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Cohibido

12 julio 2021

Ahora que volvemos a encontrarnos en multitud de actos sociales. Volvemos a los encuentros presenciales...

Ahora que volvemos a encontrarnos en multitud de actos sociales. Volvemos a los encuentros presenciales ( si bien mantenemos las actividades virtuales, que como se ha insistido últimamente, han llegado a nuestras vidas para quedarse y aumentar su frecuencia). Asistimos a celebraciones, convocatorias, espectáculos…  es entonces cuando nos encontramos de nuevo con actuaciones en las que la duda, en determinados perfiles personales hace que te mantengas más callado que cuando te refugias en las redes o tras la cámara de una pantalla.

Cierto es, que somos muy dados a hablar de todo. A simular especializarnos en cada tema que se aborde y perorar acerca de cada cuestión que se plantea.

Por eso, vemos que cuando estamos cara a cara, otra vez se reproducen, en mayor número de lo habitual, actitudes reservadas, el miedo al ridículo ( no siempre, pues se escucha cada cosa, cuando se pierden los complejos…), el no ser tú el que tengas siempre la última palabra.

Cohibidos ante aquello en lo que no podemos mostrar nuestras habilidades. Donde no podemos aportar nuevos puntos de vista. Donde ni siquiera enriquecemos los debates, sino que tan sólo ganamos tiempo, que no notoriedad.

Prefiero hablar en aquellos momentos donde tu visión de la realidad aporta novedades. Rebate argumentos. Despeja incertidumbres. O incluso genera nuevos interrogantes.

Hace años se denominaba a estas tipologías que no se constriñen, que no se callan, que no evaden ningún tratamiento de asuntos de actualidad, como charlatanes. Peyorativamente a algunos tertulianos de medios de comunicación se les encasilló en esa categoría.

Hoy, tras tanto tiempo en casa, refugiados de las reuniones frente a frente, con la ausencia del calor físico próximo, tenemos la oportunidad de recuperar el valor de la palabra en su máximo esplendor. Es decir, utilizarlas cuando y como sea necesario y preciso.

Evitemos las sobreactuaciones. Huyamos de la farsa. Introduzcamos el silencio en muchas de nuestras apariciones como síntoma del deseo perenne de aprender. De asimilar. De captar lo mejor que nos pueden ofrecer nuestros compañeros de auditorio o simplemente de mesa.

Hay momentos en los que estar cohibido no es sinónimo de debilidad ni de ausencia de controversia. Es el turno de saber escuchar para poder transmitir lo oído en muchos otros lugares.

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