevo y mejor Estado del bienestar que será la columna vertebral del nuevo modelo productivo.
Tales actuaciones también permitirán dar margen a las políticas de los gobiernos que estén por la labor, para que no tengamos la sensación de que nos gobiernan desde otro lado. Además de poderse impulsar una inversión pública coherente, una política territorial acorde con los tiempos, una fiscalidad redistributiva y real, estrechar el control sobre el sector financiero, mejores y mayores medidas en todos los ámbitos de progreso, iremos saliendo de la depresión colectiva en la que nos encontramos.
Todos debemos despertar y participar en el cambio, y aunque lo virtual se confunda con lo real, lo más complicado y lo que más necesitamos es voluntad y ganas para seguir evolucionando y progresando y no retrocediendo, ese es el desafío. Oportunidades hay.
Juan José Maldonado Briegas.