El pasado viernes la prensa se hacía eco de que el juez de la Audiencia Nacional Juan Pablo González ha admitido a trámite, parcialmente, las querellas de Dignidad y Justicia por delitos de lesa humanidad cometidos por los miembros de ETA.
Personalmente, como director del Centro Territorial de Televisión Española entre los años 1984 y 1986, en plena actividad sanguinaria y asesina de la banda criminal ETA, fui testigo de las escenas más duras, execrables, crueles e inhumanas de los cobardes miembros de la canalla etarra, al contemplar el resultado de las masacres de esas sanguinarias y enloquecidas hienas, siempre actuando por la espalda, con la parabellum 9 mm, con el coche bomba, con la ametralladora, con la goma dos, creando un estado de terror en amplios sectores de la población.
Escenas dramáticas, dolorosas, impresionantemente duras, que quedan grabadas en la mente y en el alma, con despojos humanos a decenas de metros de los atentados, con ríos de sangre aún caliente, con cascadas de lágrimas de familiares y ciudadanos, con gritos de rabia e indignación, con severos funerales entre duras protestas contra las autoridades presentes en los mismos.
Y en una tierra, lo digo como homenaje y mérito de la inmensa mayoría de sus ciudadanos, en los que caminar por la calle, en determinados momentos, era hacerlo, al menos, con cierta precaución. Yo, por ejemplo, y perdón por hablar en primera persona, sentí en ocasiones cierta inquietud, por ser suave en el término, quizás en función del cargo que desempeñaba, y, en ocasiones, con vigilancia policial. Como, por ejemplo, las diversas veces que hubo desalojar el Centro Territorial de TVE por amenaza de bomba.
Criminales atentados de los más perversos miembros de la banda criminal, sin la más mínima sensibilidad humana, carentes de moral, pistoleros salvajes, todo por el dinero, tal como se lo han montado sus principales dirigentes, para no engañarnos, y no por la independencia de la Comunidad Autónoma Vasca, mientras amenazaban a empresarios y comerciantes con el impuesto revolucionario y de secuestros en zulos subterráneos de tres o cuatro metros cuadrados de angustias existenciales. Tal cual los que yo he visto personalmente. Y en los que el hundimiento y sufrimiento humano debe de ser pavoroso.
Escenas asesinas de tremendo impacto moral de por vida, de impresionantes desgarros, de brutales dolores humanos de los que queda el relieve notorio de la hemeroteca, con las grabaciones, con las fotografías, siempre impresionantemente duras, de las más pura bestialidad.
Y entre esas imágenes de los atentados de la banda criminal ETA en aquellos tiempos, sin contar los duros comunicados que llegaban a las redacciones de los medios de comunicación, con la firma de Heri Batasuna, dejar constancia del asesinato por ejemplo, del niño Alfredo Aguirre Belascoaín, a quien le explotó una bomba dirigida a un Policía Nacional y conectada al timbre de su casa, con el eco de la impresionante explosión en mi domicilio, a doscientos metros mal contados del lugar de los hechos. Un asesinato, con un familiar directo del chiquillo asesinado, descompuesto, que, al ver la cámara de TVE, dirigiéndose a mí, con el alma rasgada de dolor, y las lágrimas grabadas casi en el objetivo, decía con una voz entrecortada de dolor:
-- Que vea toda España, toda, el inmenso dolor de una familia por el asesinato de un chiquillo y que sepan lo que hacen estos hijos de perra...
Se me caían las lágrimas, incontenibles, de la profesionalidad emocional del momento con la solidaridad más cercana a los familiares del niño Alfredo Aguirre. Poco antes elDirector de los Servicios Informativos de TVE me decía a través del teléfono entre gritos de rabia que se debían de oír por todos los pasillos de Torrrespaña:
-- ¡Juan, quiero las escenas más duras que puedan grabar los cámaras. Dales la orden así de tajante... Y al operador de sonido, y a los montadores, y al realizador...!
España entera se conmovió de profundidad, como con todos los asesinatos de las hienas salvajes de ETA. Y también ahora, en la memoria, el asesinato en Pamplona, el 23 de diciembre de 1985, del general Atarés, de la Guardia Civil, que había ejercido de oficial en Cáceres y que era conocido de mi padre.
Tantos años después, con la banda criminal ETA derrotada por la sensibilidad ciudadana y la ejemplar democracia, lamentar las declaraciones del líder de Podemos, Pablo Iglesias, que recientemente señalaba que es una crueldad que quinientos etarras estén lejos de su casa, de su tierra, cuando, por ejemplo, quizás ignore que la banda ha dejado tras de sí un rastro de casi mil asesinados y numerosas víctimas, o que dos sanguinarios criminales etarras, Iñaki de Juana Chaos, autor de la matanza de 25 Guardias Civiles, condenado a 3.000 años de cárcel, y Valentín Lasarte, asesino de Gregorio Ordóñez, líder del PP vasco, condenado a 300 años de presidio, se encuentran, ya, en libertad.
El primero en Chichiriviche, Venezuela. Y el segundo en la inmensa Comunidad Autónoma Vasca, perteneciente a España, que es donde más les duele, mientras, a buen seguro, andarán mofándose de las Leyes de la Democracia, de las que tanto se han beneficiado y continúan beneficiándose.
Mientras tanto, de modo probablemente no casual en el tiempo, algunas informaciones aparecidas días pasados señalaban que Podemos podría estar llevando a cabo gestiones para que Arnaldo Otegi, encarcelado por pertenencia a banda terrorista, encabece una lista electoral para aspirar a ser lendakari en las próximas elecciones vascas.
Otegi fue portavoz en su día de Batasuna y Euskal Herritarrok, ex miembro de ETA político-militar, y participante en determinadas acciones de la banda como la explosión de una gasolinera, robo de vehículos a mano armada, asalto al Gobierno Militar de San Sebastián y en el secuestro del director de Michelín en Vitoria.
En el auto referenciado al principio se subraya que en el caso de los crímenes cometidos por ETA se pueden enmarcar en un delito de lesa humanidad, del artículo 607 bis del Código Penal, que contempla la comisión de delitos de asesinato, traslado forzoso o deportación, entre otros, cuando se cometan "como parte de un ataque generalizado o sistemático contra la población civil o parte de ella, siendo éste el elemento que los convierte en crímenes contra la humanidad".
Y es que ETA, al fin y a la postre, siempre fue una banda criminal.
Juan José Hernandez Montero 10:41 16 julio 2015
