Leucemias, psoriasis, artritis, asma, cáncer colorrectal... cada vez son más las patologías que se suman a la lista. Pero, ¿cómo funcionan estos medicamentos? ¿Curan realmente las enfermedades que tratan?
Las terapias biológicas
Sabemos que los seres humanos luchamos constantemente contra microorganismos y sustancias extrañas al organismo mediante nuestro sistema inmune. Por lo que no fue descabellado plantearse, ¿cómo podríamos modular nuestro sistema inmune para luchar contra lo que nosotros queramos? ¿Podemos establecer dianas terapéuticas concretas?
Y así surgieron los denominados anticuerpos monoclonales, debido a que actúan específicamente frente a un “clon” celular. El clon es la célula que ha perdido control sobre sí misma, y se divide incesantemente, lo cual es la base del cáncer. Normalmente el tratamiento de enfermedades como el cáncer, autoinmunes, infecciosas... es totalmente inespecífico; con estas nuevas terapias basadas en anticuerpos se pretendió individualizar, eliminar la enfermedad con el menor perjuicio para la persona.
Fue en 1975 cuando se crea el primer anticuerpo monoclonal terapéutico empleando un banco de células prácticamente ilimitado (hibridoma), y en 1986 cuando la FDA americana aprueba el primero de estos como terapia contra el rechazo del trasplante renal.
El segundo gran hito llega gracias a los avances de la Biología Molecular, identificando las nuevas dianas.
Estos nuevos anticuerpos pueden actuar de tres maneras diferentes: detectando lo que está mal, transportando elementos a células concretas (gracias a su especificidad) o directamente actuando contra la enfermedad.
Gracias a estos avances acontecidos a finales de siglo, podemos disfrutar hoy de 20 anticuerpos monoclonales aprobados por las agencias reguladoras, y 394 en desarrollo. Algunos ejemplos de estos fármacos son:
Dacluzumab y Basiliximab se emplean a día de hoy de forma sistemática como prevención del rechazo en diversos trasplantes.
Incluso en diversas intervenciones quirúrgicas cardiacas podemos disminuir la formación de trombos mediante el abciximab.
El Ranibizumab (Lucentis®) es un fármaco empleado esencialmente en oftalmología, para impedir el avance de la degeneración macular húmeda, aunque cada inyección del mismo ronde los 1.500 euros.
Rituximab, Infliximab, Adalimumab empleados en el tratamiento de la Artritis Reumatoide y Psoriásica.
Omalizumab, revolucionaria terapia anti IgE en el tratamiento del asma alérgica.
Éxitos y fracasos
Aunque a día de hoy empleamos estos medicamentos en el tratamiento de múltiples entidades clínicas, existen tres problemas fundamentales que limitan su empleo.
El primero de ellos, su precio. Son medicamentos en algunos casos extremadamente caros, por lo que desde los diferentes gobiernos autonómicos en muchos casos se limita su uso, y se crean protocolos médicos en ocasiones alejados de la que sería la práctica médica ideal, debido a que su precio multiplica en muchos casos por 400 el de la terapia que se estaba manteniendo hasta el momento.
En segundo lugar, tenemos la dificultad de producción. No existe una forma rápida, barata y accesible para producirlos, lo que hace que se encarezcan mucho los costes.
Y por último, está la falta de acuerdo entre los entes públicos de investigación y las empresas, limitando la generación y validación de estos proyectos.
A pesar de estas salvedades, muchos de estos fármacos se recogen en las principales guías de práctica clínica de muchas enfermedades, como los linfomas, donde se establecen como terapia de primera línea en muchas ocasiones, sustituyendo o complementando a los quimioterápicos. Además ofrecen un buen perfil de seguridad, y tienen un efecto rápido y eficaz.
Perspectivas de futuro
Siendo la principal limitación su producción, los expertos opinan que las tecnologías de producción mejoraran a corto-medio plazo. Y también se incorporarán nuevas dianas, estableciéndose como objetivo el tratamiento de entidades tales como hepatitis, SIDA, enfermedades neurodegenerativas y cardiovasculares.