Parece ser que la derecha política y social ha decidido salir de los cuarteles de invierno y tomar la iniciativa en la calle, en determinados medios de comunicación y en las redes sociales con un objeto claro: tergiversar el resultado de las urnas y tratar de hacer ver que con la presión, casi con la coacción o amenaza, se puede conseguir modificar el intento de buscar consensos, acuerdos o intentos de hacer realidad un nuevo modelo de gobernabilidad del Estado.
Es cierto que la movilización de la gente siempre ha sido necesaria ( y conveniente) para tratar de cambiar opiniones y, en su caso, decisiones. Nada de mis palabras saldrá en sentido contrario. Quizás, sí que debemos objetar cuando se pasan líneas rojas y se transciende la protesta pacífica de actitudes más propias de energúmenos.
Esa es la sensación que le queda a uno después de escuchar determinadas expresiones que se hacen en este tipo de manifestaciones, que amenazan ser “permanentes”. Y no vale decir que ha habido otros momentos en los que los seguidores de sus antagonistas políticos han actuado de forma similar. Me parece igualmente condenable.
Este tipo de presiones, en las que se incluye el deseo de judicializar el proceso con la pretensión de paralizarlo, no es otra cosa que una llamada a la convulsión.
Se ha dicho en innumerables ocasiones que había que respetar los “ 100 días de tregua”. Pues bien, en este caso se ataca ferozmente a un gobierno non nato. Es decir, ni siquiera se ha dejado que eche a andar la nueva legislatura.
No conocemos ni la composición del Gobierno, ni sus primeras decisiones reales. Por no conocer ni tan siquiera ha habido ( a día de hoy) debate real en el Parlamento sobre proyectos de ley que aborden los temas que más polémica están causando.
Por consiguiente, está sucediendo lo que en otras ocasiones. La derecha critica y espolea propuestas que ni siquiera ha leído.
Necesitamos, desde mi punto de vista, observar el recorrido de las posibles acciones. Ver los hechos. Comprobar el desarrollo de las iniciativas. Es que no se ha permitido ni tan solamente la presunción de lo que vaya a ocurrir.
Se he preferido presumir de cataclismo, sin detenerse a esperar que lo más probable a lo que nos enfrentemos sea a un futuro Gobierno repleto de avances sociales, de evolución positiva en las conquistas alcanzadas en los últimos años, de un programa de actuaciones cuya guía tiene que entrar, necesariamente, dentro de lo que permita la Constitución.
El resto, entra en el terreno de los sentimientos. Eso sí, muy respetables. Los nacionalismos, la patria… son conceptos que si se llevan a la máxima expresión pueden desviarse de la vida real de la gente. Es más, un socialista, una persona de izquierdas, por definición histórica no es nacionalista ( ni catalán, ni vasco, ni tampoco español), sino internacionalista.
Al igual que en los temas fiscales, no pagan los territorios, sino las personas, en este asunto, tanto para un privilegiado como para una persona en situación de precariedad, no deberíamos poner el foco en su lugar de nacimiento o en su identidad nacional, sino en su realidad particular. A eso, siempre le hemos llamado solidaridad.