Antonio Solís Avila, 1899-1968, pintor cacereño de talla internacional, es uno de esos personajes sencillos, de corte franciscano por su humildad, siempre trabajando y siempre, afortunadamente, con la mente puesta en Cáceres, aunque el destino le reservara el camino de la gloria artística y le llevara a residir en los páramos migratorios, y regresando cuando pueda podía a la tierra de sus amores y de sus pasiones.
Un pintor de una gran capacidad realista, ensimismado por el corte regionalista, enamorado por la tierra que le viera nacer, la localidad cacereña de Madroñera, donde presta sus apellidos a una calle. Y es que hay que señalar que Antonio Solís Avila, todo un maestro, de una extraordinaria capacidad para identificarse con las corrientes más puras del figurativismo, fue, sobre todo, un artista de tipología versátil, que dominaba el óleo y el dibujo.
Y, aunque en su casa imperaba el criterio de que enfocara los pasos de su vida por la trayectoria militar, cuya carrera llegó a iniciar, Antonio, siempre consciente de sus tendencias, logró convencer a sus progenitores que su vocación estaba vinculada a la pintura. Y, desde esa convicción, pasó a estudiar Dibujo Industrial en el Colegio Areneros, de la Compañía de Jesús. En Madrid.
Por eso, acaso, un buen día, en plena juventud, comenzó a dar los primeros pasos por los senderos artísticos de la Villa y Corte de Madrid. Y habrá que añadir, ahora, que afortunadamente.
Y de la noche a la mañana nuestro protagonista, tocado por el dedo de la magia artística, allá por los años de la segunda década de la pasada centuria, con la valentía y la seguridad en sí mismo, formado inicialmente como autodidacta, iba trasladando a cualquier papel que se le pusiera delante, obras de una gran perfección, de señalada sutileza, auténticas obras de arte.
Por lo que comenzó a reflexionar a las puertas de sus expectativas… Y que se le fueron abriendo y ampliando, al máximo, en la calidad de sus trazos, de sus rasgos, de su maestría, habilidad y arte para plasmar dibujos, retratos, estampas, cuadros, imágenes, paisajes, sensaciones, que, como ya catalogaban los entendidos, expertos, analistas y críticos, eran puro retrato de la realidad.
Primero fueron los campos, las honduras de los horizontes, la penetración de los paisajes que se descubrían en aquel entorno de Madroñera, de Garcíaz, de Almoharínm de Logrosán, de Zorita y otras localidades, las que le inundan el alma para trasladar sus emociones y sensaciones a la realidad de sus rasgos, con sus diseños, con su metodología de la propia realidad.
Y, acaso por la casualidad de buscar su propia ubicación, un día empezó a trabajar con el fotógrafo Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo (Dalton Kaulak).
Y en 1917 ya comienzan a aparecer sus dibujos en revistas de gran tirada nacional como son “La Esfera”, “Mundo Gráfico” y “La Acción”. Pero formándose, de forma rigurosa, al mismo tiempo en el retrato, que sería una de las más señaladas muestras de su propia identidad y personalidad artística.
Su valía y su inquietud le llevarían a fundar las revistas “Mundial” y “Alma Ibérica” hasta que el año 1924, uno de los más importantes de su vida, se le abrieron las puertas del diario ABC, mientras alternaba sus funciones, inicialmente como retocador de positivos en cristal para el huecograbado y como fotógrafo, con la enseñanza en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Madrid.
Unos pasos artísticos y cuajados de reconocimiento, los de Antonio Solís Avila, que llevan a que en 1924 el crítico de arte y secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, José Francés, pronunciara una conferencia titulada “Solís Avila, intérprete de los rostros transitorios y de la naturaleza permanente” y en la que el mismo, tal como recoge el periódico ABC, exalta su faceta de “pintor de paisajes, de paisajes extremeños y de figuras del campo, hechas del mismo barro humano”.
Posteriormente, en el caminar del año 1925, se lanza con su primera Exposición de Dibujos y Acuarelas, que fue visita por Su Majestad la Reina Doña Cristina y la Infanta Doña Isabel. Exposición que fue muy acogida por el público, por la crítica especializada y por los maestros pintores que acudieron a comprobar las tendencias de calidad artística del pintor cacereño de Madroñera. Algo que, hasta donde me llega la memoria, le escuché en el domicilio familiar de mis padres.
Más tarde, ya en 1928, ofrece sus creaciones en el Salón de la Unión de Dibujantes españoles, en 1930 participa con su obra en la Exposición Internacional de Barcelona y en la de Madrid y participa también en una Exposición Colectiva en Nueva York. Un año en el obtuvo un destacado premio en la Bienal de Venecia.
Posteriormente, en el año 1940, presenta sus óleos en la prestigiosa Sala de la Asociación de la Prensa de Madrid, en 1947 consigue la Tercera Medalla en la Muestra Internacional de Bellas Artes, por un retrato de su hija Carmencita. Y, de ahí, pasa a llevar a cabo una Exposición Antológica de su obra en Cáceres, que tiene lugar en la Escuela Elemental de Trabajo, logrando extraordinarias críticas, aplausos y parabienes de toda la ciudad, al hablar de sus paisajes, de sus bodegones, de sus retratos.
Catalogado como un pintor de tendencia agudizada en la claridad expositiva de la propia realidad que se ofrecía a sus ojos, de sus ojos a su mente, de su mano a sus trazos, firmes, claros, realistas, junto al mayor de los esfuerzos y dedicaciones, que le iban abriendo el camino de su propia verdad artística que iba trasladando a cuantos veían, apreciaban y alababan su obra.
Antonio Solís Avila contaría a Valeriano Gutiérrez Macías, con el que le uniría una gran amistad, que aprendió, y mucho, de sus soledades contemplativas y reflexivas allá por el campo y los campos de Extremadura, por el vaho, el aroma, la percepción del rumor de la naturaleza, el balido, el mugido, el relincho, el rebuzno, el ronquido de los rebaños, piaras y vacadas, el correr del viento, la mezcla y explosión de colores, estudio psicológico de los rasgos del rostro humano…
Antonio Solís Avila era, además de artista, o precisamente por ser artista, un gran estudioso de cuanto tenía delante, un filósofo, un andariego en soledad, siempre reflexiva, mientras consideraba y reconsideraba su obra, sus pasos, su trayectoria. Persona, al tiempo, que compartía la pasión cinegética con la charla distendida, amena, chispeante. Y que nunca, jamás, se olvidaría, de inmortalizar, de modo cuasi permanente, el paisaje emocional y espiritual del Cáceres de sus inquietudes y de sus versos u surcos artísticos que de siempre aró y compuso con exquisitez sublime.
Es de señalar que en sus dibujos, en sus acuarelas, en sus lienzos, en sus óleos se encuentra, con una gran frecuencia, la sensibilidad de lo extremeño, de sus campos y sus campas, de sus tejados y patios, de sus árboles y de sus horizontes infinitos y repletos de eternidad… Y como se señala en uno de los catálogos: “Los fuertes ocres de los barbechos, los amarillos de los rastrojos, los verdes cambiantes de los ribazos, de los prados, de los robles, los azulados de las nubes en la puesta de sol…”.
Contemporáneo de artistas extremeños como Eugenio Hermoso y Adelardo Covarsí, amante, como ellos, del paisaje extremeño hasta la médula, Antonio Solís Avila se hizo fuerte con el rostro de la actualidad, con los que salpicaba de modo constante las páginas del periódico ABC, y con el retrato de personajes, de amigos, de las gentes anónimas que transitaban por la calle…
Hasta tal punto su devoción y fervor con el retrato que llegó a diseñar verdaderos y exactos retratos, que se decían que estaban casi calcados, de quienes posaban ante el pintor de Madroñera durante un espacio de tiempo de tan solo quince minutos… Y, al paso del cuarto de hora, toda una obra de arte.
Un artista, Antonio Solís Avila del que toda una autoridad como Francisco de Cossío llegó a decir, en su día, que “La colección de dibujos de Antonio Solís Avila será en el futuro un archivo documental humano de inestimable valor”. Y subraya “Al lado está la noticia o el comentario; más lo que vale es el ser físico que un lápiz ha sorprendido con singular maestría”.
Como punto final señalar que la ciudad de Cáceres tiene que tratar de revitalizar al máximo la señalada, profunda y fuerte personalidad artística de Antonio Solís Avila, de extraordinaria claridad y logros, que admiró todo el mundo por su talla y prestigio internacional, y que, siempre, siempre, siempre, paseó el nombre de Madroñera y de Cáceres con una extraordinaria sensibilidad, con impecable orgullo humano y con el reconocimiento y la entrega que de siempre tuvo y mantuvo con la tierra parda.
ANGEL RUIZ CANO-CORT?S 23:19 12 julio 2016