El pasado domingo, miles de militantes socialistas tuvieron la oportunidad de elegir al que será el cabeza de lista de las próximas elecciones municipales y en algunos casos, autonómicas.
Por la experiencia que viví en Cáceres pude constatar como el cursi comentario “la fiesta de la democracia” era un hecho tan real que me atrevo a repetirlo. Y es cierto, medio en broma, medio en serio, se sucedían las iniciativas en torno a la Casa del Pueblo en el sentido de la necesidad de repetir con más frecuencia este tipo de convocatorias.
La razón es que ha permitido a la militancia movilizarse como nunca antes lo había hecho. Nos ha devuelto esa sensación de estar vivos. De querer participar. De que se nos tenga en cuenta. De huir, en muchas ocasiones de las etiquetas de “familias” o de campañas orquestadas de antemano pues, una y otra vez, la gente se acercaba a justificar la intención de su voto, a reivindicar la petición de intimidad, a mostrarse cansino con las presiones. Algo debe estar cambiando.
Sin embargo, muchas de estas claves se escapan fuera de la liturgia del Partido. Resulta curioso, rayando en lo ridículo, escuchar en un medio audiovisual a un tertuliano hacer un análisis de quien apoyaba a un candidato o a otro en función de lo que consideraba afín o lejano a “aparatos” de todas clases: locales, provinciales, regionales... Pronto harán subdivisiones por aficiones, barrios, federaciones sindicales, clubes deportivos, generaciones o trienios de militancia.
Lo cierto es que nos ha permitido poner cara a una multitud de compañeros que bien no conocemos o bien no se dejan ver en los actos que se convocan. También intercambiar opiniones con otros muchos con los que te cuesta coincidir o con aquellos que se mostraban retraídos. Y en eso coincide la grandeza de esta elección: haber sido posibles de aglutinar una participación interna histórica. El reto es consolidar ahora su atracción por la política.
Los historiadores solemos hablar de ucronía cuando alguien plantea “que hubiera pasado si...”, por ejemplo: si hubiesen sido primarias abiertas a la ciudadanía, si hubiese una segunda vuelta con los dos candidatos más votados, si no se pidiesen avales, si se pudiera votar por correo... Especular ahora no tiene sentido. Las reglas del juego han sido iguales para todos. La ejemplaridad ha venido acompañada de la elegancia en el reconocimiento del resultado por todos los contendientes.
Ahora bien, visto el perfil de cada uno, lo que pueden representar, los entornos en los que se mueven, qué duda cabe en que al margen de la cabecera (que no olvidemos, insisto, es lo único que se ha elegido el domingo) el escenario ideal es la complementariedad entre lo que pueden aportar cada uno de ellos. Como se ha señalado en alguna ocasión: juntos somos invencibles.