Hace unos días debatíamos en la Asamblea, tomando como referencia la conservación del Puente viejo ( o romano) de Talavera la Real, sobre la necesidad de preservar nuestro patrimonio histórico y cultural.
Hacíamos entonces alusión a lo que hemos dado en denominar “ el alma”. La necesidad, si cabe el deseo, de proteger un patrimonio más allá de lo que supone su propia estructura. Es decir, trascendiendo el significado que para la mayoría de los vecinos significa un monumento.
Existen varios procedimientos institucionales para ayudar a conservarlos, como son las declaraciones de Bien de Interés Cultural o la inclusión en el Inventario del Patrimonio Histórico y Cultural de Extremadura. Ello lleva consigo una protección añadida al monumento por parte de las Administraciones Públicas. Así, pueden considerarse aún más protegidos y amparados por las instituciones.
Las llamadas de atención que vemos en los medios y en las redes sociales para contribuir a evitar su deterioro, sirven como acicate para percatarnos que, si bien los recursos son limitados, tenemos que concienciarnos que el paso del tiempo hace que sea preciso priorizar determinadas actuaciones.
De esta manera y, en mi opinión, la inversión en la conservación de las infraestructuras es el modelo a seguir para conservar y perpetuar la herencia histórica y artística recibida. Para eso sirven los impuestos.
Pero mucho más allá de lo material, hay que reconocer el valor emocional que tienen la mayoría de estos lugares. Muchas generaciones de niños jugando, parejas jóvenes conociéndose, mayores paseando por su entorno y recordando otros tiempos. A eso me refería cuando hablaba del alma del patrimonio.
Es imperioso mantener este patrimonio cultural. Lo tenemos que realizar con recursos materiales, pero también con convicciones.
Ya sean las tradiciones orales, ya sea el simple contacto diario con todos estos vestigios de nuestro pasado y presente, las piedras centenarias tienen tras de sí un reguero de historias que se perderían si no nos involucramos y contribuimos a paliar sus efectos.
La cultura de la digitalización hace posible comparar épocas y sobre todo mantenerlos en nuestras retinas y poder consultarlos en cualquier momento.
Pero el roce del viento, el paseo bajo la lluvia, el tacto al apoyarnos, no puede ser sustituido por una mera visualización en una pantalla.
Ah, la Memoria. Siempre la Memoria.