Habituados a ver tremendas imágenes en televisión o en redes sociales, ya no creíamos que pudieran causarnos un impacto emocional que hiciera que la sorpresa, la indignación, el expresar “ no puede ser posible o real”, saliera como un torrente inexcusable de nuestras gargantas.
Sin embargo, los numerosos cadáveres expuestos por calles y avenidas de ciudades ucranianas ( por cierto no muy diferentes de los que hubiéramos podidos ver en Siria, Kabul, América Latina o África), han hecho que, esta vez sí, casi vomitemos, más bien regurgitemos sin esfuerzo todos los excesos de prudencia o prevención que nos han venido caracterizando.
Y es verdad que, fuera de tópicos, una cruel y despiadada guerra total, contra ( al margen de lo eufemísticamente denominado instalaciones militares), infraestructuras de todo tipo y sobre todo población civil, ha ocasionado que dejemos de creer que esto es algo lejano, más propio de películas de ficción que de la realidad cotidiana que ya va para dos larguísimos meses.
Claro que esta vez son europeos rubios y de ojos azules, dirán algunos. Pero es justo atenderlos de manera inmediata. Quizás nos sirva como ejemplo para que en un futuro nos comportemos de la misma manera con los que sufren la violencia, vengan de donde vengan.
Pero no es menos cierto que la ola de solidaridad desborda incluso las posibilidades de la intendencia de las Asociaciones internacionales que se dedican a paliar los efectos de la catástrofe.
Por todo ello, no me gustaría que de manera reiterada las consecuencias de esta barbarie se limite a formar parte de la estadística, de los anuarios que nos remiten las ONGs que habitualmente realizan el trabajo de limpiar nuestras conciencias.
Así pues, expulsemos con furia, regurgitemos todo lo que signifique identificarnos con la lucha contra el mal.
En un entorno donde el concepto de democracia está cada día más cuestionado. Donde un sistema como el nuestro se devalúa con el comportamiento y la actitud de algunos líderes y partidos. Es precisamente el momento para valorar que la participación y la asunción de las diferencias por la vía del diálogo y la aceptación de la aportación del que matiza, siempre serán necesarias.
Hagamos verdadero el hecho de que otro mundo es posible.