Mientras España cuenta con cuatro millones largos de parados, existen cientos de miles de trabajadores entre seiscientos y novecientos euros/mes, con miles de jóvenes en el extranjero o camino del mismo, con las puertas abiertas de par en par a la inmigración, sin papeles y sin trabajo, que nada más pisar suelo español ya perciben ayudas del Estado, mientras la sociedad, el paisano de la calle, se retuerce entre crujidos de desaliento, y el pensionista anda con el corazón encogido, con el paisaje de contenciones salariales, con subidas de precios descontrolada, incluso en productos básicos…
Mientras todo eso y mucho más grave acaece en el tejido de la España de 2016 buena parte de la tropa política, ni supo el 20-D ni hasta ahora ha sabido, tras el 26-J, ante los resultados electorales, sentarse razonablemente en una mesa de diálogo y que las fuerzas constitucionalistas, --sin independentistas, excéntricos, ciclotímicos desequilibrados, inestables, depresivos bipolares e inmorales diversos-- acerquen posiciones mirando con preocupación a y hacia los graves problemas que cansan y humillan, ya, la sociedad.
Una sociedad que está y que se encuentra harta, decepcionada, defraudada, desolada, quemada, de una clase política profesional y cuya mayor parte de componentes forman parte de los que unos llaman casta, en cuyas filas ya se han enrolado otros que acaban de incorporarse a dicho espacio territorial, el de la casta, que ni saben lo que es pasar apuros para sobrevivir, para estirar los sueldos y llegar hasta fin de mes leer, ver o escuchar los medios de comunicación plagados de noticias pavorosas, sencillamente, sobre todo en el terreno político español.
Mientras aparecen con frecuencia casos de corrupción, anomalías, enchufes familiares, desvergüenzas y otras incidencias, de todo tipo y pelaje, en la mayor parte de los partidos políticos –y que no por ser mínimas, algunas, no resultan menos importantes en la sensibilidad moral de la sociedad--, mientras hay que aguantar los caballos para que no se desmande la paciencia ciudadana ante vehementes declaraciones de algunos políticos que reclaman a grandes titulares, por ejemplo, sorprendentemente, en vez de hablar de paro, de soluciones macroeconómicas, de pensiones, de sanidad, de sensibilidad ciudadana, que se pida perdón por la toma de Granada o que las popularísimas Fiestas de Moros y Cristianos eliminen el nombre del primer ejército, la mayoría de quienes asientan sus posaderas en los aterciopelados escaños del Congreso, con sus buenos sueldos, con sus despachos personalizados, con su buen equipamiento y dotación electrónica e informática, con todo tipo de facilidades, sin que nadie les ponga un pero ni a sus horarios ni a sus dedicaciones, como le sucede a cualquier trabajador, ellos, señalaba pasan ostensiblemente de los graves problemas que aquejan a la sociedad.
De ahí que mientras siguen y continúan pasando los días unos se instalan en el Gobierno en funciones, otros en el no y otros en el ni sí ni no, sino todo lo contrario. Dicho lo cual hemos de añadir que, si alguno de los involucrados leyera este modestísimo artículo, seguramente lo arrojaría a la papelera y seguiría haciendo cábalas sobre cómo vivir de maravilla, sirviendo al pueblo, lo que es un decir, evidentemente, pero pasando del mismo, de los ingenuos votantes que ya hemos acudido a las urnas de la democracia el 20-D y el 26-J.
Esto de asentarse en las poltronas, no hacer esfuerzos, más aún, en plena crisis económico-social y político-institucional resulta de una gravedad extraordinaria.
Mientras, a la par, galopan los problemas de Estado sin que nadie se inmute. El paro juvenil alcanza cifras de hasta el 46%, la economía se sigue resquebrajando, los sindicatos parecen desaparecidos en combate, la moral ciudadana se hunde… Y nadie hace nada.
Cunde el desánimo, reina el desaliento, mientras la resignación y la paz ciudadana de los españoles resulta ejemplar.
Por ejemplo: Anda por ahí hay un siniestro personaje, Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat de Cataluña, todos los días atacando a la Constitución, proclamando su lucha por la independencia, sin que nadie le ponga pero alguno, mientras el mismo y su panda de mariachis y palmeros se agarran la mamandurria, gracias a la que viven de p. m.
Y ahí está el canalla de Arnaldo Otegi, ex miembro de la banda criminal ETA, con la que cometió determinadas acciones, miembro de la Mesa Nacional de Herri Batasuna (organización ilegalizada), de Batasuna (organización ilegalizada), que acaba de salir de la cárcel por pertenencia a banda terrorista, que ya ha sido proclamado, en principio, candidato a lendakari de Bildu, para las elecciones vascas del próximo 25 de septiembre. Mientras, nada más salir de la cárcel, se organizó un jolgorio festivo en el país Vasco, entre cuyos asistentes sumaban, según fuentes publicadas en su día por medios especializados, más de veinte mil años de cárcel. Y, posteriormente, con la alfombra de Podemos y el obsceno silencio de otros se paseó triunfalmente por el Parlamento Europeo y por algunas instituciones catalanas.
Mientras tanto la Fiscalía advierte a la Junta Electoral que Otegi es inelegible pero el canalla vasco acaba de señalar que “no habrá Tribunal, Estado, Guardia Civil ni Ejército que lo impida”. Con un par. Y todos, de momento, mientras, lamentablemente, de perfil.
Son algunos ejemplos tan solo, para no alargar este artículo, así, a vuelapluma,
Desde el más profundo respeto a la sensibilidad política, lo que no se merecen bastantes de los representantes del pueblo, ni siquiera los llamados diputados silenciosos, los que andan callados y apoltronados vergonzosa y vergonzantemente en sus poltronillas, pendientes solo de que el jefe del partido les suelte una sonrisa, de la que ya viven tres o cuatro semanas…
Con la memoria puesta en Aquella Política de Estado, con mayúsculas, que se ejerció entre la práctica totalidad de los partidos políticos de la Transición, también con mayúsculas, manifiesto mi sonrojo público ante esa parte de la actualidad que emana de la siniestralidad y paupérrima política que emana de la falta de Transparencia, de la escasez de Moral, de la carencia de Respeto, de muchos llamados políticos y que rearman cada día en sus escaños.
Pero no, lamentablemente, por la sociedad. Si no por ellos mismos.
Y todo desde la falta de compromiso con la sociedad, desde la soberbia, desde el egoísmo, desde la arrogancia.
Un poquito de equilibrio, de altura de miras, de honradez política, la verdad, es que no vendría nada mal. Sobre todo por parte de aquellos que día a día denigran a la sociedad y a la política, asignatura, ésta última, que debiera de ser “el oficio y el arte de servir al pueblo”.
Lo que aquí, de momento, con la que está cayendo, a fecha de hoy, parece, pues, imposible…