A finales del siglo XIX Federico Rodríguez Serradell (Madrid, 1876-Cáceres, 1947), una vez terminados sus estudios en la Academia de Infantería de Toledo, da sus primeros pasos como teniente del ejército español en la Guerra de Cuba, repleta de tanto avatares, adversidades y encrucijadas, que finalizó en 1898 con la rendición de las tropas españolas. Lo que recordaría en muchas ocasiones, en medio de aquellas estampas entre aventuras, sufrimientos y peligro de muerte.
Posteriormente, con su ascenso a capitán Federico Rodríguez Serradell es destinado a la Zona de Reclutamiento número 40, de Cáceres.
Una ciudad a la que llegó acompañado de su madre y de sus hermanas Blanca y Aurora, y que le fue cautivando desde el principio, en sus paseos y recorridos, en sus amistades, en el ambiente humano y popular, en el rumor, el vaho y el marchamo que emanaba de aquella pequeña capital que se conformaba, aproximadamente, de unos dieciséis mil habitantes.
Federico Rodríguez Serradell, con residencia entonces en la calle Canalejas, hoy Barrio Nuevo, hijo de un militar de Villafranca de los Barros y de madre catalana, gustaba del sabor y los atractivos de Cáceres en todas sus manifestaciones. Sobre todo por el carácter, la esencia y la tipología que emanaba de la misma.
Hasta el punto de que un día de aquellos años se enamoró de Dolores Encarnación Díez Saborid, hija de una familia de comerciantes, ya que su padre, Francisco Díez, regentaba una tienda de tejidos en la Plaza Mayor, que traspasaría a los Marchena, y por vía materna, las dependencias de lo que conocimos como bazar “El Siglo”, incrustado en la calle Alfonso XIII, hoy Pintores, y con la que se casó en 1904.
Son años en los que Rodríguez Serradell compagina sus ocupaciones militares con el disfrute de la ciudad y el inicio de algunas actividades empresariales, propias de sus inquietudes, siendo Director Gerente de la Eléctrica de Cáceres desde 1907.
Aquella vida apacible se ve alterada cuando en 1921, tras el Desastre de Annual, fue destinado a las ciudades de Nador y Melilla, con motivo de la Guerra de Africa, contra los bereberes y otras tribus marroquíes, dentro de las filas del II Batallón del Regimiento “Segovia 75”. Un Regimiento que se asentó en el Cuartel Viejo del Seminario de Galarza y luego en el Cuartel “Infanta Isabel”, fundado como Tercio Provincial Nuevo de Segovia en 1694, en tiempos de Carlos II, extinguido en 1715, y que reaparecía en Cáceres bajo el mando del coronel Manuel Núñez Antón.
Un enfrentamiento bélico, el de la Guerra de Africa, en el que los militares cacereños defenderían las posiciones españolas, también en los campamentos de Taserfit y de Dar el Quebdani a base de coraje, honor y mucho riesgo, aunque regado con sangre del heroico paisanaje militar.
Posteriormente regresó al acuartelamiento del Regimiento “Segovia 75”, reintegrándose en la cotidianeidad de la vida que tanto gustaba y de la que tanto participaba cuando una orden del Ministerio de la Guerra le destina al Regimiento “La Lealtad”, número 30, de Burgos, del que llegó a ser teniente coronel.
Más tarde vuelve al Cáceres de su alma y en marzo de 1931 Rodríguez Serradell es nombrado Coronel Jefe del Regimiento “Segovia 75”, al que pertenecía desde su creación, y gobernador militar de la provincia. Cargos de los que toma posesión en una ceremonia, con recepción, desfile y un emotivo discurso ante las autoridades, los mandos, la tropa y el público que invadía el patio del Cuartel “Infanta Isabel”, dejando constancia de que el Regimiento tiene la residencia en el pueblo.
Dos meses después de la proclamación de la II República es destinado al frente de la media Brigada de Montaña localizada en Barbastro y Seo de Urgel. Un destino tan lejos de Cáceres que le ahonda en los surcos de su sensibilidad y hábitos cotidianos que le lleva a meditar en el anhelo de regresar a la capital altoextremeña.
De este modo en 1933 solicita el pase a la reserva retornando a la ciudad en la que se sentía tan a gusto y en la que nacieron y crecieron su mujer e hijos, mientras retoma la riqueza de la vida familiar e identidad con Cáceres.
Federico Rodríguez Serradell opta, entonces, por otras vías, como los negocios inmobiliarios, cuando la ciudad cacereña ya comenzaba a estirarse en su crecimiento y ronda los treinta mil habitantes.
Primeramente adquiere, en 1934, una casona en el número 26 de la calle San Antón, y, más tarde, lleva a cabo la compra de una amplia serie de casas que se albergaban entre la calle Moret y la calle Parras, de resultas de las cuales procedió al reto de construir el Hotel Alvarez, un icono que marcó un hito en el Cáceres de la época, con el alquiler del mismo por parte del hostelero asturiano Antonio Alvarez, y que abría sus puertas el 18 de mayo de 1936.
Otras operaciones inmobiliarias suyas fueron la del esquinazo de la calle Margallo con la Cuesta de Santo Domingo o la construcción de un gran edificio en la calle Sánchez Herreros, siempre, con la colaboración de Angel Pérez, arquitecto municipal.
Son tiempos en los que Federico Rodríguez Serradell disfruta con sus operaciones comerciales y sus cábalas, y se distrae con sus tertulias, sus largos paseos, con frecuencia en su propia soledad, bastón en mano y gorra sobre la cabeza, preferentemente, por el segmento de Cánovas, por la larga curvatura que conformaría la Ronda, el Paseo Alto, el Rodeo, o el camino hasta el santuario de la Virgen de la Montaña, siempre en su corazón. Todo ello entre adioses, holas, hasta luego y saludos con tantos conocidos.
También disfrutaba escuchando música, preferentemente clásica, con la mente navegando por los mares de sus pensamientos, sintiendo la hondura de los acontecimientos y citas militares, como las juras de bandera o los desfiles, y acercándose al Bombo en las mañanas dominicales para disfrutar con las interpretaciones de la Banda Municipal de Música en medio de una eternidad de valses, pasodobles, serenatas, jotas, polkas y un amplio y largo poupurrí…
De este modo Federico Rodríguez Serradell fue manteniendo una actividad y un ritmo vital muy fértil en Cáceres.
Lamentablemente aquel día de Navidad de 1947, cuando nuestro protagonista contaba ya con 71 años, expiró, dejando tras de sí todo un largo y generoso reguero de bonhomía y sensibilidad en el marco de las páginas que se configura en la historia de Cáceres.
NOTA: En la fotografía Federico Rodríguez Serradell con el uniforme de capitán en Cáceres, 1907.