En los caminos y en las páginas de la historia de Cáceres se cuenta, entre otros, con un personaje de relieve: Mencía de los Nidos, que aparece como toda una heroína en Chile, y, sin embargo, olvidada en la ciudad que la viera nacer.
Mencía de los Nidos Alvarez de Copete, nacida el año 1516, hija de Francisco de los Nidos y Beatriz Alvarez de Copete, hidalgos y cristianos viejos de Castilla, miembros de la nobleza y con antepasados suyos, que, llegados desde las tierras castellanas, formaron parte de las huestes del rey Alfonso IX cuando la conquista de Cáceres ante los árabes.
Nuestra protagonista se enroló en 1544 en aquellas expediciones a las Indias, siguiendo los pasos de cinco de sus seis hermanos. Acaso por razones de aventuras. Tal vez por razones de libertad. Quizás porque el azar es, sencillamente, así.
Mencía de los Nidos marchó, inicialmente, a Perú, donde su hermano Gonzalo, uno de los conquistadores de dichas tierras, llegó a ser corregidor de Jauja y en 1537 regidor de Cuzco.
Tras la muerte de su hermano Hernando en lucha contra los indios, el fallecimiento de su hermano Francisco en la batalla de Chupas, en lo que hoy es Ayacucho, y el ajusticiamiento y descuartizamiento de su hermano Gonzalo, por su enfrentamiento contra la Corona, junto a otros expedicionarios y soldados, hasta el extremo de que les cortaron la cabeza, y en el caso de Gonzalo “le sacaron la lengua por el colodrillo”, especificándose que “por grandes blasfemias que dijo contra la majestad imperial”, Mencía emprende el camino de Chile para asentarse, en 1550, en la ciudad que fundara el 5 de octubre de ese mismo año Pedro de Valdivia bajo el nombre de La Concepción de María Purísima del Nuevo Extremo.
Y hasta allí se fue Mencía de los Nidos. Hay quien señala que por temer cualesquiera acción que se pudiera derivar del deshonor o de la venganza. Un momento para dejar constancia de que la misma, según determinados autores, fue supuesta amante de Pedro de Valdivia.
No obstante lo anterior Mencía de los Nidos contraería en su día unas primeras nupcias con Cristóbal Ruiz de la Rivera, que fuera encomendero, regidor, corregidor real y alcalde de la ciudad de Valdivia, además de regidor del cabildo de Osorno. Asimismo Mencía de los Nidos matrimoniaría posteriormente con Hernando Bravo de Villalba González de Peñafiel, natural de Villanueva de la Serena, (1527-1599), licenciado y caballero de Extremadura, que también falleció a manos araucanas.
Situémonos, ahora, en el final del año 1553, cuando Pedro de Valdivia pelea en la batalla de Tucapel con los mapuches en Cañete, lugar cercano a la ciudad de Concepción, y en la que las tropas de Lautaro, el jefe indígena, le infringiera una señalada derrota, en lo que es conocido también como el desastre de Tucapel, y en donde los mapuches torturaron, dieron muerte y cortaron la cabeza a Pedro de Valdivia, gobernador de Chile.
Tras el fallecimiento de Valdivia, se nombra a Francisco de Villagra como gobernador. Una de cuyas primeras decisiones radica en repoblar las zonas cercanas a la ciudad de Concepción, un lugar estratégico que marcaba la frontera entre mapuches y españoles. De paso Villagra lleva a cabo una batalla tratando de frenar la rebelión de los indígenas y con la pretensión, al tiempo, de vengarse y castigar a los mapuches, pero también es derrotado el 23 de febrero de 1554 en la batalla de Marihueñu por el cacique Lautaro, al frente de seis mil araucanos, ante tan solo ciento ochenta soldados españoles.
Villagra, entonces, emprende la huida hacia la ciudad de Concepción donde ordena la evacuación de toda la población hacia Santiago.
Pero héte aquí que la cacereña Mencía de los Nidos, que guardaba cama desde hacía algún tiempo por enfermedad, se armó de coraje y de honor, se hace fuerte en su rebeldía “animada por un valor que rayaba en la exaltación”, blandió un montante o espada, y una rodela, y se llegó hasta la Plaza, en la que Francisco de Villagra insistía, desesperadamente, en la necesidad de que la población abandonara la ciudad.
La mujer cacereña, entonces, arenga a los habitantes, recuerda a los soldados y a todos los hombres su obligación guerrera, llama cobardes a muchos, resalta la valentía de los conquistadores, ridiculiza a quienes huyen despavoridos “sin siquiera ver asomarse al enemigo”, deja constancia de lo que representa la huida, destacando las riquezas que se abandonarían, como las minas y los ríos rebosantes de oro, la fertilidad de los campos, los ganados, destacando, además, la honra y la dignidad personal de los vecinos.
Sus palabras, inicialmente, incentivaron a un elevado número de mujeres, llegando a enfrentarse ásperamente con Francisco de Villagra calificándole como de “autor principal de aquellas desgracias”. Pero fue éste quien convenció al Cabildo, subrayando que las fuerzas militares no eran suficientes para hacer frente a los indígenas. Como consecuencia todos los habitantes de Concepción, hombres, mujeres, niños y viejos, emprendieron una larga marcha hacia Santiago, que se encontraba a cien leguas de distancia. Unos en dos barcas a través del mar, otros andando y otros a caballo, con las escasas pertenencias que podían llevar en semejantes condiciones.
En escaso tiempo la ciudad española de Concepción quedó completamente vacía de sus gentes y que, muy pocos días después, fue saqueada e incendiada por las tropas indias de Lautaro. De este modo la ciudad, levantada con tanto empeño por Pedro de Valdivia, quedaba destrozada y asolada por completo.
Atrás quedaba, ya, todo un movimiento de rebelión de la cacereña Mencía de los Nidos contra los soldados españoles y la amenaza de los indios, a quienes trató, estérilmente, de hacer frente, y contra la orden de evacuar la ciudad, pero, eso sí, como señalan algunos cronistas, dejando constancia de “lo más granado del valor español”.
Su relieve alcanzó tal magnitud, en aquellos tiempos, que Alonso de Ercilla y Zúñiga, incrusta su nombre en medio de las páginas de su principal obra, el poema épico “La Araucana”, que relata la Guerra de Arauco entre mapuches o araucanos y españoles, inmortalizando, de esta forma, por su gesto y arrojo, la figura de la cacereña Mencía de los Nidos, a la que denomina como noble, valerosa y osada.
Mencía de los Nidos huiría con toda la población hacia Santiago, entonces conocido como Santiago de Extremadura, que, posteriormente, sería denominada Santiago de Chile, donde moriría el año 1603 y sería enterrada, por su decisión testamentaria, en el convento de Nuestra Señora de la Merced, en dicha ciudad.
Se trata, pues, de una figura, la de la heroína cacereña María de los Nidos, en el áspero batallar de la conquista de Chile, que, lamentablemente, a estas alturas, en vez de figurar en un sitial cacereño de relieve, se encuentra abandonada y olvidada en las páginas de la historia.
Destaquemos, asimismo, que el historiador Francisco Acedo en su artículo “Mencía de los Nidos, una heroína cacereña en Chile”, publicado en el diario “Extremadura” el 22 de septiembre de 2006, deja constancia que siendo concejal propuso incorporar el nombre de Mencía de los Nidos en el callejero cacereño, pero el grupo político del que formaba parte no lo consideró oportuno. El artículo de Francis Acedo finaliza reivindicando la figura de Mencía de los Nidos e insistiendo en una calle con el nombre de la heroína cacereña.
Mencía de los Nidos, eso sí, cuenta hoy con calle en las ciudades chilenas de Concepción, perteneciente a la región de Biobío, y en Santiago.
¡Qué lástima, apunto, la de las heridas del olvido hacia nuestras gentes!
NOTA: la Lámina de Mencía de los Nidos figura el libro “Poemas de D. Alonso de Ercilla y Zúñiga”. Edición Ilustrada. Madrid. Imp. y Lib. de L. Gaspar, editor. 1884. Página 37.