Isabel Agúndez es una cacereña de fuerza y de amor propio, de coraje, por las esencias de la vida por la que circunda su propia existencia.
Se hizo a sí misma con voluntad y tesón. Y mientras criaba a sus hijos, luchaba, desde la fe, por sus caminos. Con la pintura, pinceles perfumados de cariño, con los borradores de cuentos y de poemas, arrancados del alma, con la iglesia, como un reto de fe, con la canción, como un pulso a la sensibilidad que almacena y cobija en sus adentros
Se hizo fuerte. Y, sabiendo batir las olas de la mar, un día, robando muchas horas al sueño, escribió un libro sobre ese franciscano ilustre, Pacífico, Pachi de siempre, que tanto marcó la vida de diversas generaciones de cacereños desde su humildad y relación con todos en el Colegio San Antonio de Padua.
También un día decidió pintar porque le quería sacar la raíz a su expresividad artística y por ahí se andan sus cuadros, que se cuelgan en paneles de exposiciones, donde plasma, sencillamente, el propio horizonte de su caminar de la vida. Paisajes, gentes, veredas.
Y sigue. Ahora acaba de sacar a la luz un nuevo libro de poemas, cuyo solo título, “Para tus manos”, acaso exprese la vertiginosa fuerza de la sencillez y la hondura que se alzan como columnas y pilares de su propia vida.
Y con “Para tus manos” pasea por los recovecos de la familia, el abrazo eterno de su padre, la dulzura de la lágrima viva por las tierras mozambiqueñas, la mano amiga de sus hijos.
Versos que alientan el panorama de su expresividad. Porque Isabel Agúndez, que se hizo a sí misma, con entusiasmo, creyendo en el pulso de adentros, fue haciendo, uno tras otro, esos cursillos de la capacidad de superación echando horas y horas y horas mientras cabalgaba para abrirse esos senderos de su fuerza y de sus impulsos.
Ella misma señala que sus versos son “sencillos poemas”, que “están hechos de mirar más allá del hombre, más allá del paisaje, más allá”… Versos que se conjugan con frases y versos de poetas, de escritores, de Paulo Coelho, de García Lorca, de Teresa de Jesús, de Rafael Alberti, junto a sus propias reflexiones, como “¿Por qué no me hablaste a mí Sor Eugenia, de ese pueblo oprimido?”, mientras deja un silbido penetrante:
Descubro en tus ojos una lágrima
que recorre lentamente tu mejilla
despacio, muy despacio…
Y surca, pues, el trayecto de quienes la acompañan en el camino. O esos Poemas de Desamor:
Tus caricias se fueron con el alba,
se esfumó tu recuerdo,
se borró tu palabra.
Luego, un día, Isabel cogió el bagaje de tantos años y se marchó, tan solo unos cuantos kilómetros más allá de Cáceres, hasta su Malpartida del Alma (mejor con mayúsculas) donde se siente, palpa y palpa, la cotidianeidad del pueblo con sus gentes de siempre, las tertulias con el vecindario amigo, las canciones con el Coro…
Quizás, tal vez, acaso, como un viaje sin fin:
Estación en el tiempo que no tiene fin.
Corriente de agua cristalina
que nunca llega al mar.
Se hace, entonces, el silencio. Isabel mira al trasluz de la ventana, ve el alborozo del horizonte, corre el visillo, sonríe, pincela en un cuadro de su mente el panorama, pespuntea unos versos, que luego compagina en su estudio…. Y galopa como un viento de pasión de vida.
Una tarde, un patio imaginario
donde duermen los sueños,
los delirios de las noches de insomnio.
Y se abraza, cálidamente, como ella misma, calcada de sus adentros, para escribir:
Pero siempre seguiremos amando,
nuestra vida vivida.
Un día cualquiera publicó “Mi primera aventura”, otro nos dejó unas pinceladas de muchas horas cultivando su creatividad en ese rincón de sus cavilaciones mientras entona canciones del repertorio tradicional y popular de Malpartida de Cáceres, como “Danza del Pandero” o “El Desayuno” o esa coplilla que recogiera Valeriano Gutiérrez Macías y que dice:
¡Viva, viva Malpartida!
¡Vivan los malpartideños!
¡Viva, viva Malpartida!
¡Vivan las mozas de mi pueblo!
Y sus versos, como los de la contraportada de su nueva publicación, avanzan, avanzan, avanzan:
Para manos que acarician,
para manos que arropan, que mecen una cuna
que te dicen adiós cuando te vas
y que te abrazan fuerte cuando llegas.