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ANTONIO ALVAREZ, UN REFERENTE DE LA HOSTELERÍA

19 abril 2017

ANTONIO ALVAREZ, UN REFERENTE DE LA HOSTELERÍA

“Antonio Alvarez representa una de esas estampas de emprendedores en la hostelería de Cáceres”

Antonio Alvarez Rivera fue una de esos empresarios importantes, trabajadores, emprendedores del Cáceres de Aquellos Tiempos y que se dejaron el pellejo en el recorrido tratando de hacer cada día Más y Mejor Cáceres.
Antonio Alvarez, (1898-1967), nació en Belmonte de Miranda, concejo de Asturias, en las cercanías de Cangas del Narcea. Un lugar donde aprendió las primeras letras y la hondura del paisaje que se abraza a la esencia de la tierra asturiana, Entre el sabor de tradiciones y las dificultades de aquella época. Más aún, en un rincón cuasi olvidado de la Asturias de entonces.
Estampas que le hicieron pelear en sus debates a caballo entre el arraigo familiar y la necesidad de ir abriendo los surcos de la vida, a base de esfuerzos y en los que había que arrancar la vida, a sufrimientos, en las labores del campo.
Por lo que un buen día, allá cuando contaba catorce años, preparó el hatillo, dejó un reguero de lágrimas, sentimientos y abrazos a su tierra y a su gente, y se presentó en el rompeolas de Madrid.
Antonio era un chico despierto y avispado, con ganas de aprender un oficio. Enseguida, como quien dice, encontró su primer empleo como pinche en el suntuoso y señorial hotel Palace, un lugar de relevancia en el Madrid de casi siempre, entre manteles de lujo, salones de tronío, reuniones sociales y políticas de altos vuelos.
Aquel pinche asturiano se movió entre los fogones del hotel Palace con la vista, el corazón, la cabeza y el sentido común a tope. Por lo que fue progresando mientras aprendía la esencia de la alta cocina que se elaboraba en ese lugar emblemático de la sociedad madrileña. De pinche pasó a cocinero. Todo un grado en plena juventud.
Un día Antonio Alvarez es llamado a filas, presenta sus alegaciones como hijo de viuda, pero, acaso porque el azar es así, al haberse librado del servicio militar su hermano mayor por la misma razón, no tiene más remedio que cumplir con sus obligaciones militares. De tal suerte que, con motivo de uno de los conflictos bélicos en las colonias españolas en el norte de Africa, es movilizado a aquella zona.
Al regreso se encuentra con que su plaza de cocinero en el hotel Palace está ocupada y en unas dependencias de la Administración le informan que el Hotel Nieto, de Cáceres, antes Hotel España, busca un trabajo de sus características. Antonio Alvarez contacta con los nuevos responsables del Hotel, presenta sus credenciales y alcanza un acuerdo con los mismos.
Así pues, Antonio Alvarez, las cosas como son, no se lo pensó dos veces y se presentó en Cáceres en menos que canta un gallo. Haciéndolo con una persona de su confianza, el cocinero Manuel Martínez Sempere, de la localidad alicantina de Crevillente, que trabajó con Antonio Alvarez en el hotel Palace, en el hotel Nieto y en el hotel Alvarez.
En Cáceres, una pequeña capital de provincia, con unos veinte mil habitantes, comenzó a saborear la riqueza de la vida de la ciudad, el crédito de su trabajo y su ilusión porque ya comenzaba a difundir sus platos de cocina en el Hotel Nieto. Lo que dio un aire de modernidad al hotel y el inicio de un prestigio que se iba ganando Antonio Alvarez en medio del gentío en el trasiego del Cáceres de aquella época.
Hasta que un día comienza a darle vueltas a la necesidad que siente de instalarse por su cuenta. Por lo que aprovechando que la Casa de Comidas “La Neutral”, en la calle General Ezponda, número 14, propiedad de la familia Rincón, de emprendedores cacereños de siempre, iban a cambiar la dinámica de sus negocios a un almacén de coloniales, allá que se fue Antonio Alvarez abriendo, de la noche a la mañana, la Casa de Comidas Alvarez. Lo que llevó a cabo el 1 de abril de 1929.
Una etapa de mucho trabajo, que le imprimió una gran soltura, mientras generaba grandes impulsos a la cocina que aprendió en Madrid y que le daban un aire de “nouvelle cuisine” a aquel Cáceres. Un recorrido que fue haciendo crecer su nombre, imagen y prestigio con señalada celeridad.
Mientras impulsaba su negocio también le llegó el amor con Ignacia Rodríguez Ramírez. Aquella guapa modista a la que llevó al altar y que tanto le ayudaría. Del matrimonio nacieron tres hijos. A saber: Francisca, que ingresaría en la orden de Hijas de Cristo Rey, adoptando el nombre de Guadalupe, por ser el de la patrona de su tierra extremeña, Purificación, que se casó con un diplomático italiano, que reside en la serenidad histórica de Roma, Ciudad Eterna, y Antonio, que se configuró como otro icono de la hostelería cacereña.
Antonio Alvarez se fue convirtiendo poco a poco en un personaje de relieve en Cáceres, con un negocio que le posibilitaba contactar y establecer amplias relaciones con todo tipo de personajes de la sociedad cacereña que acudían a Casa Alvarez por la buena cocina, por la amabilidad de su propietario, por las tertulias, por el bien hacer y hasta por lo que ahora se conoce como relación calidad/precio...
Desde aquella atalaya iba combinando la actividad de la demanda hotelera con otras aventuras. Lo mismo se adentró en un negocio de wolfram, del que salió escaldado, que soñaba con una huerta para abastecer las demandas del hotel, que quería construir en aquella parcela de su propiedad en la que un día se levantaría el edificio de Sindicatos, aunque al final desistió porque se encontraba alejado del casco urbano y podría resultar una aventura de demasiadas complejidades, o aquellos olivares que adquiriera en la carretera de Medellín.
Entre esos clientes que pasan a ser amigos y después a amigos profundos se encontraba Federico Rodríguez Serradell, que sería el coronel jefe del Regimiento “Segovia 75”, de Cáceres. Rodríguez Serradell fue quien convenció a Antonio Alvarez para que abriera el hotel que llevaría su apellido y que construyó paso a paso el primero, que, posteriormente, alquilaría al segundo.
De este modo se levantó el hotel Alvarez en el corazón de Cáceres, con la dirección de Antonio Alvarez, la puesta en marcha del principal establecimiento hostelero de entonces y ¡avanti! En mayo del año 1936 fue la fecha elegida para proceder, ni más ni menos, que a levantar el telón y llevar a cabo la apertura de las puertas del mejor hotel del Cáceres de Aquellos Tiempos.
Entonces comenzaron a llegar clientes, sus salones permanecían siempre con una gran demanda, el hotel era un trajín de idas y venidas, celebraciones, reuniones, encuentros, aperitivos, bodas, bautizos, comuniones, comidas de negocios y tertulias de altos vuelos, dinámicas sobre las evoluciones de la ciudad… ¡Ay si hablaran aquellos cortinajes, aquellos camareros que sin querer escuchaban determinadas conversaciones…!
Un hotel siempre repleto de clientes. Unos, fijos, visitantes otros. Viajantes, comerciantes, representantes de todo tipo de empresas y negocios, como, por ejemplo, compradores catalanes de corcho, de lanas, carboneros valencianos, fabricantes alicantinos de calzados, orfebres granadinos, mineros, tratantes de ganados, cazadores, aristócratas, turistas… Por lo que poco a poco el Hotel Alvarez remontó un vuelo de connotaciones inusitadas en Cáceres.
Con una clave, probablemente, significativa. La de que Antonio Alvarez supo concienciar a los trabajadores que se trataba de una empresa colectiva por el bien de todos. Por lo que la atención, la capacidad de servicio, la eficacia en el rendimiento laboral, eran unas constantes que irían a la par de los derroteros del hotel por un labor conjunta. Lo que fueron cumpliendo aquel puñado de trabajadores como Teresa Lázaro, encargada de habitaciones, recepcionistas como Alfonso Rivas, Rafael Romero y Damián Lumbreras, cocineros como Antonio Gómez, que empezó de pinche y llegó a poner en marcha el restaurante Delfos, Enrique y Miguel Gutiérrez, camareros como Paco Cascos, los hermanos Pepe y Manolo Lozano, el primero de los cuales había trabajo como camarero en trenes, Luis Paniagua, Juan Rey, que sería propietario del bar Adarve, José Antonio Collazos y José María Josafat, Herminio, a quien llamaban Cuco, que estaba de portero por la parte de la calle Parras, maleteros, como Pepe, que acabaría poniendo un quiosco de prensa, Manuel Laguna y las camareras de piso Luisa, Antonia y Faustina, entre otros..
Antonio Alvarez también se esforzó, sobremanera, en ofertar una imagen de buena cocina con esas aplicaciones de manifiesta innovación. Un ejemplo de aquellos primeros platos: ragout de ternera, fricanse, ternera riojana, tournedor Rossini, chateaubriend, ternera con salsa tártara, merluza Orlit, colbert, huevos a la turca, rape a la americana, voulevant de ternera, huevos a la aurora, hachis permantier y otros platos, pero donde destacaba uno creado por él mismo, la merluza cocida y cubierta con baicon alrededor.
De este modo el hotel que pilotaba aquel emigrante asturiano fue creciendo, en unos tiempos de expansionismo y bonanza económica que también le posibilitó adquirir una huerta cercana al lavadero de Beltrán en la bajada del Paseo Alto a la carretera del Casar y que visitaba todas las tardes acompañado de Tom, su perro, y con un farias.
También, a veces, Antonio Alvarez se escapaba hasta la barriada de Aldea Moret porque un día descubrió un bar donde encontró la mejor sidra asturiana. Y allá que se largaba a tomar un “culín” con frecuencia. Una evasión que le sabía a gloria.
Antonio Alvarez vivía en el Hotel y atendía todos los pasos del hotel, contando con una asesoría especial como era la de su cuñado, Santiago Rodríguez Ramírez, a la sazón alto cargo de Hacienda en Cáceres, Administrador de Propiedades y Contribución Territorial (Rústica y Urbana), y en la mayor parte del tiempo como Delegado en funciones de dicho Ministerio en Cáceres.
En aquella calle Moret también se convirtió en ese empresario dinamizador de la proyección comercial de la misma, amigo de vecinos de establecimientos comerciales de la céntrica rúa cacereña, como Luis González Cascos, que regentaba la tienda que recibiera de sus padres, que fuera alcalde de Cáceres, y con el que un día se asociara para adquirir la fábrica de helados Camy. También con los propietarios de todas aquellas empresas que enriquecían el sabor comercial de la calle Moret: Horno de San Fernando, Sobrinos de Gabino Díez, Fotografía Caldera, Relojería Alvarez, que pusiera en marcha Luis Alvarez Melero, la pastelería La Granja, con la señora Jesusa como encargada, Mecano, el bar Maleno, la taberna La Catalana, el restaurante bar de Patete…
A lo largo del tiempo por sus dependencias pasaron cientos de personajes ilustres y famosos que, con unos u otros motivos, generaban vida a la ciudad y al hotel, que, por cierto, se adornaba con dos cuadros de extraordinarias dimensiones del cualificado pintor manchego Antonio López así como una vistosa decoración del Salón Americano que llevó a cabo la casa madrileña de Loscertales.
Visitantes ilustres que imprimían dinamismo a la capital cacereña. Y entre los que así, a bote pronto, podemos citar a Millán Astray, fundador de la Legión Española, Fulgencio Batista, recién depuesto como presidente de Cuba, la Duquesa de Valencia, el Marqués de Acapulco, don Antonio Garay, toreros como Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Paco Camino, Manuel Díaz “El Cordobés”, Francisco Rivera “Paquirri”, artistas como Juanito Navarro, Tip y Coll, Antonio Garisa, cantantes como Antonio Machín, Lola Flores, Antonita Moreno o Pedro Lavirgen… Y lo mismo, pues, se oían fandangos y cuplés que zarzuelas, chistes, anécdotas, que se veían pases de toreo de salón y personas con todo tipo de aires y conversaciones.
Del mismo modo entre los clientes fijos por allí se encontraban el notario Cipriano Remedios, el presidente de la Audiencia, Francisco Planchuelo, abogados del Estado como Juan Díaz Ambrona o Martín Timón, ingenieros como Felipe Gonzalez Valderrey, Juan Merino y Teodoro Herranz, profesores como Arsenio Pacio y Agustín Bravo Riesgo, más conocido como El Mona, laneros como Romualdo Santos y Pedro Jiménez, mineros como el cántabro Mantecón…
Un momento para dejar constancia que, como comentara a sus familiares y amigos, con frecuencia le zumbaban en el alma los acordes de la montaña asturiana, el orbayu, la caricia de la tierra que siempre tira lo suyo, el sabor de la gaita y el tamboril, el “Asturias, patria querida” o el “Asturias, qué guapiña yes”, o aquel secular axioma asturiano que se extendió por toda España y que decía “Con fabes y sidrina non fai falta gasolina”… Pero ya había criado raíces de futuro, y muy buenas, por cierto, en Cáceres. Aunque, eso sí, mantendría la identidad de su procedencia cabalgando con su cacereñismo.
Pero el hotel que se alzó en aquellos tiempos, con no demasiadas habitaciones, unas cuarenta, se iba quedando un poco atrás. Y quedaba la opción de una reforma completa, que hubiera consistido en un cierre por tiempo indefinido del mismo, o iniciar una nueva aventura. Dos soluciones complejas.
Por aquel tiempo su hijo, Antonio Alvarez Rodríguez, (1933-2011), iría germinando en su proyección hasta verlo hecho realidad el Complejo Alvarez, que se alza en la carretera de Salamanca desde el año 1973, con esos aires de aperturismo, modernidad y distinción para los sueños que albergara Antonio Alvarez Rivera, mientras el imperio creado por el patriarca que se llegó desde las tierras asturianas continuaba su recorrido en la vanguardia, en un lugar emblemático de la hostelería cacereña, y con la cocina como punto referencial en el panorama culinario de Cáceres.
El hecho evidente es que Antonio Alvarez Rivera, el creador de la saga, fue una gran aventurero y muy trabajador, que destacaba, como señala su sobrino Gonzalo Rodríguez Lázaro, por ser una extraordinaria persona, de gran corazón, añadiendo que su tío, un promotor cacereño, tiene que estar en el cielo.
Una persona y un personaje, Antonio Alvarez Rivera, creador de una saga hostelera de primera categoría en la ciudad Cáceres donde nace y se expande el árbol genealógico y generacional, ya con numerosas ramas que emana de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos...
Hoy, pues, el Complejo Alvarez continúa su caminar hostelero de la mano de esa tercera generación que representan Antonio e Isabel Alvarez Martín, nietos de Antonio Alvarez Rivera, un adalid de la hostelería en Cáceres, e Ignacia Rodríguez Ramírez, e hijos de Antonio Alvarez Rivera y Elena Martín.
NOTA:
En la fotografía aparecen Antonio Alvarez Rivera, su esposa, Ignacia Rodríguez Ramírez, y Teresa Lázaro, encargada de habitaciones en el Hotel Alvarez.

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