Dentro de esa serie de rostros populares que se deslizaban por el escenario de la pequeña capital de provincia que conformaba el Cáceres de Aquellos Tiempos, se encuentra, también, la imagen de los guardias municipales como una estampa familiar, de orden, y por qué no decirlo, temida siempre por los más pequeñuelos en sus juegos y travesuras que, tal vez, violaran las normativas municipales, como era echarse un fío en la calle. Y ante cuya presencia, para no engañarnos, adoptábamos un comportamiento de quien no hubiera roto un plato en su vida.
A los agentes municipales también se les denominaba como guindillas, porque los primeros municipales llevaban un sable y un bastón o vara como armas reglamentarias. El sable iba envainado en una trincha de color rojo, similar a la guindilla.
El más conocido sin duda de la saga de la guardia municipal, o botes, era el famoso cabo Andrés Martín Piris, a raíz de aquel episodio sobre la Maja Desnuda, y, lo mismo que otros como Miguel Blázquez Cercas, nacido el 25 de noviembre de 1924 en la localidad de Aldeacentenera.
Miguel Blázquez Cercas, Guardia Municipal en el Cáceres de Aquellos Tiempos.
Miguel Blázquez, que supo de las durezas del panorama del campo, allá en sus vacaciones en el pueblo, aprendió de su padre, guardia municipal, las particularidades del cuerpo preparándose para el ingreso en el mismo. Una vez aprobada la oposición correspondiente, con el número dos de su promoción, estuvo durante un pequeño tiempo de servicio con un guardia veterano, casualmente su padre, e ir aprendiendo el celo del desempeño de su cometido así las obligaciones y responsabilidades derivadas de su uniforme y de su misión. Un tiempo en el conoció con el mayor celo el distrito en el que desempeñaría su trabajo, pues Cáceres, entonces, se encontraba dividida en distritos proporcionales.
Unas jornadas de ocho horas, en turnos de seis de la mañana a dos de la tarde, de dos de la tarde a diez de la noche y de diez de la noche a seis de la mañana, y descansando un día por semana.
Pasado ese tiempo de conocimiento del distrito y de sus tareas, le destinaron al distrito correspondiente, con tan buena suerte que, viviendo en la calle Sande, permaneció unos primeros meses destinado en el área de la zona de la parroquia de Santiago. Domicilio al que se llegaba a la hora del bocadillo, como se conocía el alto a media mañana, recuperaba fuerzas y a vueltas con su trabajo.
Barrantes, Sebastián Rico, Tomé, Merino y otros Guardias Municipales. Años 50.
En sus servicios dirigiendo el tráfico fundamentalmente ocupaba el de la Plaza Mayor a la altura de la Gran Vía, o en la calle de San Pedro, enfrente del Gran Teatro, y en la Avenida de España, enfrente del quiosco Colón. También solía haber otro puesto de guardia de circulación en el cruce de la Avenida de España con General Primo de Rivera, en la Plaza de San Juan y en la Avenida de España a la altura de la Fuente Luminosa, y también la Cruz de los Caídos. También en algunas ocasiones se ubicaba un guardia en la Plaza del Duque, y, en ocasiones especiales, corridas de toros, romerías, etc, ocupaban lugares cercanos.
Asimismo cambió, de modo alternativo, entre otros distritos, lo mismo que, durante un tiempo, asistió en labores de despacho en el despacho de la Guardia Municipal y cuyas dependencias se encontraban en el Ayuntamiento, atendiendo
consultas de los ciudadanos, dando parte de las correspondientes incidencias al Jefe de Servicio, que solía ser un cabo.
El guardia Sebastián Rico Redondo tomando nota de una “recetilla”...
Entre otros cometidos los guardias tenían las funciones de cuidar y velar por el orden público recorriendo las callejuelas y plazoletas de su distrito, evitar la mendicidad, los actos vandálicos, las travesuras de los más pequeños, el buen comportamiento ciudadano... Y es que la sola presencia del guardia municipal ya hacía que el viandante se esmerara en su comportamiento.
Como los tiempos se andaban difíciles y la vida, para no engañarnos, estaba cara, y por encima de la soldada y nómina de los guardias, que, al menos, ya
formaban parte de la seguridad en la Administración municipal, los mismos en sus tiempos libres ejercían de cobradores de seguros puerta a puerta, sastre, repartidor de lejías con motocarro, hortelanos, vendedores ambulantes de cuadros, electrodomésticos a plazos, pintores de brocha gorda, albañiles por cuenta propia, a quienes se conocía como chusqueros, carpinteros... En el caso concreto de Miguel Blázquez el mismo contaba con una peluquería de caballeros. Como Sebastián Rico Redondo, natural de Botija, hacía, en ocasiones, labores de sereno, y ejercía de pintor de brocha gorda, que pintaba, además, los pasos de cebra, junto a otro guardia municipal, Joaquín Holgado Cebrián, (Cáceres, 1926), conocido como Potaje, y que sacó el número uno de su promoción. Otros guardias y, por tanto, rostros conocidos, eran Eustaquio Reguero, que llegó a cabo, que llevaba un puesto de charcutería en el Mercado de Abastos, los hermanos Joaquín y Aquilino Barrantes Cortés, que se dedicaban, asimismo, a temas de cuadros y fotografías, Alvaro Solís Jiménez, (Zarza de Montánchez), mutilado de guerra, que también era hortelano, Antonio Holgado, al que conocían como Potaje, el Rico...
Carnet de Policía Urbano de Miguel Blázquez Cerca (1964)
Los uniformes eran el clásico azul marino para invierno y verano a lo largo de muchos años... Distinguiéndose, sobremanera, el casco blanco.
Unos guardias que, claro es, siempre llevaban consigo su Libreta de Denuncias, con su bolígrafo y papel de calco, para proceder a dar parte de las multas e incidencias de notificación que se estipulara oportuno por parte de los mismos en el cumplimiento de velar por el orden y las buenas maneras en la pequeña capital de provincia: Abusos, denuncios a descuideros, robos, jugar a la pelota en la vía pública...
El caso es que los guardias, guindillas o botes eran servidores del orden público y que velaban, como siempre, por la mayor y mejor normalidad en la ciudad.
Otros Agentes Municipales, y, por tanto, todos ellos muy conocidos en Cáceres eran Palomino, que también trabajaba de empleado en la gasolinera de Montebola, Alejandro Holgado, que también ejercía de sastre, por lo que le conocían como “La Ultima Puntada”, Pedro Holgado, hermano del anterior, Santiago Polo, a quien apodaban “El Sierrafuenteño”, por ser natural de dicha localidad, los Corrales, que eran padre e hijo, Cotallo, que era cabo de tráfico y que también tenía un pequeño taller de carpintería, el cabo Barrantes...
Joaquín Barrantes Cortés dirigiendo el tráfico en verano...
Asimismo también estaba la Guardia de Gala, conocido como los del Plumero, que estaba formada por los más altos y de mejor aspecto físico, luciendo plumeros sobre el casco, guantes blancos, cordones de hombro a pecho, manguitos blancos, y que solían desfilar y estar presentes en todos los actos oficiales como desfiles procesionales, etc.
Con los guardias andaba bastante el Sabanilla, que era el lacero de recogida perros que estaban abandonados por la calle o que a quien llamaban sus propietarios para sacrificarlos por estar enfermos o demasiado viejos
Agentes Municipales o Guardias Urbanos que honraban a su patrona, la Virgen del Carmen, entre otros actos, con una misa en la iglesia de Santiago, y una cena y baile en la explanada de los Talleres Municipales.
Hoy, pues, este recuerdo va por y para ellos, como servidores municipales.
NOTA: Las cuatro primeras fotografías han sido cedidas por Juan Miguel Blázquez Nieves y Cristina Rico. La última está captada del blog “Cáceres en el pasado”.