Aquellos Cafés se distinguían por una situación céntrica en el corazón de la ciudad, sus amplios y cómodos salones, con decoración preferentemente elegante y clásica, como es el caso del Santa Catalina, aunque algunos se inclinaban por estructuras de corte más modernista, como era el Viena, todos ellos con una larga secuencia de grandes espejos, sus camareros, uniformados de chaquetilla y pantalón impecables, con una pajarita como corbata, especializados en la relación pública, esmerados en la atención a la clientela y conocedores de los gustos de los asiduos visitantes.
Y allí, en los mismos, como un escaparate a la ciudad, como es el caso del Jamec, viendo desfilar al paisanaje tras la amplia cristalera por la calle Pintores, se llevaban a cabo una larga serie de tertulias variadas. Unas culturales, otras sociales, políticas algunas, de sociología popular y sabor ciudadano también, por parte de personajes de relieve, encuentros de miembros de la aristocracia, lo mismo que se llevaban a cabo tratos ganaderos con frecuencia semanal y ferial, y otras reuniones entre largos aperitivos, o cafés, tras la comida, aunque algún que otro tertuliano optaba por el whisky.…
Cafés para pegar la hebra, echarse una parrafada, con sosiego y sin prisa alguna, en las que parecía que se detuviera el reloj... En aquellos Cafés se podía leer la prensa local, algunos comentaban las noticias de la actualidad asegurando que era así “porque lo he leído en el periódico Extremadura”, imprimiendo crédito de buen hacer a los informadores, y pasando revista a los aconteceres y dinámicas de la villa y de la ciudad en todas sus manifestaciones: Decisiones municipales, precios de los mercados, el desfile de la ciudadanía, acontecimientos diversos, el panorama de las defunciones y noviazgos, la apertura o cierre de establecimientos... Asuntos de la cercanía humana, de la rumorología ciudadana y de las comidillas propias que se diseñaban en una pequeña capital de provincias, que diría Miguel Delibes.
Y, por supuesto, hasta ruidos de conspiraciones políticas, que de todo había en aquellos cafés señoriales y de sabor callejero… ¡Ay si hablaran las paredes del Santa Catalina, del Jamec, (1935-1980), del Viena, del Avenida, abierto en su día por Virgilio Alejandre y Carlos Alonso, y contaran y difundieran el pálpito de los miles de secretos, de confidencias, de supuestos que se escenificaban en aquellos divanes y butacas, de artístico mobiliario entre rinconeras, aparadores, vitrinas, estanterías, barras…! O aquellas otras, por ejemplo, del café Metropol o del Toledo, donde se celebraban las tertulias de la revista “Alcántara”, una referencia en la cultura cacereña…
Cafés que sabían de aquellas tertulias de relieve en las que participaban miembros de los más elevados estamentos de la ciudad y otros: Gobernadores civiles “con mando en plaza”, que se decía sarcásticamente, copiando la terminología militar, alcaldes, concejales, intelectuales, militares de alta graduación, empresarios, terratenientes, escritores, comerciantes, artistas… Una forma, tal vez como cualquier otra, de hacer camino al andar entre los avatares cacereños.
En los cafés, en los que se desgajaban anécdotas y curiosidades, que marcaban una impronta en el escenario ciudadano, también se llegaron a tomar determinaciones de relieve.
Unos cafés, los del Cáceres de Aquellos Tiempos, que parecían rezumar, desde aquellos acristalados escaparates, el “control” de los viandantes, que transitaban por la calle, y con las imágenes de algunos y algunas que servían, de cuando en vez, de un comentario sobre la vestimenta, la idiosincrasia, los perfiles del personaje en cuestión…
Cafés que se deslizan por la historia de Cáceres y como escenario humano en el perfil de la vida de la ciudad, por los que pasaban, también, esa serie de personajes que llegaban para unas actuaciones teatrales, taurinas, de obligaciones militares, para unas operaciones comerciales, participar en unas cacerías, ofrecer unos recitales, participar en unas cacerías…
Por aquellos cafés se escuchaba la voz, en un amplio abanico, según los tiempos, de alcaldes como Antonio Silva Núñez o Alfonso Díaz de Bustamante, de coroneles como Nicolás Rodríguez-Arias o Federico Rodríguez Serradell, de periodistas como Narciso Maderal o Dionisio Acedo, de gobernadores civiles como Antonio Antonio Rueda Sánchez-Malo, o de presidentes de la Diputación Provincial como Gonzalo López-Montenegro, de intelectuales, como Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros, de empresarios y comerciantes, como Joaquín Sánchez Polo o Antonio Mendieta, de escritores, como Valeriano Gutiérrez Macías o Pedro Romero Mendoza, de poetas como Fernando Bravo…
Cafés que desprendían un aroma embadurnado de cacereñismo y de los que emanaba un vaho y un rumor de hondura, de sensibilidad, de calor de cercanía y proximidad urbana…
Por los rincones y esquinazos de los cafés del Cáceres de Aquellos Tiempos, se destilaba, al tiempo, una diversidad de conversaciones como si fuera, acaso, un recorrido de caminos y veredas por los que serpenteaban las dinámicas de la ciudad…
Y por aquellos salones de distinción, también zizzagueaban algunos limpiabotas gitanos, con los aparejos colgados del brazo, morenos de verde luna, larga y negra melena, con un cigarrillo en la comisura de los labios, y que colocaban cuidosamente unos naipes entre los calcetines y los zapatos, limpiaban primeramente el polvo del calzado, esparcían con especial habilidad la crema de betún por el mismo, lo cepillaban de forma esmerada y le pasaban la gamuza, que aquello parecía un primor…
Acabado el trabajo con su acento calé, miraban al cliente y le espetaban:
-- “¡Vaya café…!
Y añadían:
-- Mire, usté loh zapatoh, si paece un espejo…!”.
Cafés de siempre, los del Cáceres de Aquellos Tiempos, el Santa Catalina, el Viena, el Jamec, el Avenida, el Toledo, el Metropol, el Mercantil...