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Cacereños populares: Antoñita, la comadrona

06 septiembre 2018

Cacereños populares: Antoñita, la comadrona

“Antoñita, la Comadrona, fue otro de aquellos personajes humanos y populares en el Cáceres de Aquellos Tiempos”.

En el Cáceres de Aquellos Tiempos, años cincuenta, sesenta, setenta…, uno de los nombres más populares era el de Antoñita, la Comadrona. Una mujer plena de vitalidad, que ayudó a nacer a muchos cacereños, y que hoy, a sus 95 años, contempla, serenamente, el paso de la vida…

Antonia María de la Cruz Catalina Fernández Hidalgo (Madrid, 1923), la tercera de los cinco hijos del matrimonio de Juan Francisco, de León, y Sebastiana de Melilla, llegó de forma casi fortuita a Cáceres, tras la finalización de la Guerra Civil, junto a su madre, tras el fallecimiento del padre de Antonia, a instancias de Rafael Saavedra Rosado, capitán del Ejército, primero en Africa y, posteriormente, entre Plasencia y Cáceres, que estaba casado con una hermana de la madre de Antoñita.

Al ser trasladado a Cáceres se hizo cargo de toda la familia y haciendo el traslado en un camión del Ejército, en aquellos años más que complicados tiempos.

Antoñita vivió, al principio, en las casas militares que se habían edificado en las cercanías de la Plaza de Toros, donde el Instituto Nacional de Higiene, haciendo esquina con la carretera del Casar, para trasladarse posteriormente al número 52 de la calle Margallo, antes Moros.

Una joven inquieta, abierta, social y plena de proyectos, como tantos y tantos, que cursó el bachiller en el Instituto “El Brocense” para, posteriormente, proceder a los estudios de Practicante y Comadrona en Salamanca.

Nada más obtener el título entró a trabajar en la Casa de la Madre donde, desde el principio, dio muestras de una cualificada preparación y disposición, asistiendo, en su condición profesional, al nacimiento de muchos niños cacereños de aquellos tiempos, a la vez que se iba ganando poco a poco cordialidad y buenas relaciones con el equipo médico, con las madres parturientas, familiares y otros.

De tal forma que, paulatinamente, comienza a multiplicar su actividad en diversas clínicas y, también, de forma particular, ejerciendo, además, de enfermera.

Una chica de su época que asistía a los bailes, que paseaba por esos lugares de siempre y con preferencia por el largo hilo social y humano que se desliza entre la Plaza Mayor y Cánovas arriba, que asistía con frecuencia al cine y al teatro, que le gustaba comprar gambas en aquel puesto ambulante en la esquina de Pintores con la Plaza Mayor y asistir al Círculo de Artesanos, entre otras actividades.

Una etapa en la que conoció al cacereño Juan Fajardo, (Cáceres, 1919-1960), hijo de un guardia municipal de Cáceres y con una fonda en la Plaza Marrón, futbolista del Club Deportivo Cacereño, en la demarcación de interior derecho, que compartía alineación con Perete, Cayetano Martínez, Barbero, Mangut y otros, llevando tardes de gloria, de pelea y de sudores al viejo campo de Cabezarrubia. El mismo también ejercería como funcionario del Instituto Nacional de Previsión. Y con el que contraería matrimonio, del que nació ese cacereño cordial que es Juan Antonio, que todos conocemos como Juanonio, que aún forma parte del Orfeón Cacereño, escribe relatos, a caballo entre vivencias y tradiciones, y que cuida de su madre con esmero.

Antoñita no paraba entre sus atenciones a las tareas familiares, hogareñas y profesionales. Era, solía decir, un no parar, y tras sus largos horarios en los trabajos respectivos contaba con disposición y ánimo para asistir a parto. Lo mismo en Aguas Vivas que en Pinilla o en Las Minas. Y allá que se tomaba el taxi de Eulogio Saavedra, su cuñado, taxista, y se presentaba con una cajita metálica con el instrumental adecuado, los forceps, el fonendoscopio y otros varios, así como una libreta en la que procedía a apuntar todas las anotaciones adecuadas y que iban desde el nombre y edad de la parturienta al nombre del ginecólogo, el tipo de parto, si normal o diptópico y unos cuantos datos más…

Ya, por aquellos tiempos, Antoñita colocó en la fachada de su casa el curioso rótulo en el que se leía “Profesora en Partos”.

También compartía tiempos de ocio en las tertulias con sus tías, con sus familiares y amigas, como las comadronas Lucía, Avelina y Pepita y, también, con ese gran cacereño, practicante, y de manifiesta relevancia social, como fue Jesús Asunción, un todoterreno del humanismo social y popular, lo mismo que le atraía la televisión.

Fruto de su competencia y buenas prácticas y relaciones fue Jefa de Enfermería en la Clínica del Trabajo, y además, también asistió en sanatorios como Nuestra Señora de la Consolación, del doctor Juan Pablos Abril, la clínica del 18 de Julio, la de la Cruz Cruz Roja, la del doctor Andrés Merás, y con nombres de relevancia en la ginecología cacereña como José María de Sande, el doctor Cabezas Coca, Gonzalo Mingo, padre e hijo, el doctor Blanco Corisco, Sofía Coca, el doctor Cabezas Coca…

Un rostro, una imagen y una capacidad de servicio la de Antoñita, la Comadrona, que permanece latente en muchos cacereños de hoy, a quienes vio nacer antes que nadie, y todo un pasaje, cuajado, quizás, si me lo permitís, nunca mejor dicho, de vida, y que hoy continúa viendo desfilar el paso del tiempo con el marchamo paulatino de esta capital de provincias que es, sencillamente, Cáceres…

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