Anunciábamos la semana pasada que hablar de los valores democráticos merecía mayor espacio que una mera referencia. Quizás por deformación profesional quiero pensar que la solución a su consolidación deba venir desde la educación. En este caso hay que reconocer que la nueva Ley de Educación, la Lomloe tiene que permitir construir, desde las generaciones más jóvenes, una idea de la dignificación de la función pública más acorde a la que desde los radicalismos nos intentan deteriorar.
Y es que para hablar de fascismo, un concepto tan maleablemente utilizado, hay que conocer al menos la Historia más reciente. Por ejemplo para asimilar el alcance que pueda tener entre capas vulnerables de la sociedad es preciso detenerse en su nacimiento.
En el caso de España, se nutrió más con sentimientos antiseparatistas que anticomunistas. Recuerdo cómo un historiador nos señalaba que el ideólogo fascista Rafael Sánchez Mazas insistía en que antes que quemar la Casa del Pueblo de Eibar, era preferible hacerlo con los retratos de los burgueses de Bilbao.
De ahí el peligro, tanto antes como ahora, de que acoja a sectores tradicionalmente de izquierdas e incluso a clases medias progresivamente depauperadas. Especialmente en momentos de crisis.
Incluso hubo momentos en sus orígenes, donde determinados sectores socialistas se vieron atraídos por el fascismo. Frontera que se rompió justo en el momento en el que se percataron que su pretensión era pasar la raya de la Democracia. Algo similar a lo que le ocurrió a Fernando de los Ríos en su entrevista con Lenin, cuando éste le irrumpió con la frase “¿Libertad para qué?”.
Finalmente aprendamos de la evolución de los acontecimientos. En la primavera de 1936 miles de militantes de la derecha española ( la CEDA de Gil Robles, Renovación Española de Calvo Sotelo…) se pasaron a la Falange de José Antonio Primo de Rivera. Esta formación en aquellos momentos era prácticamente testimonial. Prueba de ello podemos verla en los resultados electorales, de febrero de 1936 donde sólo consiguieron arrancar un puñado de votos en cada circunscripción a la que se presentaron.
Sin embargo, se produce una conjunción en la que se une la desmembración de las derechas más clásicas con una radicalización de la sociedad.
No le demos tiempo. Asentemos nuestros valores democráticos. Posiblemente podamos hacerlo desde la educación, pero como todos los procesos mentales, serán lentos. Y no deberíamos, en un momento como el que vivimos, llegar tarde.