Leyendo a mi siempre admirado, el profesor Enrique Moradiellos, sacó una conclusión que, al margen de las diferencias entre la manera de entender la Memoria y la Historia ( y en las que también podemos coincidir), me sirve para actualizar temas no meramente referidos a la represión durante y después de la guerra civil que padeció España entre 1936 y 1939.
Quisiera hacer hincapié en el concepto de justicia equitativa. Ahora que vuelve a resurgir, con el debate de la nueva Ley de Memoria Histórica, la necesidad de que las exhumaciones de fosas sean una política de Estado, es preciso insistir en que no es meramente parte de un relato. Hubo parcialidad en su momento para honrar a determinadas víctimas. Para silenciar su destino. Para evitar incluso que se haga público su funesto final.
Para los que desconozcan el procedimiento, existió la denominada Causa Nacional, que recogió todas las muertes acontecidas en el bando franquista. Las honró. Recuperó sus restos. Y fueron objeto de todo tipo de homenajes y exaltación pública durante varias décadas.
Sin embargo, las familias de los caídos en el llamado bando republicano no tuvieron esa oportunidad. Incluso en muchas ocasiones no pudieron ni siquiera señalar que habían fallecido sus personas más queridas. Estaba negado reconocer el derecho a su Memoria. Prácticamente se anulaba su existencia. Por eso nos referimos a que no hubo una justicia equitativa.
Y además porque para avanzar como sociedad en todos los ámbitos ( y podemos aplicarlos a otros momentos, a otras circunstancias, a otros asuntos), es preciso que seamos capaces de condenar los excesos propios.
La función de la Historia es contar la Verdad. La justificación, la interpretación, la simulación de hechos, es propio de otras disciplinas.
A veces nos puede la ideología. Pero lo honesto, lo profesional, es conseguir que las experiencias pasadas, por muy traumáticas que puedan resultarnos desde el punto de vista emocional, sean narradas, para así poder trascender. Siempre se ha aludido a la función magistral de la Historia. Sin embargo, a la hora de la verdad, nos encontramos con algunos supuestos historiadores que confunden su actividad con la de un propagandista, en el mejor de los casos, cuando no un simple fabulador que trata de impartir doctrina, de fabular ( que no revisionar, ese es otro debate que excede el espacio de este artículo), en lugar de mostrar hechos.
No podemos, como ya han citado otros autores, jugar con el silencio.