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Vasco Porcallo, indiano extremeño

16 agosto 2018

Vasco Porcallo, indiano extremeño

“De conquistas y amoríos del indiano cacereño Porcallo, fundador de la villa de la Santísima Trinidad, en Cuba, que, según algunos historiadores, llegó a tener 350 hijos”.

Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, (Cáceres, 1474-Puerto Príncipe, 1550), fue un personaje en la historia colonial de Cuba, nieto de Vasco Portallo, Comendador de la Orden de Avis, con casa de linaje muy principal en Cáceres.

Tras luchar en España y contra los franceses, en Italia, con las huestes del Rey Fernando, un joven Porcallo puso rumbo a la isla Española, hoy Haití y República Dominicana, en 1502, con Fray Nicolás de Ovando, Comendador de Lares en la Orden de Alcántara, que fuera gobernador de la misma. Tras la reducción de las provincias de Higüey y de Jaragua, último cacicazgo taíno, obtuvo como recompensa numerosas tierras y esclavos indios y africanos, con cuya venta obtendría una gran fortuna. Una práctica que llevaría a cabo con frecuencia.

También emprendió la ruta en la pacificación de Cuba bajo el mando de Diego Velázquez de Cuéllar, asentándose en la villa de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, que fundara en 1514, hoy Patrimonio de la Unesco, con casa muy adornada y repostería, de donde llegó a ser Gobernador, dueño de inmensas haciendas y encomiendas, ejerciendo un mando ilimitado.

También fundó Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo, hoy San Juan de los Remedios, una joya histórica y arquitectónica, conocida como la octava villa de Cuba. Y coparticipó en la fundación de Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, San Salvador del Bayamo, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa y Sancti Spiritus.

Porcallo, propietario de la inmensa hacienda “La Sabana”, de carácter enérgico y fuerte, recorría poblados siboneyes en busca de indios para su venta como esclavos.

Con una vida cuajada de riquezas, influencias y poder Porcallo también se dedicaba a prestar ayuda a las naves y aventureros que caminaban en rumbo de conquistas de tierras, como la de Pánfilo de Narvaez, explorador de La Florida y gobernador de las provincias comprendidas entre el río de las Palmas y el cabo de la Florida.

Lo mismo que en 1539 se unió a su amigo y conquistador extremeño Hernando de Soto, acompañándole como teniente general de la Armada camino de la conquista de la isla de la Florida, “con ocho navíos, carabelas y bergantines”, manteniendo numerosas batallas con los indios, en una de las cuales falleció Hernando de Soto.

Asimismo participó en la conquista de Nueva España, México, junto a Hernán Cortés, con quien visitó a Carlos V en 1539 en la Corte, junto a otros expedicionarios, “en momento de gloria” siendo recibidos “con honores en la corte de Carlos V”.

Porcallo se enriqueció mucho más con el descubrimiento en sus posesiones de minas de oro y plata, siendo el terrateniente más poderoso de Cuba.

El mismo se configura como un personaje de no muy grato recuerdo en Cuba, al que la mayoría de los historiadores denominan como cruel encomendero, feroz, infame o sanguinario soldado, Pastor Guzmán le describe de “noble innoble, gran fornicador, pícaro redomado y señor feudal de horca y caudillo”, la historiadora María Antonieta Jiménez Margolles le tilda de pavoroso y Eduardo Zayat Bazán escribe que “el español más odiado y temido por los siboneyes era el Capitán Vasco Porcallo de Figueroa”.

Si bien fray Diego de Sarmiento Sotomayor, religioso cartujo deja constancia de que es “la más cualificada persona de esta isla, de linaje y hacienda”, además de “generoso y animoso, y es mucha parte para sustentar esta villa y la de Sancti Spíritus”. Asimismo señala que “todos le respetan como a padre por sus buenas obras”.

También el inca Garcilaso de la Vega le define como “hombre generoso y riquísimo, que ayudó magníficamente para la conquista de la Florida” y Marcós Antonio Ramos apunta que el conquistador cacereño “es figura pionera y hasta legendaria de nuestra historia, uno de los propulsores de la colonización y desarrollo de Cuba”.

Las crónicas señalan que Porcallo era especialmente adicto a mujeres indígenas. Y aunque, oficialmente, se le reconocen cuatro esposas y trece hijos, el historiador Eusebio Leal Spengler subraya que recorría aquellas zonas “cargado en una litera, le precedían sus mujeres indias y más de 350 hijos naturales que tuvo con ellas”, Venegas Delgado le atribuye más de cien hijos y Franck de Varona escribe que “muchos camagüeyanos y cubanos de otras partes de Cuba son descendientes de Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda”.

Al parecer las princesas indígenas Caucubú y Tinima fueron sus más profundos amores.

En 1513 Vasco Porcallo, en el transcurso de una fiesta que ofrecía Manatiguahuraguena, cacique de la región de Guamuhaya, a Diego Velázquez, gobernador de Cuba, Porcallo puso sus ojos en Caucubú, "piedra de oro" en lengua india.

Caucubú, hija del cacique, se conformaba como una hermosa doncella y esbelta como la propia jocuma, que llamaba la atención. De larga y negra melena, sus ojos, penetrantes y atractivos, brillaban y deslumbraban al mismo sol. De piel acaramelada, sentimientos bondadosos y una luz que deslumbraba a tantos…

Por su belleza y en busca de su amor llegaron hasta Camagüey los primogénitos de los caciques de Cubacanán, Escambray, Sabaneque, Magón, Ornafay, Sabana y Jague así como nitaínos e hidalgos.

Pero Caucubú, estaba enamorada de Naridó, Cara Roja, un joven pescador y cazador, que le correspondía, con quien se encontraba en medio de una inmensidad de cedros, jagüeyes y otras especies arbóreas de la zona.

Hasta que Vasco Porcallo, poseído por la inmensidad de su poder y riqueza, obsesionado con los encantos de Caucubú, pidió a la soldadesca que la trasladaran a su albergue; si fuera preciso, al precio que sin límite que se estipulara, y, en última instancia, de forma bellaca, por la fuerza.

Caucubú, avisada de las pretensiones de Porcallo y antes de quedar sometida a la pretensión del conquistador cacereño, echó una mirada hacia el poblado, mandó un beso entre lágrimas a su gente y paisajes, y se adentró en la Cueva de las Maravillas para encerrarse en un definitivo cautiverio, donde, un día, se ignora si de hambre, de pena, de soledad, o, quizás de amor, perdió la vida…

Poco tiempo después, Naridó también falleció. Unos cuentan que de un espadazo de daga española, otros que de dolor bajo el llanto constante ante el sol y la luna, y otra versión relata que el joven fue capturado por la soldadesca y torturado hasta la muerte.

Porcallo, no obstante, siguió los pasos de su vida en medio de sus inquietudes y caprichos con los pasos que se iba marcado de modo férreo.

Más tarde se enamoró de la princesa Tínima, (Sabaneque, 1490), joven de impresionante belleza, atractiva, hija del cacique Camagüebax, y que recibió el nombre del río más cercano al poblado que lleva sus aguas en medio de una muy tupida vegetación.

Camagüebax dominaba la región aborigen en Camagüey, ejerciendo el mando entre los ríos Tínima y San Pedro, donde los castellanos fueron muy bien recibidos y con generosa hospitalidad.

Tras múltiples e infructuosos intentos para conquistar el corazón de Tínima, y una vez que los españoles mataron a su padre despeñándole desde lo más alto de la cima del cerro Tuabaquey, la misma fue forzada a desposarse “con el arrogante y temido conquistador Vasco Porcallo”, y, que, después de bautizada, fue conocida como Elvira Tínima de Mendoza.

Tínima sufrió mucho desde su desposorio con Porcallo, no había día que no dejara en sus dependencias y en su alma todo un mundo de dolor, hasta que, desesperada por tanta desgracia, sufriendo a la vez con el exterminio de sus gentes, marchó tierras arriba del río, entre el coraje, el amor propio y la pena.

La joven fue ascendiendo, paso a paso, latido a latido, lágrima a lágrima, hasta que se lanzó desde lo más alto, a las aguas, claras y transparentes, del río Tínima, envuelta en un mar de adioses, recuerdos y estampas de toda una vida, grabadas en lo más hondo de su alma.

Aún hoy la leyenda indocubana cuenta que Caucubú y Tinima emergen por los aires, de cuando en vez, con la belleza de sus estampas.

Tras fallecer Porcallo en Puerto Príncipe, en el año 1550, sus restos fueron enterrados bajo el altar mayor de la parroquia de Santa María de Puerto Príncipe, la actual Camagüey.

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