Estamos habituados ya a encontrarnos en campañas electorales permanentes, al margen del tiempo que falte para la convocatoria electoral. Dentro de estos procesos, parece que una de las estrategias mejor definidas por algunos partidos es la de sentirse ofendidos.
Coloquialmente es lo que venimos a definir como tener la piel muy fina y así, cualquier pretexto resulta bueno para desviar la atención y no presentar propuestas. Suele resultarle eficaz principalmente a las derechas ( a veces cuesta diferenciar a un conservador o a un moderado como históricamente se les reconocía, de un extremista, radical o incluso antisistema).
De este modo, se busca la provocación. Y se utiliza como excusa la supuesta defensa de la libertad. Se puede hacer lo que se quiera si las leyes lo permiten. Indudablemente sí. Lo que resulta lacerante es si previamente sabes las consecuencias, no siempre buenas para la mayor parte de la ciudadanía, por qué empeñarte en seguir adelante. La respuesta está en el rédito político o electoral. Lamentable pero cierto.
Nos hallamos ante una pugna entre lo que se considera verdad y lo que es verdad. Es muy complicado convencer con la batalla del relato. De esta manera, se trata de vencer con la profusión de hechos consumados. Se presentan escenarios de conflicto en los que el resultado del enfrentamiento se procura mostrar cómo motivado siempre por los otros. La sorpresa podría ser que las víctimas, si se incide en los antecedentes, serían las causantes de muchos de los incendios. Quizás no por acción, sino por premeditación.
No va a haber diminutivo que sirva como ejemplo para clasificar a aquellos que quieran denigrar. En lugar de socavar con argumentos la credibilidad se dirigen como objetivo sustancial hacia la dignidad. El sentimiento de culpabilidad que se pretende transpolar hacia el otro lado, el tiempo ha demostrado que no se mueve por mucho valor, más producto del marketing que de la razón, se quiera mostrar.
Por todas estas razones, es cada vez más importante profundizar en el conocimiento, incluso iría más allá, en la exhibición de los valores democráticos.
Hoy, al igual que en el periodo de entreguerras ( fundamentalmente en la década de los 30 del pasado siglo) nos encontramos en la disyuntiva de la lucha por la democracia. Y no es precisamente la izquierda parlamentaria la enemiga. Quizás sea la que más haya pagado por su defensa.