Don Secundino Carballo Briset, (La Habana, 1915-Cáceres, 1981), fue otro de aquellos muy entrañables profesores que conformaron y se esforzaron, de forma esmerada, con las enseñanzas de numerosas generaciones de bachilleres cacereños. Y cuya calidad docente, rectitud y paciencia, recordamos en el desfile de quienes tanto se entregaron a sus alumnos de aquel entonces.
Don Secundino, con aires gallegos de la hermosa tierra de Cuntis, abrazada a Santiago de Compostela, nació, sin embargo, en la capital de Cuba, La Habana, donde habían emigrado sus padres, en busca de los mejores horizontes posibles, dedicándose a la venta de vajillas y lozas procedentes de China y otros lugares. Un trabajo al que entregaron señalados afanes.
Sus padres, Secundino Carballo y Amelia Briset, y sus tres hijos, Secundino, Enrique y Abelardo vivían en La Habana, en medio del trabajo y la evolución social, de forma acomodada. Hasta que un día, a consecuencia de los avatares políticos, en los tiempos en que gobernaba el dictador Fulgencio Batista Zaldívar, la familia tuvo que regresar a la tierra galaica de sus amores, de sus pasiones, de sus morriñas y de sus saudades, que siempre llevaban consigo en el morral del alma.
Ya de vuelta en Galicia los hermanos Carballo Briset eran unos muchachuelos plenos de ilusión que comenzaron a forjar sus armas de la inquietud estudiantil y juvenil en la tierra de sus antepasados. Una tierra en la que Secundino Carballo, finalizado el bachiller, optó por estudiar la carrera de Geografía e Historia en la Universidad de Santiago de Compostela. Cuya licenciatura obtiene con un notable expediente académico. Hasta el extremo, por hacer justicia, de que cuando uno de los profesores titulares de la carrera faltaba a clase encargaba al universitario Secundino Carballo Briset que se hiciera cargo de la clase. Lo que el mismo llevaba a cabo con la admiración y el respeto del alumnado.
Con la licenciatura y la adjuntía de cátedra en el bolsillo Secundino Carballo comienza impartiendo clases de Geografía e Historia en un centro de la localidad de La Estrada, un municipio cercano a Santiago de Compostela, donde conoce a una guapa alumna, Aurora Basadre, que, posteriormente, sería su mujer.
Posteriormente Secundino Carballo busca el traslado a Cáceres, aunque, inicialmente, la plaza más cercana es una vacante en el Instituto de Logrosán. El profesor acepta la misma y allí comienza a enseñar todo cuanto sabe de una asignatura, Geografía e Historia, de la que haría el vértice de su vida junto a su familia.
Afortunadamente, y en breve período de tiempo, le conceden la vacante existente en el Instituto Nacional de Enseñanza Media “El Brocense”. Secundino Carballo, su mujer y sus hijos reciben la noticia con una gran satisfacción. Por fin va a poder instalarse en Cáceres.
Una ciudad en la que, imbuido de su pleno galleguismo, busca la similitud y semejanza de algún rincón de Cáceres con la atractiva belleza de la tierra compostelana. Un argumento que don Secundino Carballo pone como asunto prioritario y punto de partida en las charlas con los compañeros de claustro. Es, entonces, cuando surge la posibilidad de uno lugar ideal para los planteamientos del profesor podría ser la Plaza de Santiago. Dicho y hecho.
Entonces don Secundino Carballo y su esposa, doña Aurora Basadre, se dan unos largos y cálidos paseos por la mañana, por la tarde, por la noche, recorriendo la plaza cacereña de Santiago y sus alrededores envueltos por la belleza y la hondura que se respira en la zona. ¡Quién sabe si acaso no lo hicieron a ritmo de gaita y tamboril, con cantos de pandeiradas, de alboradas, de jotas gallegas, de muñeiras…! El caso es que el matrimonio se deja fascinar por el ambiente y el entorno de la Plaza, se sienten hechizados por la fuerza que existe en la misma, vinculan, curiosa, sorprendentemente, el nombre de la iglesia de Santiago el Mayor con el de la ciudad gallega que quedaba atrás, y, de ese modo, se afincan en la misma durante largos años.
De esta forma, según señalaría don Secundino Carballo, se entrelazaban, del mayor y mejor modo posible, Cáceres y el terruño compostelano, que tanto y tan profundamente llevaban en sus adentros y en medio de un decorado y un escenario, como el que le rodeaba, sencillamente bello.
Don Secundino, una persona muy activa y dinámica, se vuelca en la importancia de sus enseñanzas a los bachilleres de aquella materia como era la Geografía e Historia Universal, que empieza a explicar en el Instituto, y, también, en otros centros docentes como son el Colegio Franciscano de “San Antonio” y el Sagrado Corazón de Jesús.
Al mismo tiempo, don Secundino, un profesor de carácter tan serio como humano, que comulga con la esencia de ser buena gente, tal como todos los alumnos pudimos apreciar a lo largo de los cursos escolares, abrieron también las puertas de su casa para impartir clases particulares. El mismo se hace cargo de la vertiente de las Letras, con las lecciones y enseñanzas de Geografía, Historia, Latín, Lengua, Gramática y Griego, y su mujer, Aurora Basadre, se encargaba del apartado de las lecciones de Ciencias, incluyendo, además, las enseñanzas de Francés e Inglés.
Don Secundino y doña Aurora se integran de pleno en la estructura social y educativa de la ciudad de Cáceres, donde gozan de un señalado afecto, cariño y consideración. Clases, enseñanzas, estudios, paseos, adioses, saludos y toda la fenomenología derivada del ambiente de la pequeña capital de provincias.
Por aquel ambiente van pasando los años, poco a poco, como la pincelada de un paisaje señero, como van creciendo en el alumnado bachiller, también, sus cinco hijos: Secundino, Noni de siempre, que sigue la vía de la Geografía e Historia, Maribel, Amelia, maestras, Mary Carmen, profesora de Historia del Arte, y Consuelo, bióloga.
Por aquella ciudad donde transcurre la vida de los Carballo Basadre, entre la Plaza de Santiago, como domicilio familiar y también escolar, y las andaduras del paso del tiempo, don Secundino deja constancia de su rectitud profesoral, de su relieve docente, y, no obstante, de su cercanía con los estudiantes. Con lo que se gana, desde el principio, el respeto, la consideración y el afecto de todos.
Pero don Secundino Carballo también dejó constancia expresa y manifiesta de esa otra afición inmensa que de siempre le distinguió y que le latía, sobremanera, en sus inquietudes y pasiones: El fútbol. Seguidor acérrimo de aquel Real Madrid de lujo, sobre todo de aquel equipo merengue con Di Stéfano, Kopa, Puskas, Gento, Muñoz, Marquitos y otros en un momento, cuando los chicuelos plasmábamos sus fotografías en nuestros álbumes y cromos, o aquellos otros jugadores de la talla de Del Bosque, Santillana, Camacho, Amancio, Velázquez, en otras etapas del Real Madrid…
Una fuerza, la del fútbol, que también llevaba en las venas don Secundino Carballo, junto a su pasión por los colores verdiblancos del Club Deportivo Cacereño, llegando a formar parte de la junta directiva del equipo en aquellos tiempos en que Tate, Palma, Ribón, Nandi, Mandés y Pedrito, entre otros, formaban parte de la escuadra cacereña.
Y siendo, a la vez, como podíamos comprobar en aquellos partidazos del conjunto local en el estadio de la Ciudad Deportiva, un ferviente forofo que enronquecía cada tarde con los gritos de aliento y ánimo junto a la hinchada local. Hoy, pues, nuestro mejor recuerdo para don Secundino, que se nos fue demasiado pronto, aunque dejó, eso sí, la impronta de su sabiduría y sus enseñanzas…
DEDICATORIA: A mi querida amiga Maribel Carballo, sin cuya ayuda no hubiera sido posible la realización de este recuerdo en homenaje a la figura de su padre, don Secundino.