Idílico, al menos para mi gusto. El canto del gallo se cuela al unísono acompañado de la primera claridad por una habitación blanca, generosa en tamaño, tanto como el salón de mi casa, con ventanas de madera blancas, postigos blancos y contraventanas blancas que he dejado abiertas a propósito esperando que el despertador natural funcione. Y lo ha hecho. Estoy en Monsanto.
Faltan unos minutos para las siete de la mañana y yo no quiero entregar las armas aún. Me retuerzo y estiro mientras disfruto del lugar y el momento. Empiezo a hacer...
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