El pasado domingo, tras la primera vuelta de las elecciones francesas, el ganador, Emmanuel Macron, finalizó su primera intervención, tras conocer el resultado de los comicios, con un mensaje histórico : «¡Vive la Rèpublique ! ¡Vive la France!».
Un brillante final para una intervención moderada, cuajada de aciertos, para el líder europeista del partido «En Marcha», creado hace escasas semanas, para concurrir a unas elecciones, cuya segunda vuelta se disputará el 7 de mayo entre la ultraderechista Marine Le Pen, del Frente Nacional, y el ex ministro Economía, del gabinete socialista francés, y que apearon de la lucha por la presidencia a los líderes de los históricos y tradicionales partidos como el republicano, encabezado por Fillon, y el Partido Socialista, con Hamon al frente, que se ha despeñado por completo.
Un discurso, el de Macron, valiente desde la moderación, sereno, comprometido y decidido para un joven político que ha generado un impulso de extraordinario relieve para el más que dificil y problemático futuro con el que se enfrenta la sociedad ante la crísis económica mundial y el pavoroso peligro del alocado yihadismo, entre otros muchos factores de relieve que inciden en la dinámica mundial.
Pero más allá de ese decisivo marco del 7 de mayo, en el que se ofrece una pelea de extraordinaria complejidad, y tratando de comparar el escenario político francés con el español, desde una perspectiva estrictamente de valores políticos y sentimientos patrios, de identidad con el marco geográfico y nacional, hay que descubrirse ante un «¡Vive la Rèpublique!, ¡Vive la France!», que muy probablemente aquí no se atrevería a pronunciar ningún lider político, más allá de algún acto castrense. Y mucho menos, por supuesto, en el ámbito de un discurso de valoración de resultados electorales.
Lo que deja en evidencia el cambio del valor y el significado de la palabra Francia, en el país galo, un orgullo nacional, o la palabra España, en nuestro país, donde tan difícil se hace especificar un Viva, histórico y tradicional por otra parte.
Lo mismo que pasa con la bandera. Enseña, la de otros países, que no resulta nada extraño encontrarse en prendas deportivas, camisetas, insignias, etc, que lucen ciudadanos de diferentes nacionalidades pero que en España no parece, precísamente, un símbolo de identidad nacional.
Y lo mismo, pues, con el himno. Baste recordar las imágenes de deportistas en los podios y abrazados a la bandera del país que representan cuando suenan los acordes del mismo, o cuando los jugadores, al comienzo de un partido, entonan, a voz en grito, el himno nacional como una inyección de moral por el orgullo de representar a su país. En España, sencillamente, nuestro himno carece de letra.
Hoy, pues, el ejemplo, para no engañarnos es Emmanuel Macron, que, por cierto, muy previsiblemente, y desde el equilibrio del centro político, que es su espacio, como debiera de serlo en toda Europa, en un alarde de sentimiento nacional francés, tuvo el coraje de gritar en su primera intervención ante los micrófonos «¡Vive la Rèpublique ! ¡Vive la France!»…
Un grito de honor que no está reñido, en absoluto, con la disputa de las distancias políticas, desde cualquiera de sus ángulos y espacios, aún a pesar del encrespamiento social en que, como en España, se desenvuelve actualmente Francia.
Gracias, pues, Macron, que tras haber hecho con toda celeridad un programa político marco, como señala, con lo mejor de la izquierda, lo mejor de la derecha e incluso lo mejor del centro, buscando una nueva Francia, supo cerrar brillantemente su intervención con un grito que, afortunadamente, ningún político, ningún partido ni ningún medio de comunicaión ha criticado en Francia.
Todo un ejemplo que, en la más que modesta opinión del articulista, debiera de ser digno de emular.