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En la zona Sul

29 marzo 2019

En la zona Sul

De nuevo escribo este texto con un sabor agridulce. Por un lado feliz de tener entre nosotros una nueva profe en el proyecto, se llama Diana Casali...

De nuevo escribo este texto con un sabor agridulce. Por un lado feliz de tener entre nosotros una nueva profe en el proyecto, se llama Diana Casali y es de Teruel. Se une al grupo con muchas ganas, motivación y toda la garra de una mujer fuerte. Por otro lado, infelizmente Diana ha pasado su primer día de tiroteos en la favela y, aunque el de ayer no ha sido uno de los peores días es siempre una tristeza pasar por eso y es siempre una tristeza salir de allí hacia nuestros lugares seguros mientras nuestros alumnos se quedan atrapados en esa realidad que no debería tener nada que ver con ellos. Porque no tiene nada que ver con ellos.

A Diana le apeteció escribir su experiencia ( que suerte la mía) y lo cuenta también que a una, que pese a todo nunca se ha acostumbrado ni piensa hacerlo nunca, se le encoge el corazón.

Os dejo con sus palabras, con su experiencia.

“El grupo de chicas de la terraza se levanta de repente y entra en el restaurante. Hablan alto y parecen alteradas. ¿Ha pasado algo? Hemos escuchado un tiro.

En la mesa del pequeño restaurante frente a la ONG Redes da Maré estamos dos españolas, una venezolana y un peruano, todos voluntarios del proyecto Español para Todos. Ninguno de nosotros ha escuchado nada. Mientras terminamos el churrasco con arroz a nadie le apetece preocuparse, por lo que dicen es solo un tiro. Ha debido ser lejos.

De la puerta de entrada de Redes se asoman varias personas. Observan la calle con curiosidad. Al poco vemos llegar a Dani, una alumna de curso de español que vuelve de comer en casa. También es voluntaria del proyecto, nos ayuda con las clases y con todo lo que puede. Ella opina lo mismo, no es para preocuparse, solo ha sido un tiro.

Mientras pagamos la cuenta bromeamos acerca del número de tiros que deberíamos oír para preocuparnos. Al menos cinco. Bueno, seis. Quedamos que, como mínimo, el número de tiros que consideraríamos preocupante sería de seis. Después de pagar nos despedimos. Yo tengo que tomar el autobús en la Avenida Brasil para ir a Botafogo a dar una clase. Dani, amorosa como siempre, se ofrece a acompañarme.

Desde la sede de Redes hasta la Avenida Brasil hay unos siete minutos andando. Normalmente camino hasta una de las calles principales de la comunidad (una especie de carretera sin señalizar, con arcenes llenos de tiendas y toldos) y desde allí voy en línea recta hasta la Pasarela 9, una construcción de hierro y cemento que a veces vibra cuando la cruzo. Al otro lado de la avenida tomo el autobús que me devuelve a la Zona Sul de Río, esa parte de la ciudad que concentra la mayor parte de la riqueza, oferta cultural, servicios y bellezas del imaginario carioca: Pan de Azúcar, playas, cristo redentor.

Cuando Dani me acompaña al autobús solemos acortar camino por callejuelas (con menos trasiego de motos y gente) y me convierto, durante esos cinco minutos, en una habitante más de Maré, presenciando instantáneas de la rutina en la comunidad: una señora barriendo la entrada de su casa, vecinos conversando despreocupados, una mujer con rulos asomada a la ventana. Cuando llegamos a la Avenida Brasil Dani se despide con un abrazo lleno de ternura y vuelvo a ser la voluntaria del curso de español que está de paso, que tiene prisa. Finalmente, atravieso los 100 metros de pasarela que es la distancia entre esa América Latina en miniatura y el autobús de vuelta a esta Europa caótica, versión tropical.

Hoy Dani se ofrece a acompañarme. Solo ha sido un tiro, pero te acompaño. Después de doblar la calle de Redes entramos en una callejuela, brillante y única como siempre, pero esta vez los vecinos nos miran de una forma que me parece distinta. Me doy cuenta de que hoy no se produce la magia. Hoy soy voluntaria del curso de español también dentro de las callejuelas.  En ese momento escuchamos una ráfaga cercana. Parecen petardos pero según Dani son tiros. Conté más de seis.

Caminamos más deprisa, los vecinos entran en sus casas y cierran las puertas tras de sí. Dos minutos después otra ráfaga, esta vez más cerca y de más duración. Una vez en la calle principal, caminamos debajo de los toldos, viendo cómo los vendedores bajan las persianas de sus tiendas. Le pregunto a Dani si debemos entrar en una de ellas pero me dice que no, que su casa está cerca.

Las ráfagas se suceden y cada vez suenan más nítidas, ya no me parecen petardos. Durante el trayecto, somos personajes de videojuego: dos mujeres en medio de una guerra buscando refugio. Podría ser Oriente Medio. Sorteamos estantes bajos toldos agujereados, esquivamos ametralladoras pegadas a hombres sin rostro. Desde puntos estratégicos de la calle, miran a un lado y al otro con insistencia. Parece que esperan algo.

Alguien dice que los tiros provienen de un tanque blindado. Son imágenes difíciles de organizar en mi mente, ¿qué hace un tanque aquí?, ¿cómo van a defenderse de él con ametralladoras? Los vecinos actúan con rapidez, parecen saber lo que hacer en esta situación. Dani también lo sabe. Me agarra de la mano y entramos en el primer lugar accesible, una especie de almacén cuyo dueño enseguida nos dice que tiene que cerrarlo. Debemos salir.

Justo al lado del almacén hay una puerta por la que accedemos a la casa de una señora de unos cuarenta años. Parece que es conocida de Dani. En la casa también hay un adolescente, una chica joven y dos bebés. Después de atravesar un pequeño pasillo nos sentamos encima de una especie de sofá, a un lado hay varias mantas apiladas y al otro un ventilador. La señora, cercana y amable, nos ofrece agua.

Permanecemos allí sentadas unos instantes recuperando el aliento. Percibo que no estoy exactamente asustada, es una mezcla de incertidumbre y asombro. Sigo con la impresión de estar viviendo algo irreal, de ser una intrusa en una experiencia que no me pertenece, ¿acaso esta experiencia le pertenece a alguien?

Dani sugiere que nos hagamos una foto para mandarla al grupo de profesores y alumnos de Español para todos, avisando de que estamos bien. Frente a nosotras, sentada en un sofá cubierto por una sábana de flores, la joven mira hacia la puerta de entrada con expresión de cansancio. Lleva un bebé en el regazo, El niño, de unos 12 años, nos mira a nosotras. Lleva en brazos al otro bebé, también parece cansado. Me acerco a él y le pregunto, ¿puedes hacernos una foto? El chico acepta. Le doy mi móvil y vuelvo a sentarme al lado de Dani. Mientras nos apunta con el objetivo de la cámara, de forma instintiva, Dani y yo nos abrazamos y cerramos los ojos. Ya no estamos allí.

Cuando abro los ojos estoy de nuevo en la habitación del apartamento de Laranjeirasdonde vivo. Llueve un poco y escucho pájaros piar a lo lejos. Desde la ventana de mi cuarto veo árboles, algunos coches. Todo parece tranquilo en la Zona Sul.”

 

Como siempre gracias por dedicarnos este ratito, sed felices y tened en cuenta una cosa que a veces se nos pasa por alto: llegar a tu casa y cenar en familia ( entiéndase familia como cada uno quiera), es TENERLO TODO EN LA VIDA.

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