Cuando se comienza un nuevo periodo estacional, ya sea tras las vacaciones de verano, ya sea a comienzos de año, se suele producir un catálogo de buenas intenciones con cambios en las formas de vida que, en muchas ocasiones, difícilmente se consolidan.
También sucede tras experiencias traumáticas o simplemente cuando uno toma la firme decisión de dar un vuelco a sus rutinas.
Hay a quien le sucede a partir de una cierta edad, como muy bien reflejan algunas películas y libros, en los que los protagonistas reflexionan sobre lo vivido y fundamentalmente sobre lo que les queda: retos, objetivos cumplidos, satisfacciones e insatisfacciones…
Pero lo que si es determinante y que yo suelo observar en lo que me rodea ( especialmente en el ámbito deportivo), es el hecho de la frecuencia en la que un cambio permanente en un hábito en su vida ha hecho que el resto venga a continuación.
Estamos hablando, por ejemplo, de la práctica deportiva, desde el momento en el que vemos en nuestras calles y parques a miles de mujeres y hombres corriendo, o por ejemplo animándose a participar en pruebas populares. En ellas se conjuga y se hace evidente la mejora de la salud con la alegría de, en determinados casos, conocer a más gente, viajar y hacer turismo deportivo y sobre todo, sumar multitud de anécdotas que llenan de júbilo sus horas.
Sin olvidar el hecho de que estos cambios han permitido dejar atrás otros excesos en el consumo, a modo de muestra, de alcohol y tabaco.
La mejora del descanso y la alimentación más sana y equilibrada les llena de energía y permite que el sobresfuerzo físico se haga más llevadero.
Sin embargo, no todo son instantes de felicidad. También me he encontrado auténticas obsesiones por el ejercicio físico. Cambios radicales que bloquean y hacen perder muchas conquistas de una vida cotidiana compartida.
Riesgos incluso para la salud en aquellos que, repentinamente, creen que han encontrado el elixir de la eterna juventud. Momentáneamente pretenden tener 30 años menos y se lanzan al abismo cual si fueran atletas de élite.
En estos casos, necesariamente, los cambios de hábito han de ser paulatinos. No es lo mismo alguien que llevan varias décadas realizando actividad física, ya sea moderada o con más intensidad, que aquellos que tras una vida de intervalos en sus formas de comportamiento, se atreven con todo sin la más mínima prudencia.
Que la serenidad predomine en un cambio que, bien llevado, te va a traer multitud de buenos momentos. Como la cara de alegría que se te pone al alcanzar una meta o tras un duro entrenamiento. Te lo has ganado.