Son tiempos de análisis, reformas, teorías, estrategias, recortes, gurús, iluminados, estrellas y estrellados... Abundan las tesis sobre dónde, cómo y cuándo, hacia dónde y para qué y hasta el porqué de las empresas y los empresarios. Es época de nuevas palabras que designen nuevas experiencias o incluso viejas realidades: reinventarse, internacionalizarse, excelencia, innovación, competitividad... Y sin embargo, ante el riesgo de que reinventarse sea un eufemismo de fracaso –inaceptado, socialmente reprobado, financieramente desahuciado- o internacionalizarse un paso para emigrar, más que teorías, salidas o soluciones, expongo y propongo una leyenda, o tal vez el futuro del pasado: el circuito de la satisfacción. Calificarlo de teoría podría sonar pretencioso y arriesgado, llamarlo sueño o aspiración demasiado ingenuo. Cada leyenda tiene su parte de verdad, su fuente de inspiración, un origen en una historia, una trayectoria o una experiencia.
Este circunloquio proyecta un planteamiento tan evidente como complejo que se manifiesta en diversas vertientes de la faceta empresarial: el liderazgo, la gestión, la dirección, la comercialización, la estrategia, los recursos humanos y la organización en general. Así, generar y crear un marco de satisfacción en la esfera interna de la empresa -esto es, en los que forman parte de ella: socios, directivos, empleados, proveedores, etc. y protagonizan su ser y su sentido- lleva aparejado necesariamente un efecto positivo hacia quienes se acercan a su contenido, a su propuesta, y a los que apuestan por sus prestaciones: los clientes. De igual modo la satisfacción de estos últimos con la empresa y su oferta y su desempeño redundan en consolidar una corriente positiva, que nos conduce hacia el último pero no menos importante de los vértices: la propia empresa, entendida como marca, persona jurídica, concepto comercial y como el conjunto de la idea, la iniciativa y su ejecución. De modo que se aprecia un triángulo perfectamente definido: empresa-empleados (en sentido amplio e incluyendo al empresario como primer o último trabajador de su propio proyecto)-clientes. Y en este dibujo un objetivo: establecer una corriente incesante de satisfacción recíproca que vaya acelerándose de modo intenso hasta acabar por hacer girar el triángulo como rueda o como un molino de viento.
En este punto del planteamiento la clave se sitúa en identificar y definir los motivos de satisfacción, de positivismo, de felicidad pura y dura de los elementos del triángulo, es decir: lo que lleva a cada vértice a sentirse bien con su posición y su realidad. Entonces cabría también una recomendación: huyamos de las suposiciones, incluso de las teorías y asumamos que no valen libros de instrucciones cuando se trata de personas, ilusiones, expectativas, creatividad, objetivos, necesidades... Alcanza todo el sentido y la importancia una comunicación sana, honesta y fluida, en definitiva preguntar y preguntarse: ¿Cómo y qué quiero de la empresa y/o en la empresa? La respuesta en cada caso sería única y distinta pero de ellas obtendremos el marco y el motor para avanzar, crecer y gestionar, y una información de incalculable valor para abordar el destino, que no es otro que caminar como empresa.
En este contexto adquiere una singular dimensión cuestionarse aspectos tan de moda como la flexibilidad interna en las empresas, tratando de disponer una perspectiva más madura a la hora de ponderar medidas, reformas y hasta enfoques empresariales, laborales y profesionales. Y es que, en un determinado ser empresario, el más auténtico y plausible, la garantía no está en el precio del despido sino en el aporte del valor e implicación y compromiso del empleado. De este modo el despido del empleado comprometido, implicado y que aporta valor sería la última estación de un via crucis mucho más profundo y su coste mucho mayor que tantos o cuantos días de indemnización. Desde el otro lado, el empleado que consigue su desarrollo personal y profesional en la empresa se siente parte de ella hasta el punto de no plantearse cómo se baja sino cómo se sube. Todo esto que podría sonar a ingenuo buenismo, tiene conceptos bisagra que lo sostienen: compromiso, transparencia, responsabilidad, confianza y reciprocidad. Definiendo estos elementos en el origen y mimándolos continuadamente obtendremos una base mucho más sólida, armónica y flexible que la propiciada por una disposición normativa y, por supuesto, creará un eje fiable para afrontar contingencias y conflictos, que surgirán debido a estar ante una estructura viva, en evolución y constante progreso. El matiz emocional es potente, también el contenido vocacional, pero es un proceso que se entrena desde la necesaria y original identificación etiológica, en los principios y los valores.
Ante todo esto, el paso siguiente es reivindicar un sistema que regule, intervenga o castigue sólo la excepción: el empleado desconectado e irresponsable o incumplidor y el empresario despótico, egoísta y aprovechado. En definitiva, un sistema u ordenamiento que nos trate como adultos empresariales y laborales, y que no articule niñeras o institutrices institucionales u organizacionales para vigilar o adoctrinar nuestra conducta. El objetivo es retador: cambiar lo que somos; y tal vez haya que empezar por modificar lo que hacemos, aunque creo más eficaz comenzar a revisar y resetear lo que pensamos. Esto último tiene su fase embrionaria en los conceptos con su semántica y la interiorización consiguiente y por ello el camino debe jalonarse de empleados-emprendedores y de visionar y reconocer al empresario como el primer o último trabajador de la empresa, de superar la anestesia de la meritocracia pura y dura en la que andamos acomodados, de asumir que emprendedor es, en parte, un eufemismo innecesario de empresario pues no hay empresario sin emprendimiento, de no olvidar el contenido y componente vocacional de todo y pensar que el emprendimiento sea sólo una salida de emergencia, sino desarrollo vocacional del potencial y el talento particular; generar y formar líderes más allá de jefes, y optar por la dirección por encima del mandato identificando modelos válidos, accesibles y asequibles.
Y al final o al principio, como piedra angular o como losa descorrida de ese sepulcro de incertidumbres, hiper-regulaciones, doctrinas, medidas, protecciones o privilegios, beneficiados o perjudicados... algo tan sencillo como la búsqueda de la satisfacción en el marco de la empresa y con una tarea: un ejercicio de madurez colectiva, porque las respuestas están en nosotros.