Ya hemos comentado en este espacio, en varias ocasiones, la posibilidad de fijar a través del castigo, lo que como ha quedado suficientemente demostrado, con la educación, el respeto, la tolerancia, la empatía…, no hemos sido capaces de resolver.
Estas últimas semanas con la incidencia de la pandemia claramente a la baja, el debate se dirige en los medios de comunicación a la apertura de las restricciones y el contraste que supone si vamos a ser decididamente responsables, y nos las podemos permitir, o por el contrario, si con motivo de la tan ansiada recuperada libertad volveremos a caer. Y ya sería, esta vez, una cuarta ola.
Curiosamente, las amenazas suelen venir precedidas del incremento de los espacios y tiempos de convivencia o, en su defecto, de los lapsos temporales que se desarrollan en las vacaciones ( verano, Navidades, ahora Semana Santa….).
Debe quedar claro, que las leyes, todas, se escriben y se aprueban para cumplirlas. Y los reglamentos u órdenes que las desarrollan, evidentemente también. En caso contrario, no tendría sentido que nos sintiéramos vinculados a vivir en sociedad amparados por las normas.
Eso sucede en los dos extremos ideológicos del espectro: o bien en el liberalismo más salvaje. El que puede sobrevive sin contar con nadie más que consigo mismo. O en el anarquismo más individualista. El Estado no existe, supuestamente el hombre es bueno y no necesita nada que le regule sus pautas de actuación. Ambas se rigen por lo que deciden sus voluntades personales. Y eso, por no hablar de los regímenes totalitarios o autoritarios, donde las normas ni las decidimos ni las aprobamos los ciudadanos.
Pero vivimos en democracia. Tenemos partidos, sindicatos, elecciones, sistemas públicos de atención a las personas y fundamentalmente la clara división de tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.
De ahí, que volviendo al comienzo del artículo, no deberíamos observar en la punición, en el castigo, en las penas por haber cometido una falta, nada más que el cumplimiento de la ley.
Tampoco es necesario la estigmatización. Todos cometemos errores. El problema, a mi juicio, es que en lugar de reconocerlos, e incluso pedir disculpas, somos tan exageradamente inapropiados, que buscamos excusas o incluso nos inventamos pretextos ( cuando no, en el peor de los casos, insistimos en el hecho de que los demás tampoco cumplen y/o que estamos presenciando un presunto agravio).
Y eso sólo si nos referimos al simple cumplimiento de lo que deciden nuestras autoridades con motivo de los estragos de la pandemia. Juzguen, lectores, lo que sucede en el resto de los ámbitos en los que se desenvuelve nuestra existencia. Y encontraremos numerosos ejemplos.