HAY TANTO IDIOTA AHÍ FUERA
La base de la democracia es la discusión, el debate, el acuerdo, los pactos. El enriquecimiento que da la pluralidad de ideas y/o de puntos de vista. La huída del pensamiento monolítico y la pérdida de la percepción del otro como “enemigo” con el intento de hacer del resto el complemento en lugar de lo antagónico.
Bajo el pretexto de la búsqueda del consenso ( o si no, ya veremos) la derecha ha iniciado una estrategia basada en identificar la reforma electoral para que gobierne en los Ayuntamientos la lista más votada con una presunta demanda clamorosa ciudadana. Se permiten la indecencia de insinuar que si no es así se pervierte la democracia y mediante “trapicheos” se coloca en el sillón municipal a aquellos que los vecinos no quieren. Es decir, para ellos la parte y el todo son sinónimos, el conmigo o el contra mí.
Es evidente que necesitarían muchos de ellos volver a pasar por las aulas para entender que las mayorías se consiguen también gracias a las sumas, a los acuerdos, a los puntos de encuentro. Eso sí, parece claro, que se utiliza el hecho de que, en muchas ocasiones, las fuerzas minoritarias se han unido, pese a tener poco en común, con el único objetivo de que no ostenten el Poder aquellos a los que detestan, en numerosos casos no meramente por cuestiones ideológicas y políticas, sino en la mayoría de ellos, por motivos personales.
Por eso, parece obvio que si de verdad quisieran que todos podamos estar satisfechos al ceder en nuestros planteamientos, sería fundamental que no pareciera que se persigue meramente el rédito electoral. Al proponerse la reforma justamente al comienzo de la contienda, se da por sentado que el interés que hay detrás es el miedo a perder. Es decir, ante una realidad cambiante, los conservadores, como hereditarios de lo que los historiadores hemos considerado más reaccionarios, disfrazan un nuevo escenario detrás de un objetivo de perpetuación.
A todo ello hay que añadir que se silenciaría la voz de las pequeñas y medianas fuerzas políticas o que obligaría a concertar coaliciones electorales donde, posiblemente, muchos no se encuentren a gusto.
Esta involución se aminoraría si hubiese un compromiso de establecer un acuerdo de trabajo para adaptar la ley electoral justo después de las elecciones con el objetivo de que entrase en vigor, no ahora, sino en las próximas convocatorias. Así, nadie sospecharía de la existencia de un plan para acabar con aquellos que pueden condicionar las mayorías, cuando no son absolutas.
Pero para eso necesitamos gente inteligente que sea capaz de asimilar que se puede trasladar a la ciudadanía el concepto del político como servidor público. Pero parece que, por lo que escuchamos en estos días y como cantaba Vetusta Morla “hay tanto idiota ahí fuera”.