Siempre hemos considerado habitual, se podría decir, normal, que en el debate político se contrastaran las opiniones. En determinadas épocas de nuestra Historia incluso se ha hecho con excesiva intensidad.
Por esa razón, parece que ahora nos sorprendemos cuando vemos que en los diferentes Hemiciclos ( y el Congreso de los Diputados puede considerarse el altavoz de todos ellos), se acentúan las diferencias verbales entre los contendientes ( nunca me ha gustado denominarlos enemigos).
Lógicamente la contraposición entre soberbia y humildad en España tiene una raya fronteriza enormemente ancha.
Por un lado, podemos encontrarnos el bloque de aquellos que han hecho de la política el baluarte del enfrentamiento. De la hostilidad. De la agresividad exacerbada y que pugna por distanciarse en todos los sentidos de su oponente.
Por otra parte, están aquellos que, pese a que han sido acusados de buenismo, siguen pensando, tal como definen los diccionarios este término, que la resolución de los conflictos se puede resolver mediante el diálogo. Que la tolerancia y el respeto debe ser la guía del debate. Que los valores de las relaciones humanas pueden llevarnos al entendimiento.
Estas diferencias tan significativas son recibidas por el público en general ( y también, por qué no decirlo, por algunos partidos empeñados en la teoría de que ya están “estos” otra vez peleándose) como una muestra despreciativa de la política en la máxima expresión de su utilidad.
Sigue calando en el imaginario la sensación de que todos somos iguales. De que no hay forma de que se colabore por el bien común. De que priman otros intereses ajenos a lo colectivo.
Y así, cuando la noticia del día es el exabrupto de algún prócer que busca hacer méritos. Poco más tarde, comprobaremos que la respuesta, en el otro lado, ha sido incluso más virulenta.
En definitiva, trasladamos a la política, muchos de los elementos negativos con los que convivimos en sociedad: discusiones en la barra de bar, en el trabajo, por cuestiones deportivas ( extraordinariamente poco ejemplarizantes), en las comunidades de vecinos.
No dejemos escapar aquellas ocasiones, que también se producen muchas veces, donde predomina el acuerdo, la cesión, la transacción o el consenso.