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LA CALLE

19 marzo 2017

Uno de los graves problemas que tienen planteadas todas las ciudades, grandes y pequeñas, del Planeta, de esa esfera azul sobre la que cabalgamos...

Uno de los graves problemas que tienen planteadas todas las ciudades, grandes y pequeñas, del Planeta, de esa esfera azul sobre la que cabalgamos, guarda estrecha y diría que hasta penosa relación con las insuficiencias, cada vez más angustiosamente acusadas, de las vías públicas, a cada momento más y más incapaces, no ya de soportar, sino de simplemente acoger, a la creciente masa de vehículos de todo tipo que de modo permanente inundan, colmatan y colapsan nuestras calles y que, circulando o estacionados -tanto da, el resultado es el mismo- devoran cualquier mínimo espacio urbano antaño indiscutido y pocas veces disputado dominio peatonal de las personas que por allí pasaban.


?Era el territorio de los adultos, en plácido deambular o en atareado quehacer camino del no-ocio: el de los niños, que encontraban en la calle el permanente lugar idóneo para sus juegos, para sus bullas, tan deliciosas como todas las bullas y para sus prácticas deportivas mientras sus padres estaban bien tranquilos, despreocupados de esa tremenda angustia que ahora padecemos y que indefectiblemente hemos de transmitir a nuestros hijos y a nuestros nietos -Fulanito, ¡ten mucho cuidado con los coches!... Menganito. ¡mira bien ni cruzar la calle, que hay coches...! Nene, ¡no juegues en tal calle que pasan coches!-; el espacio de solaz de las personas ya mayores, …de los viejecitos que contemplaban, como despidiéndose, todo cuanto les había acompañado en sus dilatadas existencias y de lo que parecía dedicaban sus postreras miradas y sus finales recuerdos.


?La calle y las plazas, la ciudad en suma, era de los hombres. Los espacios urbanos cumplían tareas y funciones diversas y bien distantes según fueran sus usuarios. Eran puntos de encuentro, lugares de civilizada convivencia y de plácido asueto; eran ocasión de un delicado piropo a la mocita veinteañera y también oportunidad del adolescente pavoneo que quizás, todos practicamos en la ya distante juventud. Plazas y calles eran motivo del maduro acicalamiento y escaparate de nuestros más preciados atuendos. Y, por supuesto, lugar de general esparcimiento, sitio de entretenimiento, paraje de paseo, expresión de humanidad, tiempo de conversación, situación de discusión amable. Para los más jóvenes; eran campo de fútbol y pista de patinaje; eran las Cárceles y los Bancos de los juegos a policías y ladrones; eran las Tiendas en las que las niñas compraban sus comiditas y el lugar en que las cocinaban. Y eran, en las noches calurosas de los veranos, donde en arcaicas sillas de madera y asientos de bayón, en rústicos banquillos de corcho o en las más cómodas butacas de mimbre, buscábamos, a la puerta de nuestra casa, el frescor reparador y gratificante de la brisa nocturna ya que la calle era, también, nuestro primitivo aparato de aire acondicionador, esa primorosa máquina que ya ahora libera nuestras casas de los calores estivales.


?¿Y que han quedado de todas estas actividades que tenían su cotidiano escenario en la calle? ¿Recuerdas, amable y adulto lector, las calles de cuando eras niño? ¿o las otras, de cuando paseabas por ellas tu recién estrenada adolescencia? ¿Son esas mismas las calles que conocen tus hijos o por las que transitan tus nietos? Evidentemente, no.
?Desgraciadamente, no. No sólo se ha ido modificando el aspecto general de las edificaciones levantadas, sería lo de menos. Otros cambios han afectado con más intensidad a la vida de las gentes.
?Ahora, a cualquier hora del día o de la noche, nuestras calles y plazas están llenas de coches que, cuales animales de la más primitiva de las selvas, disputan el espacio vital a adultos y a niños. Y el ser humano aparece como el gran perdedor de la batalla iniciada contra la máquina que creó para su servicio; el vencido en una lucha, lo más doloroso, dramáticamente saldada con pérdida de sangre y de vidas humanas, con dolor y muerte en esos inacabables accidentes de tráfico: los niños, nuestros niños, nuestros hijos y nuestros nietos, son los grandes derrotados de toda esta creciente conflictividad entre el hombre y las máquinas de las cuatro ruedas ya que han perdido, cuando menos, los sitios en que jugaban y se esparcían. Han sido expulsados de la calle, tradicional dominio de los niños; de los niños de cualquier tiempo y de cualquier lugar. Así era hasta hace poco.
?Para desgracia de todos, de adultos y de niños, pero especialmente de éstos, son ellos, como en otros temas, los grandes perdedores. Y hay que referirse a este hecho, que nadie me negará, cuando, paradójicamente cada vez nos preocupamos con mayor intensidad de defender y salvaguardar los intereses y las necesidades infantiles.
?¡Es curiosa nuestra humana condición! Porque sin saber cómo ni por qué, en aras de un supuesto progreso, hemos perdido esa calle, “¡La calle! ¡Espectáculo siempre variado y nuevo, siempre concurrido, siempre abierto y franco!” que describía doña Emilia Pardo Bazán.

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