La banda criminal ETA se encuentra de nuevo en el hilo de su siempre maldita actualidad, al escenificar su disolución en la localidad de Cambo des Bains, con el repugnante acto cargado de su irracionalidad, locura e inmoralidad habitual, que se basa en el comunicado que leyó el jueves el criminal Josu Ternera y el que hicieron público días atrás dejando constancia, sin ningún pudor, de la “superación del conflicto”, señalando con toda crueldad que ha habido víctimas que no tenían una “participación directa en el conflicto”, y apelando, canallas, a la “reconciliación”, cuando han dejado encima de la mesa ochocientos cincuenta y siete cadáveres, trescientos once de ellos aún sin la autoría de los mismos, y cuando la banda ha sido derrotada por la extraordinaria labor, sacrificio y riesgo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y el pueblo español.
¿Y los asesinados, criminales? ¿Y sus familiares, terroristas? La sociedad española ha expuesto ya su opinión y que no alcanzarán a admitir los etarras, porque sus intereses no se lo permiten. Una banda que dejó una oleada de asesinatos, de heridos, de secuestros, de amenazas, de extorsiones, de miedos, de chantajes, de impuestos revolucionarios a empresarios, que provocaron la huida de muchos de ellos, de zulos, en un clima de terror despiadado.
Un acto y dos comunicados infames, tan inhumanos como la sinrazón de la banda terrorista ETA que solo pretende dejar atrás tanto sufrimiento olvidándose del respeto a las víctimas y sus familias, y con un relato inadmisible por la sociedad española.
El articulista ejerció como director de TVE-Navarra de mayo 1984 a septiembre de 1986, en aquellos años de plomo. Y, además de guardar un señalado recuerdo de la tierra navarra, mantiene viva la imagen, desgarradora y cruel, de las actuaciones de los criminales etarras en la Comunidad Foral.
Y, en escaso tiempo, apenas escucharse las detonaciones que acabarían con la vida de agentes de la guardia civil, de la policía nacional, de militares, de inocentes, el periodista se encontraba en el lugar de los hechos en medio de una serie de estampas dantescas, que jamás podrá olvidar, entre gritos, sollozos, desesperaciones y un reguero de lágrimas de familias totalmente rotas por las ejecuciones de la manada etarra.
Como es el caso, por ejemplo, del asesinato del pequeño Alfredo Aguirre Belascoaín, como consecuencia de la explosión de una bomba, adosada al telefonillo de su casa, con restos de su cuerpo a decenas de metros, y que generó una especial conmoción y escalofríos en la sensibilidad de todos. Años después la madre del niño declaraba al “Diario de Navarra” que “lo que más duro me ha resultado es haber vivido la salida de la cárcel de la asesina de mi hijo” añadiendo que “le redujeron la condena por buena conducta”.
O cómo días después de mi toma de posesión saludé a José Javier Uranga, director del “Diario de Navarra”, relatándome, siquiera fuera en unos escasos pasajes tan solo, con una templanza de gran valor humano, mientras nos temblaba el pulso a los dos, cómo cuatro años atrás la banda criminal en otro salvaje atentado le disparó veinticinco tiros en las piernas, causándole gravísimas heridas. Una muy valiente y firme voz contra ETA.
Tampoco se me puede olvidar, como referencia, el asesinato, con dos tiros en la nuca, del general de la Guardia Civil Juan Atarés Peña, que había ejercido como oficial en Cáceres, a cuya mujer, María Luisa Ayuso, vi de rodillas, desconsolada, ante el cadáver del general, y con uno de cuyos hijos mantuve, posteriormente, una buena amistad. Una imagen, como todas, desgarradoras.
El acto de Cambo des Bains no supone más que otra farsa cruel de la canalla etarra, sin coraje para reconocer sus actos, con su habitual exceso de cobardía y miseria moral, cuando lo único que tendrían que haber hecho era pedir perdón a todas sus víctimas y a toda España. Lo que ha hecho que me tiemble, de nuevo, el pulso emocional de la barbarie de aquellos tiempos.
Imágenes de espanto y terror, de sangre, de cuerpos destrozados, de familias descompuestas, y, al tiempo, de individuos despiadados, crueles, asesinos, malvados, que hoy, aún, hablan, amoralmente, de conflicto entre dos partes, cuando hicieron del crimen, sencillamente, el escenario de su vida.
El periodista no olvidará nunca esas imágenes de un impactante dramatismo, ni los funerales con las iglesias temblando de emoción y de rabia contenida, ni las protestas de las manifestaciones contra los asesinos, ni las ovaciones a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, ni el desconsuelo de los familiares...
Ahora, cuando la banda anuncia su disolución y trata de hacernos ver otra serie de secuencias, renace en mis adentros el clamor de la indignación del pueblo navarro que tantas veces condenó a los terroristas que apretaban el gatillo de la Parabellum 9 milímetros, que ponían la bomba lapa, explosionaban la goma dos, o que disparaban la metralleta, como siempre, a traición, y huyendo, como siempre, escondiéndose como alimañas en la hondura de las montañas navarras.
La guerra del terror que hacía mella en el pueblo y cuyo paisanaje, sin embargo, se levantaba, cada día, con la moral de seguir trabajando y esforzándose en beneficio de una tierra cálida y próspera, afanosa, comprometida con el futuro y con la bandera de la democracia. Lo que no hacían los asesinos y sus secuaces, que, al contrario, se beneficiaban y continúan beneficiándose de las leyes del régimen democrático.
Con el comunicado de la banda criminal ETA, me ha temblado, de nuevo, el pulso y las tensiones, humanas y de la ciudadanía, de aquellos tiempos. Y es que, como señalaba días pasados el diario “La Razón” “el camino del perdón y la reconciliación, a efectos exclusivamente morales, no puede invocarse desde la mentira, que es, en esencia, el rasgo que preside el comunicado de la banda etarra”.
Se trata, pues, de otra agresión más de la banda criminal a la sociedad española, mientras el Gobierno se ha manifestado de forma contundente frente al terror, que no habrá impunidad, especificando que la única política antiterrorista será aplicar la ley y que no desaparecen ni los crímenes de ETA ni la acción de la Justicia para perseguirlos y castigarlos. La banda ha sido derrotada, pues, sin paliativo alguno.
Entre otras razones, añadimos, porque aquellos que han participado, de uno u otro modo, en apretar el gatillo deben de pasar antes por la Justicia. Acaso porque como señala José María Carrascal en su artículo “La confesión de ETA”, en ABC, “tiene que haber un vencedor y un vencido, porque hubo víctimas y verdugos”.
No podemos dejar atrás la histórica decisión adoptada el pasado 30 de abril por la juez de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela, para juzgar a cuatro dirigentes históricos de ETA – Aspiazu Rubina, Txeroki, Mikel Carrera Sarobe, Ata, Angel iriondo Yarza, Gurbitz y José Antonio Urruticoechea, Josu Ternera-- por un delito de lesa humanidad y su responsabilidad en los asesinatos o secuestros llevados a cabo por ETA desde que entró en vigor dicha figura. En la esperanza de que la decisión de Lamela prospere en toda su intensidad.
Ahí queda la historia criminal de ETA, entre enormes regueros de sangre y sufrimiento, y por mucho que lo intenten no van a engañar a nadie.