Una cruel enfermedad se ha llevado a José Miguel Santiago Castelo, a Santi, como le llamábamos cariñosamente desde siempre, a los sesenta y seis años. Y, sin lugar a dudas, en el sereno sosiego de su alma, batalladora de modo constante, mientras se encontraba en la plenitud reflexiva de su creación y de sus nuevos, siempre incansables e inquebrantables proyectos, más allá de todos y cada uno de sus logros. Todos ellos basados en el trabajo permanente, en la inspiración, en la brillantez de sus poemas que esculpía con un mimo sacrosanto, de sus artículos repletos de coraje periodístico, de su defensa de Extremadura.
Se ha ido un hombre de una extraordinaria sensibilidad. De excepcional talla humana, de gran coraje extremeñista, de reconocido crédito periodístico, de mágica poesía. Su palabra y su verbo eran pasión, elegancia, sencillez. Y conjugaba, todo ello, con la Extremadura de la verdad de siempre. Sin menoscabo alguno de su defensa de la tierra. Todo lo contrario,
Periodista de raza, poeta de relieve escritor de señaladas alturas y miras. Hizo, desde la Subdirección de ABC, una mezcla de su trabajo compatibilizándolo, siempre, con sus pasiones extremeñas y extremeñistas ejerciente con el activismo de su inveterada defensa y divulgación de las excelencias de la tierra parda.
Y en su currículum, de considerable notoriedad, acorde con su gigantesca talla humana, quedan poemarios de imponente belleza como "Tierra en la Carne", como "Memorial de Ausencias", como "La huella en el aire", premio de la Real Academia Española, como "La sierra desvelada", como "Antología Extremeña". Y premios de relieve en el periodismo como el "Nicolás González Ruiz", al mejor expediente de las Escuelas de Periodismo, el "Luca de Tena" o el "Martín Descalzo", o de poesía, como el premio "Gredos".
Monárquico de transparencia ejemplar, leal a sus ideas, sobre todo en la ciencia de la relación humana con los numerosos colaboradores y amigos, todos, que dejó en el camino, lo que labró con verdadera y ejemplar dedicación, se hizo un camino de dulces semblanzas en la vida. Y que vivió en medio del escenario que él mismo eligió.
Yo destacaría el de la sensibilidad y delicadeza con la sociedad y las personas con las que se topaba cada día, en conferencias, en tertulias, en charlas, en viajes, en la redacción de ABC, en congresos, en coloquios, en entrevistas, en inveteradas parrafadas y pegando la hebra sobre aquellos sentimientos que albergaba en la vida. Con preferencia, si se me permite, por la cultura humanista, pero desde la delicadeza siempre, donde lucía galones del máximo relieve, por el extremeñismo hasta el grado de ostentar la Medalla de Extremadura y la Dirección de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura.
Un día, charlando en el Hogar Extremeño de Madrid, allá en la Gran Vía de la Villa y Corte, me comentaba, como refleja hoy algún periódico, que le ofrecieron ser gobernador civil, en los tiempos en que Manuel Fraga era Ministro de la Gobernación. Era muy joven. Y él, elegantemente, sin fiebre de engreimiento político, ni tan siquiera de vanas glorias aterciopeladas de los sillones de un Gobierno Civil, optó por seguir caminando en medio del engranaje periodístico. Lo que, hay que decirlo, demuestra la brillantez de su inteligencia. No tanto por la negativa, si no porque tenía clara su apuesta por el periodismo desde la libertad que siempre predicó y practicó.
Manuel Pecellín, una figura de las letras extremeñas, decía de él con venerable respeto, que era un anarquista de derechas. De aire sencillo, Santi, tal como publica ABC, su casa de siempre, dejó constancia que su despacho, que sabe de latines y de confidencias y de sueños y de inquietudes, y de esperanzas de escritores, era una confesionario laico. ¡Cuántos secretos, cuántas confidencias, cuántas confidencias, cuántas ideas, cuántos proyectos, cuántas propuestas quedan allí, enmarcados, ahora, en el llanto de la pena y de la despedida a Santi..!
Santi era un hombre contemporizador y dialogante, constructivo y apasionado, trabajador infatigable. Extremeño siempre le dolía la Extremadura de la emigración que sangró ausencias hasta el agotamiento de los pueblos de familias rotas, de adioses casi de por vida, de lejanías dolorosas entre el emigrante y la tierra parda. De la Extremadura que, comentábamos, padecía una larga sangría migratoria.
Ahora, transitando por el paisaje de la memoria viendo a un Santi sonriente, de perilla sempiterna y aire doctoral, pero figura siempre sencilla, cercana y atenta con todos, recuerdo que en uno de los diversos libros con que me distinguió, figuraba la siguiente dedicatoria: "Para tí, Juan de la Cruz compañero en la batalla de Extremadura".
Una Extremadura que vivía cada vez que tenía un hueco en su agenda. Lo que era a medida que avanzaba el tiempo, cada vez más frecuente, porque vivía sentía, rezumaba la necesidad de respirar el aire y la esencia, decía, de Extremadura.
En estas líneas de urgencia, querido Santi, con tantos años de amistad sublime, de grandes tertulias a la luz del camino, allá en Madrid y en Extremadura, se va, contigo, mi mejor abrazo. Y estés donde estés, sabes que cuentas con mi respeto, con mi cariño, con mi amistad inquebrantable. Tanto como el surco en el que arabas, con tanto cuidado y armonía, tus versos, que, ahora, serán el consuelo para recuperarte. Y eso, al menos, es un tesoro para siempre.
Sin dejar atrás claro es, la Extremadura que llevas dentro, que corría ejemplarmente por tus venas con tu acento popular, y divulgándola, un día sí y otro también. Una tierra que, ahora, desde el dolor de tu fallecimiento, te debe un tributo del mayor relieve y que, sin lugar a dudas se plasmará en tu Memoria, con mayúsculas, como un modelo de la mayor identidad regional.
Una cruel enfermedad se ha llevado a José Miguel Santiago Castelo, a Santi, como le llamábamos cariñosamente desde siempre, a los sesenta y seis años. Y, sin lugar a dudas, en el sereno sosiego de su alma, batalladora de modo constante, mientras se encontraba en la plenitud reflexiva de su creación y de sus nuevos, siempre incansables e inquebrantables proyectos, más allá de todos y cada uno de sus logros. Todos ellos basados en el trabajo permanente, en la inspiración, en la brillantez de sus poemas que esculpía con un mimo sacrosanto, de sus artículos repletos de coraje periodístico, de su defensa de Extremadura.
Se ha ido un hombre de una extraordinaria sensibilidad. De excepcional talla humana, de gran coraje extremeñista, de reconocido crédito periodístico, de mágica poesía. Su palabra y su verbo eran pasión, elegancia, sencillez. Y conjugaba, todo ello, con la Extremadura de la verdad de siempre. Sin menoscabo alguno de su defensa de la tierra. Todo lo contrario,
Periodista de raza, poeta de relieve escritor de señaladas alturas y miras. Hizo, desde la Subdirección de ABC, una mezcla de su trabajo compatibilizándolo, siempre, con sus pasiones extremeñas y extremeñistas ejerciente con el activismo de su inveterada defensa y divulgación de las excelencias de la tierra parda.
Y en su currículum, de considerable notoriedad, acorde con su gigantesca talla humana, quedan poemarios de imponente belleza como "Tierra en la Carne", como "Memorial de Ausencias", como "La huella en el aire", premio de la Real Academia Española, como "La sierra desvelada", como "Antología Extremeña". Y premios de relieve en el periodismo como el "Nicolás González Ruiz", al mejor expediente de las Escuelas de Periodismo, el "Luca de Tena" o el "Martín Descalzo", o de poesía, como el premio "Gredos".
Monárquico de transparencia ejemplar, leal a sus ideas, sobre todo en la ciencia de la relación humana con los numerosos colaboradores y amigos, todos, que dejó en el camino, lo que labró con verdadera y ejemplar dedicación, se hizo un camino de dulces semblanzas en la vida. Y que vivió en medio del escenario que él mismo eligió.
Yo destacaría el de la sensibilidad y delicadeza con la sociedad y las personas con las que se topaba cada día, en conferencias, en tertulias, en charlas, en viajes, en la redacción de ABC, en congresos, en coloquios, en entrevistas, en inveteradas parrafadas y pegando la hebra sobre aquellos sentimientos que albergaba en la vida. Con preferencia, si se me permite, por la cultura humanista, pero desde la delicadeza siempre, donde lucía galones del máximo relieve, por el extremeñismo hasta el grado de ostentar la Medalla de Extremadura y la Dirección de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura.
Un día, charlando en el Hogar Extremeño de Madrid, allá en la Gran Vía de la Villa y Corte, me comentaba, como refleja hoy algún periódico, que le ofrecieron ser gobernador civil, en los tiempos en que Manuel Fraga era Ministro de la Gobernación. Era muy joven. Y él, elegantemente, sin fiebre de engreimiento político, ni tan siquiera de vanas glorias aterciopeladas de los sillones de un Gobierno Civil, optó por seguir caminando en medio del engranaje periodístico. Lo que, hay que decirlo, demuestra la brillantez de su inteligencia. No tanto por la negativa, si no porque tenía clara su apuesta por el periodismo desde la libertad que siempre predicó y practicó.
Manuel Pecellín, una figura de las letras extremeñas, decía de él con venerable respeto, que era un anarquista de derechas. De aire sencillo, Santi, tal como publica ABC, su casa de siempre, dejó constancia que su despacho, que sabe de latines y de confidencias y de sueños y de inquietudes, y de esperanzas de escritores, era una confesionario laico. ¡Cuántos secretos, cuántas confidencias, cuántas confidencias, cuántas ideas, cuántos proyectos, cuántas propuestas quedan allí, enmarcados, ahora, en el llanto de la pena y de la despedida a Santi..!
Santi era un hombre contemporizador y dialogante, constructivo y apasionado, trabajador infatigable. Extremeño siempre le dolía la Extremadura de la emigración que sangró ausencias hasta el agotamiento de los pueblos de familias rotas, de adioses casi de por vida, de lejanías dolorosas entre el emigrante y la tierra parda. De la Extremadura que, comentábamos, padecía una larga sangría migratoria.
Ahora, transitando por el paisaje de la memoria viendo a un Santi sonriente, de perilla sempiterna y aire doctoral, pero figura siempre sencilla, cercana y atenta con todos, recuerdo que en uno de los diversos libros con que me distinguió, figuraba la siguiente dedicatoria: "Para tí, Juan de la Cruz compañero en la batalla de Extremadura".
Una Extremadura que vivía cada vez que tenía un hueco en su agenda. Lo que era a medida que avanzaba el tiempo, cada vez más frecuente, porque vivía sentía, rezumaba la necesidad de respirar el aire y la esencia, decía, de Extremadura.
En estas líneas de urgencia, querido Santi, con tantos años de amistad sublime, de grandes tertulias a la luz del camino, allá en Madrid y en Extremadura, se va, contigo, mi mejor abrazo. Y estés donde estés, sabes que cuentas con mi respeto, con mi cariño, con mi amistad inquebrantable. Tanto como el surco en el que arabas, con tanto cuidado y armonía, tus versos, que, ahora, serán el consuelo para recuperarte. Y eso, al menos, es un tesoro para siempre.
Sin dejar atrás claro es, la Extremadura que llevas dentro, que corría ejemplarmente por tus venas con tu acento popular, y divulgándola, un día sí y otro también. Una tierra que, ahora, desde el dolor de tu fallecimiento, te debe un tributo del mayor relieve y que, sin lugar a dudas se plasmará en tu Memoria, con mayúsculas, como un modelo de la mayor identidad regional.