Algunos de lo sucesos que estamos viviendo, más bien padeciendo, últimamente, no deben hacernos caer en la tentación de buscar excusas que suavicen, que comprendan, que amparen o que dulcifiquen sus consecuencias.
Por ir comenzando, vamos a referirnos a la denominada violencia descontrolada. Estos actos vandálicos que se están produciendo en algunas ciudades, principalmente catalanas, y que, por cierto, no es la primera vez que ocurren bajo diversa casuística, pueden hacer una apelación al intento de pasar página, inhibirnos. El objetivo buscado podría ser el de calmar las situaciones o, en el caso más oscuro, con la pretensión de encauzar alguna negociación, ya sea política, ya sea más relacionada con la adaptación del Código Penal.
Pero lo cierto es que, la violencia, por mucho que tenga razones que la expliquen, ojo, no que la justifiquen, nunca puede ser motivo para que el Estado y los Poderes que le acompañan, abandonen sus tareas y sus responsabilidades.
Del mismo modo, conductas reprobables, las haga cualquier ciudadano, tienen que ser reprimidas tanto desde el punto de vista dialéctico, como desde las indicaciones que marquen nuestras leyes, con el objeto de que podamos seguir siendo ejemplares. Es decir, no puede haber distinciones en el cumplimiento de las normas ni por nacimiento, ni por supuesto prestigio social adquirido años atrás.
Finalmente, estamos asistiendo a la escenificación de elementos singulares de la escena mediática que, disfrazados con la pátina que les da la fama, procuran enseñarnos el camino de la rebelión frente a gobiernos presuntamente liberticidas.
Intentan todos mostrar que las funciones delegadas y que otorgan algún tipo de mandato chocan frontalmente con la independencia completa del individuo. Así pasamos de aquel que nos inquiría con mensajes tales como “ ¿Quién te ha dicho a ti que yo quiero que conduzcas por mi” hasta los que nos asustan con la inserción de chips en nuestros organismos y que doblegarán totalmente la voluntad personal.
De ahí a negar las enseñanzas de la Ciencia hay un paso muy estrecho. No podemos dudar ante el propósito de construir una sociedad en la que los valores que primen sean los de las intuiciones, las supersticiones, el abandono de la Razón o la persistencia en la teoría de que todos nos persiguen.
De este modo, si hemos decidido sumar fuerzas y crecer gracias a lo que hemos aprendido a lo largo de la Historia, no dejemos que la anécdota, el chascarrillo o en el peor de los casos la fuerza entendida como motivo justificante, sean las que guíen nuestros pasos.