La larga época de crecimiento económico, previa a la crisis económica, estuvo acompañada de avances en el aspecto laboral si bien es verdad que los beneficios empresariales sobre todo en algunos sectores fueron desorbitados. En este contexto, en cada sector, en cada convenio, en cada colectivo, se fueron reivindicando y consiguiendo mejoras laborales. También se acompañó con progresos en las prestaciones sociales y los servicios públicos.
Las reales dificultades económicas, por una parte, pero también su utilización como coartada, se han combinado para devaluar las condiciones de trabajo y para socavar las prestaciones sociales y servicios públicos. En definitiva ha sido el escenario perfecto para modificar el reparto de la riqueza de manera más desigualitaria e injusta favoreciendo a quien más tiene. El lema que impera es “todo para las élites económicas gracias al empobrecimiento para la gran mayoría de la población".
Por eso, ahora se vuelve más patente la utilidad de las organizaciones sindicales. En momentos de retroceso como éste son aun más necesarias. Las pretensiones de los grandes poderes económicos no tienen límite, rebasan su programa máximo a cada poco. Están consiguiendo muchas de las cosas a las que aspiraban y que no se les podía pasar por la cabeza hace unos años. Pero la codicia no tiene límite, por eso son imprescindibles los sindicatos: porque van a seguir sin parar si no encuentran organizaciones lo suficientemente fuertes enfrente. Es verdad que el balance sindical de los últimos años es negativo, pero ahora, en circunstancias como en las que estamos viviendo, la tarea es de resistencia, de retroceder lo menos posible, de defender lo importante.
Y en esta tremenda situación hay organizaciones de carácter general que vienen movilizándose, defendiendo los servicios públicos, colaborando en cumbres sociales, con todo tipo de iniciativas y organizaciones sociales. Mientras esto ocurre los sindicatos corporativos están escondidos esperando a que escampe, haciéndose los buenos para que no les castiguen los gobiernos de turno.
Ante esta situación los sindicatos gremiales, aquellos que se dedican a colectivos limitados, como ellos suelen denominar: de pilotos, médicos, interinos, funcionarios... ya no sirven. Son muchas las razones; solo voy a citar dos. Por un lado, la situación de precariedad, de desempleo, de movilidad funcional y geográfica, en definitiva de falta de estabilidad, hace que en el mundo de hoy las personas necesiten de una organización sindical que pueda servir de apoyo en situaciones diversas, porque ya no se está clavado a un puesto de trabajo para toda la vida. Por otra parte, la posibilidad de responder a un envite tan global, como es al que estamos asistiendo, es inviable haciendo la guerra cada colectivo por su lado. Una respuesta eficaz solo puede venir de un sindicato general, aquel que puede aunar las fuerzas de todo el conjunto de las personas que trabajan, de las que han perdido su empleo, de la gran mayoría machacada.
Podemos querer pensar solo en lo particular, creer que lo gremial entiende más de lo mío, pero lo gremial ya forma parte del pasado. En el mundo de hoy solo sirve para fragmentar y debilitar a una parte y a allanar las pretensiones de los grandes poderes y sus intereses.
