En ocasiones, la crueldad excesiva, los malos tratos que imposibilitan la vida en común, es decir, la sevicia, se apoderan precisamente de aquellos con los que más nos relacionamos o con los que, en principio, más elementos deberíamos compartir.
Ejemplos lo hemos tenido ( lo estamos teniendo) en la política española en estos últimos días.
No se es capaz de asimilar que la lucha por el poder, cualquier tipo de poder, precisa de un acompañamiento fuerte, de un coloquialmente denominado, núcleo duro de total confianza.
Pero también has de saber estar rodeado del mayor número de efectivos que incluso en calidad, desde el punto de vista individual, sobrepasen las prestaciones que uno puede ofrecer.
Y ahí radica uno de los problemas principales de las organizaciones. La cabeza, como en el caso que nos ocupa, no puede evitar atemorizarse por el ascenso en popularidad de alguien que, no tendría que hacer otra cosa más que sumar al proyecto.
Se prefiere acabar con su potencial, buscar la manera de eliminar su imparable ascenso.
Y todo ello que podría tener su lógica en el “juego de tronos” que representa la pugna por ser quien manda, se pierde cuando, para conseguir los objetivos pretendidos, se camuflan en conspiraciones y fundamentalmente en presuntas malas, muy malas prácticas.
Por eso nadie puede alegrarse, ni siquiera sus adversarios, por esta penosa situación. El desencadenante de los acontecimientos contribuye a dar un nuevo pistoletazo de salida en la carrera del descrédito de los representantes públicos.
Es tremendamente injusto que se catalogue a todos por igual. Sin embargo, es una tentación mediática que rápidamente corre por las redes. Es, por consiguiente, fundamental demostrar con hechos, con el buen hacer, con la preocupación por resolver los problemas de la gente, por procurar que nadie se quede atrás en momentos de dificultad… que existen partidos políticos, que existen líderes, que existen equipos y organizaciones dispuestos a seguir siendo auténticos servidores públicos.
Las crisis durarán más o menos, pero en el aire siempre quedará el estigma del dolor causado por quien no entiende que no es necesario hacer daño para mantenerse o prosperar.