Finalizado septiembre ya ha regresado a sus lugares de residencia habitual la práctica totalidad de los emigrantes que han pasado sus vacaciones estivales en los pueblos de la Extremadura, de su ausencia y presencia, en la que un buen día les nacieron.
En esos municipios se derramaron lágrimas de acidez humana, que aún riegan los caminos, cuando aquellos muchachotes de los cincuenta, sesenta y setenta, se largaban a buscarse la vida fuera del pueblo porque en sus municipios no tenían futuro.
Con tanta fuerza caía la tormenta de la sangría migratoria, que derrumbó tantos pueblos extremeños, que en 1977, el pedagogo cacereño Adolfo Maillo García, maestro rural, Secretario de la Junta Central contra el Analfabetismo, representante español en la Conferencia Internacional de Instrucción Pública, me invitaba a la presentación de su ensayo “Extremadura en la encrucijada”.
Un minucioso estudio, cuajado de arraigo regionalista, de dolor y reto al tiempo, sobre la fuerza de Extremadura y la diáspora, que se abría con esta dedicatoria: “A los extremeños “humildes” que de 1950 a 1970, mientras los Planes de Desarrollo enriquecían otras tierras, se vieron forzados a abandonar la suya, para buscar en lejanos horizontes, con duro acomodo, posibilidades de supervivencia, a costa de dramáticas renuncias y crueles abandonos”. Un libro que deberían leer muchos.
Paulatinamente las estructuras estatales habían configurado una política de polos de expansionismo industrial, con preferencia, claro, en Cataluña, el País Vasco y Madrid, donde se reclamaban brazos de otras regiones para levantar a pulso las Comunidades citadas, con el sudor emigrante, mientras sus pueblos se hundían. ¡Qué desigualdad de supuestas igualdades ante el futuro del país…!
Aquellos mozalbetes, esperanza de sus municipios, sentían el alma desgarrada de dudas, porque lo que les atraía era el aliento del hábitat en el que se habían criado, la familia en toda su amplitud, los senderos de las estampas vecinales y amigas, el paisanaje y los paisajes, los horizontes, las tradiciones lugareñas y típicas con sabor a historias y leyendas con una sensibilidad de diversas tipologías, desde la niñez hasta ese día que partirían hacia un mundo desconocido...
¡Cuántas luchas, sudores, trasiegos y recuerdos en la dinámica existencial del emigrante, que casi se morían de pena en el último abrazo a los padres, a los hermanos, a los tíos, a las gentes, haciendo de tripas corazón y a ver qué pasaba con el destino...! Al medio un inmenso reguero de llantos y nostalgias, que acompañarían, por un lado, al emigrante; por otro, a los que se quedaban, confundidos unos y otros en el barrizal de la vida.
-- ¿Por queeeeeeeé? – se preguntaban.
Solo respondía el eco, como queriendo impulsar una oleada de silencios que dolían y aún siguen oprimiendo, tantos años después, el corazón y el alma de quienes emigraron y de cuantos trataban de sostener las paredes del pueblo.
¡Pobre Extremadura, tan repleta de rutas migratorias, de contenciones despavoridas, de resignaciones sempiternas, de ausencias de nuestros jóvenes, que tenían que largarse de la tierra donde les parieron, arrancándoles de sus lugares, en los que pegaron el estirón del crecimiento en el paso de los años...! ¡Qué pocos son los que, sin haber palpado en su alma la crueldad de las despedidas, sientan el escozor eterno que se arrastra con aquellos adioses de abrazos, con la cara pegada en el hombro ajeno, la respiración contenida y el pálpito de una separación sin fecha, tan siquiera de esperanza...!
El proceso migratorio dio unos pasos demoledores en aquellas décadas en las que unos marcaban el destino de otros. Ya podría haber sido al revés y que hubieran llegado hasta los fértiles campos extremeños tantas miles de personas como las que se fueron, y aupar nuestros destinos a un futuro mejor en toda Extremadura, que aún sangra por la herida de la emigración.
Las cifras demográficas señalan cómo la Extremadura de hoy cuenta tan solo con 6265 almas más que las que poblaban la región en 1920, 1.064.318, cuando España ha pasado de 22.012.663 personas de hace 98 años año a los 46.659.302 habitantes de hoy…
El emigrante, entonces, apoya la cabeza en el sofá, cierra los ojos y cabalga, la imaginación desdibujada en su pueblo, pintarrajeado en el techo de la ausencia, con aquellos surcos en los que ahondaron sus manos hasta rajarlas entre carámbanos, por aquellos andurriales que tanto patearon aprendiendo todo sobre la agricultura y la ganadería, con unos hurones por las madrigueras de los conejos, por aquellas cocinas que elevaban el vaho y el rumor de cocidos, gazpachos, pucheros, rosquillas caseras, por aquellas callejuelas y plazoletas con olor a mucha vida, por aquellos ¡arre! a las bestias herradas con las que cabalgaban arrancando el fruto de las entrañas de la madre tierra...
Pero quedaba claro que la apuesta de quienes dirigían el país no iba, precisamente, por el sector rural, que tantos esfuerzos había generado, a lo largo de la historia, en los pueblos extremeños.
¡Qué contradicción, Señor...! ¿Y ahora, qué…?
Y allí está la pobre anciana, sola, sacando el pañuelo desde la bocamanga de la rebeca.