Es de todos sabido que cuando convives en un grupo, al margen de las diferencias, las similitudes, aquellas personas que te caen mejor o peor, siempre se producen divisiones en secciones alineadas en torno a determinados núcleos de poder.
Todo esto no está reñido con tener buena educación. La corrección en la manera de estar, lo que solemos convenir en denominar guardar las buenas formas.
Por eso llama la atención, me atrevería a decir que casi sin el tópico de la excepcionalidad, cuando te topas con personajes híspidos, ásperos, desagradables.
En el entorno de la política, lo que a veces denominamos un teatro, es decir, la escenificación amplificada de los encontronazos, es a su vez habitual. Pero cuando te bajas del escenario ( de la tribuna, del escaño…) los compañeros de las distintas formaciones se suelen comportar con una gran corrección.
Sin embargo, no siempre es así. ¿Qué necesidad hay de mostrar la peor de nuestras caras? ¿ Qué necesidad existe, en el trato directo, para profundizar en el desencuentro?
Sí es cierto, que los hooligans, los seguidores más acérrimos de cada grupo, disfrutan con el encarnizamiento. Pero no lo es menos, que la mayoría son felices cuando asimilan, que tras las enormes diferencias ideológicas, de programas, de puntos de vista ante los muy variados temas, podemos mostrar nuestra cara más amable.
Quizás sea porque determinadas profesiones favorecen este tipo de actitudes. No lo discuto. Pero creo que la ciudadanía ( quitando a aquellos que jalean la bronca) nos agradecería vernos en muchas más ocasiones comportándonos como lo somos en una Comunidad de vecinos, en un barrio, en un pueblo.
Allí te encuentras con gente a la que saludas, otras a las que esquivas, con algunos te paras e inicias una conversación preocupada por sus problemas, por sus inquietudes, por sus aficiones. Con otros, utilizas el comodín del tiempo o el simple intercambio de saludos onomatopéyicos.
Probemos desde los niveles más básicos a defender nuestros postulados con la elegancia que da el armarte de la dialéctica, de los argumentos. Dejemos el tono rudo para aquellos que no tienen más elementos de convicción que el aprendizaje de un montón de frases hechas que, como se decía coloquialmente, terminaban con la expresión “ eso me lo dices en la calle”.
La fuerza en la defensa de tus postulados no está reñida con las formas en las que te expresas. Y no es buenismo. O sí.