En el Cáceres de Aquellos Tiempos había pocos taxistas. Todos ellos, por cierto, en función de su trabajo, muy conocidos, populares y queridos. Eulogio Saavedra Rosado se conformaba como uno de ellos.
Un tipo campechano y sencillo, amigo de la tertulia, un buen tipo, que decía mi padre, don Valeriano, añadiendo, entre otras razones que lo era por su don de gentes, su amabilidad y las exigencias, por decirlo de algún modo, de su trabajo, conocedor de Cáceres, como la palma de la mano, como se solía decir, como un taxista. Y al que todo el mundo conocía. Desde la primera autoridad municipal hasta el último ciudadano.
Eulogio Saavedra (Villar del Rey, 1902-1975), era hijo de Elías Saavedra Bermejo y de Petra Rosado Aldana, agricultores, que tuvieron otros cinco hijos: Emilia, Isabel, Francisca, Rafael y Alonso.
Un tiempo muy duro, esforzado, sacrificado y penoso, el del campo. Tanto que Rafael Saavedra, hermano de Eulogio, nuestro protagonista decidió abandonarlo para alistarse en el Ejército, combatiendo en la Guerra de Africa, (el Gurugú, que decía él), y ya, con la graduación de capitán, fue destinado a caballo entre Plasencia y Cáceres.
Con las relaciones del mismo en ciudades pequeñas y su respeto y consideración militar Rafael buscó su primer empleo a Eulogio, y salir de aquellas duras tareas del campo, como conductor de don Marcial Higuero Cotrina. También trajo Cáceres a sus hermanas Paca e Isabel.
De ahí en adelante, cuando buenamente pudo, Eulogio Saavedra, invirtiendo lo que tenía y con su capacidad de riesgo, se hizo con una licencia de taxista. Entonces comenzó una trayectoria que le permitiría, quizás, como siempre dijera, trabajar mucho más, pero merecía la pena porque podía ir sacando adelante la familia mejor y con mejores perspectivas. Inclusive llegó a comprarse un Chevrolet, con el que marcó unas pautas de mucha notoriedad y competitividad en el mercado.
La familia Saavedra se instaló, primero, en la calle Reñidero de Gallos. Y, con el paso del tiempo, sus componentes, claro es, se fueron abriendo en un gigantesco abanico humano y con numerosas ramas del árbol genealógico y familiar. En el caso concreto de Eulogio Saavedra el mismo se trasladó a la calle Margallo 29, primero, y 33, después.
Eulogio Saavedra era una persona muy trabajadora, se levantaba en plena madrugada, cuando la oscuridad era, aún, fuerte. Y se instalaba en su puesto de la céntrica Plaza de San Juan –cuando en la ciudad solo existían otros dos paradas de taxis, en la Plaza Mayor y en lo alto de Cánovas--, a la espera de la clientela, Cáceres arriba, Cáceres abajo, carretera arriba, carretera abajo, hacia y por esos pueblos de la geografía altoextremeña.
A Eulogio le gustaba, sobremanera, cargar viajeros y trasladarlos hasta los más variados y diversos municipios de la provincia. Y contemplar la hondura del paisaje extremeño entre rebaños de merinas trashumantes, entre encinares, y, mejor aún, todavía, con una buena charla al medio…
El tiempo de espera en la parada los taxistas lo pasaban entre tertulias con los vecinos y transeúntes por la zona.
Y allí, en aquellos ratos de asueto, pendiente con el rabillo del ojo de que les saliera alguna carrera, Eulogio Saavedra pegaba la hebra y se echaba sus buenas parrafadas con compañeros de profesión como Galvao, los Curinas, a quien llamaban así porque ambos habían pasado por el Seminario, Penalti, los Portillinos, al mayor de los cuales le conocían como Culopato, porque, según decían, al andar parecía un ánade, mientras que el pequeño se mostraba como un tipo cordial, Isidro, buen amigo de Saavedra y su familia, Aguirre, a quien llamaban el Serio, Eladio, Celestino, Pedro Polo el “Liebre”… Todos ellos, eso sí, buena gente.
Hablaban de las cuestiones de la actualidad: Y que transcurrían entre los precios del Mercado de Abastos, la marcha del Club Deportivo Cacereño, las comidillas ciudadanas, los nuevos establecimientos, el paisanaje amigo, las festividades y romerías, las buenas casas de comidas para recomendar a la clientela, el crecimiento paulatino de la ciudad por los cuatro puntos cardinales, aunque se estiraba más hacia el sur, las defunciones, las nuevas modas, las decisiones de los munícipes los tipos populares que trasegaban por las callejuelas y plazoletas de Cáceres… Y de cuando vez, que nunca viene mal, una copita de cazalla.
En el decir del murmullo popular el de Eulogio Saavedra, pudo haber sido, probablemente, el primer coche de un vecino de la calle Margallo. Aunque ya cuenta su hijo, también Eulogio de nombre, que, además del Chevrolet, su padre tuvo un Renault 4,4, un Gordini y un Renault 8.
Un coche, por cierto, el Chevrolet, toda una joya, que cuidaba, como no podía ser de otra forma, como oro en paño. Y que recogía, por utilizar un término muy coloquial y popular cacereño, en un solar de la calle San Justo. Precisamente donde el médico otorrino y caballero legionario don Luis María Gil y Gil ensayaba a menudo con la soldadesca legionaria cacereña. Un solar, además, en el que también tenía su taller un personaje también célebre en todo Cáceres como era Vito, el muñequero.
Probablemente en aquellos taxis que tuvo nuestro protagonista viniera a desfilar una buena parte de los cacereños de aquellas generaciones que veían, en su rostro, y encontraban, en su carácter, una persona muy cercana y dicharachera.
Eulogio Saavedra, una persona de exquisita cordialidad con todos, se casó el año 1939 con Concepción Fernández Hidalgo, (1918-2011), hija de Juan, un militar de León destinado en Ceuta, y de Chanita, con la que tuvo tres hijos, Petra, Concepción y Eulogio, (1954), bachiller en el Colegio San Antonio de Padua, y que fuera maestro en Zarauz.
La familia está emparentada con los Fajardo, de la calle Margallo en aquel entonces, Juan Fajardo Patrón y María Antonia Fernández Hidalgo, la célebre comadrona cacereña, que ha visto nacer a miles de cacereños.
Asimismo están emparentados con Fabián Guerra, que fuera militar, casado con Francisca Saavedra, hermana de Eulogio, también con residencia en la calle Margallo.
Alfonso Rosado 11:10 23 marzo 2018