En 1960, Extremadura alcanzó el más alto número de habitantes de su historia: 1.406.780 habitantes. Había sido tras un crecimiento sostenido a lo largo de todo el siglo (y los anteriores), con un ritmo incluso ligeramente superior al de España en la progresión. Sin embargo, a partir de esa fecha, todo se quiebra y se inicia un proceso irrefrenable en que Extremadura irá perdiendo población en todo el resto del siglo XX, especialmente en los fatídicos años sesenta y primeros setenta, a causa de una masiva, hemorrágica migración, que se llevó de su suelo al 40% de sus habitantes: los jóvenes en edad de producir y reproducirse, con lo que se envejeció nuestra pirámide de edades, que tradicionalmente había sido más joven que la del resto del Estado.
El que en los primeros años del siglo XXI tuviéramos una subida en el número de residentes (de 1.069.420 en el año 2000 a 1.107.220 en 2010) se deberá a un hecho insólito: la llegada de inmigrantes extranjeros, en número de 50.000 nuevos residentes en esa década (el total de España sube a 5.000.000), algo que con la crisis de 2008 se tuerce de manera radical, perdiendo de 2010 a 2016 quince mil de esos residentes extranjeros (para el total de España subiría a 1.300.000 el saldo de pérdidas).
Con todos estos datos en la mano, vemos que Extremadura tiene en la actualidad una población parecida a la que teníamos en 1920: poco más de un millón de habitantes, pero con una salvedad, ya que mientras en aquellos “felices veinte” teníamos un potente crecimiento vegetativo positivo (20 nuevos habitantes anuales por cada mil), ahora estamos en crecimiento alarmantemente negativo: -2’24 por mil anual. O sea, entonces se iba a una “región de jóvenes” en crecimiento, ahora estamos en una “región de ancianos”, con recesión poblacional.
Cierto que al resto de España no le va muy boyante, pues la contención de los nacimientos y las salidas migratorias afectan a todos de manera tremenda; pero aún el crecimiento vegetativo está casi “en tablas”: 0’005 por mil anual.
El futuro demográfico en general es bastante pesimista, pero por lo que a Extremadura se refiere no puede ser más negativo. Y tengamos en cuenta que nuestra densidad poblacional es de 25’92 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que el global estatal es de 92’15, o sea que tenemos 3’5 veces menos poblado el territorio, rozando en muchas partes el “desierto poblacional”.
Este es, seguramente, nuestro principal problema. Y debería ser una preocupación primordial para todos, y especialmente para los dirigentes políticos, que deben generar dinámicas de atracción poblacional en un pacto con empresarios y sindicatos; con pequeños y medianos empresarios; con autónomos; con antiguos emigrantes y sus descendientes dispuestos al retorno productivo; con el gobierno central que debe dar cumplimiento a las disposiciones de compensación interterritorial para hacer competentes nuestras infraestructuras de comunicaciones, de polígonos de desarrollo, de potenciación de las áreas rurales, de la producción de calidad de producción autóctona… ¡Mucho por hacer para que este “encefalograma plano” del millón de habitantes que venimos sosteniendo en los últimos cuarenta años reinicie la ascensión que ya tuvimos en los sesenta primeros años del pasado siglo.